Tenía Marcelino Menéndez Pelayo 17 años, y ya era doctor, cuando su maestro Gumersindo Laverde le sugiere que responda a lo que ha escrito Gumersindo Azcárate sobre que la ciencia española, durante tres siglos, había cesado su actividad, por censura de la religión. Es cierto que la ciencia española se ha interrumpido por largo tiempo –contesta el santanderino–, pero fue a partir de 1790, no coincidiendo con la Inquisición, sino con la Corte volteriana de Carlos IV, las Cortes de Cádiz, la desamortización de Mendizábal, la quema de conventos… Aludía a este episodio, el lunes, Alfonso Bullón de Mendoza, director del Instituto CEU de Estudios Históricos, de Madrid, en la apertura de un homenaje organizado por este Instituto y el Consejo de estudios Hispánicos Felipe II, en el centenario de la muerte de don Marcelino. El propio Cánovas del Castillo, historiador, considera que lacras como el retraso o la falta de unidad política de España son atribuibles a la herencia de la Inquisición y de la Casa de Austria, expuso el sacerdote e historiador Ángel David Martín Rubio, que participó en una mesa redonda, junto al escritor Juan Manuel de Prada y el profesor José Miguel Gambra, de la Universidad Complutense. Ése es el ambiente cultural predominante. En la Constituyente de 1868, brama Castelar: «No hay nada más espantoso, más abominable, que aquel gran imperio español que era un sudario que se extendía sobre el planeta… Encendimos las hogueras de la Inquisición; arrojamos a ellas a nuestros pensadores, los quemamos y, después, ya no hubo de las ciencias en España más que un montón de cenizas».
En ese contexto, se celebra en 1881, cuando don Marcelino aún no había cumplido los 25 años, un homenaje, en el parque del Retro madrileño, por el segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca. Expertos extranjeros alaban el gran mérito del escritor, a pesar de la época retrógrada en la que vive. Ya al final, Menéndez Pelayo explota… «Mira, Enrique –le confesaría después a su hermano, contó Bullón de Mendoza–, me tenían ya muy cargado, habían dicho muchas tonterías y hasta barbaridades y no pude por menos de estallar, y, además, nos dieron a los postres tan mal champagne…».
La revista Cristiandad dedica al célebre brindis un artículo en su número de agosto-septiembre, que firma Jorge Soley Climent. Se destaca, «en primer lugar, la idea (o más bien hecho) de que ha sido la fe católica la que nos ha conformado. De su pérdida o, al menos, de su difuminarse, nace nuestra decadencia y eventual muerte… En segundo lugar, la reivindicación de la monarquía tradicional, asumida y llevada a su apogeo por la Casa de Austria, que no fue ni absoluta ni parlamentaria, sino cristiana, y que, por ello, pudo ser garante del municipio español, donde pudo florecer la verdadera libertad… En defensa de estos principios (fe católica, monarquía tradicional, libertad municipal) escribió Calderón. Contra ellos se alzan los liberales, tanto absolutistas como revolucionarios, imponiendo su libertad ideológica que destruye la libertad real en nombre de unas ideas abstractas y estatalistas».
«…Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India… Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma… Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía… Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española… En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte…; los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria…, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que, en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la Casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo. Y digo y declaro que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios… que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza…».