Hace ya camino de dos años, el mundo quedó conmocionado ante los bárbaros e indiscriminados actos terroristas de Hamás contra la población de Israel, el 7 de octubre de 2023, que dejó más de 1.000 muertos y centenares de secuestrados. Considerado como uno de los mayores fracasos de seguridad de la historia de Israel, la respuesta fue inmediata y la brutalidad en la reacción no fue menor. Por supuesto que Israel tenía derecho a defenderse, pero no a hacerlo de cualquier manera.
Es cierto que Israel lleva prácticamente desde su fundación en una situación de permanente amenaza por grupos como Hamás y Hizbulá que pretenden directamente la destrucción de su Estado, que es lo mismo que decir la aniquilación del sistema democrático y de los derechos fundamentales en los que se asienta Occidente. Nadie cuestiona tampoco el éxito económico, científico o social de Israel. Pero todo esto no le legitima a actuar frente a la población gazatí del modo en que lo está haciendo. El hecho de que los países occidentales no podamos ser neutrales y exista una natural predisposición en favor de Israel no justifica esta pasividad ante la crueldad y el ensañamiento con la población civil del que estamos siendo testigos. Denunciar esta atrocidad humana no lleva implícito el apoyo de tesis de una u otra tendencia política pese a que hoy todo se reduce a etiquetas ideológicas; ni por supuesto significa estar en contra del pueblo judío y del Estado de Israel. Se trata de reaccionar con determinación ante esta concreta situación más allá de declaraciones formales por parte de la UE y despojarse también de ese permanente sentimiento de culpa que tenemos los países occidentales con el pueblo judío por la indeseable persecución al que ha sido sometido durante siglos, con un monstruoso holocausto aún reciente.