La Anunciación como alternativa al 8M - Alfa y Omega

El otro día, en televisión, me preguntaron por mi opinión sobre el 8M. Les interesaba si lo había celebrado o no y, si sí, cómo y, si no, por qué. Yo respondí que no lo había celebrado porque a la mujer hay que celebrarla a diario y sin ideologías, lo cual desconcertó a una de las personas presentes, que me pidió explicaciones. Le dije que, a mi juicio, las feministas del 8 de marzo defienden menos a la mujer que una concepción concretísima, reduccionista, algo sectaria, de la mujer y menos sus derechos que una ideología.

Efectivamente, dicen de sí las feministas que defienden las libertades de las mujeres. ¡Nada menos! Hablan del derecho al aborto, que debería ser universal y gratuito, eso consideran, y del derecho a la autodeterminación de género, que también; hablan de la brecha salarial, una injusticia según ellas desgraciadamente extendida, y de la necesaria libertad para elegir la conducta sexual que a cada una le plazca, al parecer reprimida por un sistema opresivo y machista. Reivindican muchos derechos, lo sabemos, pero rara vez mencionan, ni siquiera de soslayo, como quien deslizase una opinión subversiva en un ambiente hostil, el más básico e incuestionable derecho femenino: la maternidad. ¿No les importa a las feministas del 8M la maternidad? ¿Acaso no les parece lo suficientemente relevante? En un contexto en el que la congelación de óvulos emerge como una opción juiciosa para medrar en el trabajo sin renunciar al deseo de ser madre, en un contexto en el que demasiados empresarios sin escrúpulos despiden a las mujeres cuando se quedan embarazadas, uno agradecería que las feministas hablaran algo más de la maternidad, qué menos, y algo menos, faltaría más, del sexo con regla y de la autodeterminación.

El 8M no reivindica a las madres. Reivindica a una mujer emancipada del hombre, empoderada, autosuficiente; a una mujer que no necesita al otro sexo porque ella misma puede darse la felicidad que anhela; a una mujer para la que la maternidad es más una carga que un don. Se entenderá entonces que ni yo ni muchos otros nos sumemos a la fiesta. Creo que la mujer necesita al hombre casi tanto como el hombre a la mujer y que sólo uniéndose a uno, sólo entregándose plenamente a él y amándolo hasta la muerte, alcanza la plenitud para la que está hecha. Su felicidad no radica en el empoderamiento, sino en la entrega; no en la emancipación, sino en esa bendita, ¡liberadora!, atadura que constituye el amor.

El 8M se celebra unos días antes de la Anunciación, que nos presenta algo así como un contrarreferente, un contramodelo. Frente a la mujer que se afirma haciendo su voluntad, la Mujer que se afirma rindiéndosela a Dios; frente a la mujer que se realiza en la oficina, trabajando, y en las calles, manifestándose, la Mujer que se realiza sobre todo gestando a un niño y criándolo; frente a la mujer que hace exactamente lo que el sistema espera que haga —no formar una familia y sí producir y consumir—, la Mujer que arriesga su reputación y se expone al juicio de las masas para hacer el Bien (¡para engendrarlo!).

Propongo, pues, que los católicos celebremos nuestro 8M el día de la Anunciación. Honraríamos a la Virgen María, que nunca está de más, y de paso le mostraríamos al mundo un ideal distinto de mujer, que bien lo necesita. Reivindicaríamos entonces a la mujer trabajadora, naturalmente, pero también a aquella cuyo peculiar modo de trabajar es desvelarse por su familia; a la mujer que renuncia a hacer su voluntad para hacer lo que se le ha revelado como bueno; a esa heroica mujer que, sorda a las promesas del tecnocapitalismo, ciega a la seducción del éxito, se libera uniéndose a un hombre y entregándose a unos hijos.

Convencido como estoy de que el mundo es bueno y de que, por tanto, cuantas más personas lo habiten, mejor, defiendo algo que quizá se antoje políticamente incorrecto. Mucho más importante que la carrera profesional, más incluso que denunciar injusticias y reivindicar derechos en manifestaciones multitudinarias, lo más importante que puede hacer la mujer, también el hombre, es dar la vida a un semejante que goce como ella de las maravillas del mundo y las bendiga.