Orar - Alfa y Omega

Silos. 20:30 horas de un martes. Hora de la cena. Esta semana estoy sirviendo en la hospedería. Al terminar, un huésped se acerca y me pregunta cómo hacer oración. Así, de golpe y sin anestesia. No sé por qué motivo, esa pregunta, que tantas veces nos hacen a los monjes, me ha dado mucho que pensar. ¿Acaso la oración se hace, o se fabrica a base de pensamientos y palabras? Creo que sería más correcto decir que la oración se vive o, más bien, se recibe como un don. Nuestro ser orante tendría que estar definido por la donación, por una expresión —tantas veces callada— de amor y también, como no, por la escucha y la espera.

¡Es muy poco lo que sabemos de Dios! Sí, muy poco. Quizá porque hacemosnuestraoración. Hablamos y no le escuchamos. Estamos y no le miramos. Entonces, ¿qué hacer ante el gran misterio de amor que es Dios? Únicamente podemos abandonarnos en un gran silencio contemplativo. Un silencio paciente, prolongado, lleno de entrega. El silencio del que solo mira, espera y ama.

Orar es vivir atento, disponible para ver y ser visto por Dios, para escuchar y ser escuchado por Él, con los ojos del corazón bien abiertos, insertos en el presente para poder responder con realismo. Orar es vivir en actitud de respuesta a Dios, de escucha amorosa de su Palabra. Orar es prestar atención a su amor manifestado de mil maneras en la vida de los hombres y descubrirle caminando en medio de ellos. Orar es vivir en constante acción de gracias, intercesión y alabanza —tantas veces sin palabras— maravillados ante el don de existir en, por y para Él. Orar es emocionarse ante la gracia tan extraordinaria de poder ser de Él: ser del Señor. Vivir así, como decía un famoso cantante —y algún místico, aunque formulado de otra manera—, es morir de amor.

«Sé que no sé orar», pero estoy seguro de que empezaré a caminar callando y sintiendo el silencio. Un silencio que siempre resultará elocuente porque, como decía san Juan de la Cruz, «una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y esta habla siempre en eterno silencio; y en silencio ha de ser oída del alma».