El 4 de marzo se celebraron actos, en 14 países europeos, a favor del respeto al descanso dominical. En Francia hubo acciones convocadas por la CGT, la principal organización sindical del país. En Alemania, destacó la participación de Ver.di, el segundo sindicato en afiliados —más de 2 millones—, y en Polonia llevó la voz cantante Solidarnosc. Lo primero que llama la atención de la Alianza para el Domingo Libre de Trabajo es su composición. La Comisión de Conferencias Episcopales de la Unión Europea es miembro fundador de la iniciativa, que aglutina a organizaciones cristianas, deportivas, exponentes de la sociedad civil y sindicatos de todo pelaje. Quizá eso explique los éxitos de los últimos años, particularmente en Alemania. Hace unas semanas, en Bochum se aprobó no autorizar la apertura comercial en ningún domingo de 2012. Además, la alianza quiere concienciar a la sociedad sobre la necesidad de horarios de trabajo que permitan la conciliación familiar, una medida que no disminuye la productividad, sino que, por el contrario, la aumenta.
Desde una óptica social cristiana, el meollo es éste: el mercado no puede invadir todos los ámbitos de la vida; el hombre es mucho más que un ente aislado que produce y consume. Cuando la visión materialista se impone, la sociedad se descompone, y se generan abusos como los que han generado esta crisis económica. En definitiva, el mercado ha devorado al mercado. Europa es víctima de su éxito económico, o más bien, de la pérdida de los frenos —externos y, sobre todo, internos— que tradicionalmente habían puesto coto a la codicia.
Algunos sindicatos dirán que ha fallado el papel supervisor del Estado, pero eso sería juzgar demasiado superficialmente el estropicio. En la Europa de las chimeneas, la sociedad aún conservaba instituciones, tradiciones y valores de las que pudo extraer la energía necesaria para hacer frente a los abusos contra el proletario. Hoy, en pleno proceso de descomposición social, debemos constatar que esos frenos casi han desaparecido. Décadas de revolución cultural, de secularización y de ataques contra la familia han dejado a los europeos profundamente divididos y a merced de los lobos. Por eso es tan necesario defender ahora el domingo, último símbolo y bastión de lo que hemos sido, y quizá podamos todavía volver a ser algún día.