He tomado prestado el título al beato Manuel Lozano Garrido (Lolo) de su obra Las siete vidas del hombre de la calle. Conocí a Lucy, hermana pequeña, ojos y manos de Lolo y aprendí mucho de su sabiduría del tiempo de la que estos días atrás hablaba el Papa Francisco a los jóvenes en el Sínodo 2018. Ese diálogo con nuestros mayores que, como mis abuelas, son transmisores de valores que por ser cristianos son humanos.
Me acordé que Lolo en su silla de ruedas, quietecito, un Domund, recordaba y pedía por sus amigos misioneros en países de misión y soñaba, mirando el mapamundi, «poder plantar una bandera del corazón donde pudiera quedar un espacio vacío». Ofreciendo su pozo de dolor y reuniendo en él los ríos de sudores de los misioneros para poner en marcha «la entraña de este mundo». Lolo, misionero de pura cepa, supo vivir a todo pulmón su misión en ésta tierra. Lolo significa en filipino abuelo ¿Casualidad?
En el gran tatuaje hace referencia al ministerio sacerdotal como marca en el alma, que no habrá estropajo, ni depilatorio, ni cirugía que lo pueda quitar. Misión de elegido de Dios con decisión de amar gratuitamente. Hoy me atrevo a identificar esa misión con el sacerdocio común de los fieles que recibimos todos los cristianos bautizados, como marca perpetua, tatuada en el alma, que nos hace vibrar como antaño con la misión.
En el Domund 2018 más de 100 jóvenes de aquí han tomado en serio su existencia como misión única e insustituible. Han visitado por primera vez a enfermos, a ancianos solos, han compartido sus vidas, sus fuerzas, el Evangelio, su alegría y fe, y han experimentado que tienen algo propio que ofrecer.
Chicarrones cuyos tatuajes en los brazos harían pensar que desearían enrolarse en otro tipo de actividad han sido los primeros en apuntarse a echar una mano y conmoverse frente a los gozos y sufrimientos de hermanos de carne y hueso.
Y así, una vez más, hemos puesto en marcha la entraña de este mundo.