El Tomás Moro de... ¿Shakespeare? - Alfa y Omega

El Tomás Moro de... ¿Shakespeare?

Javier Alonso Sandoica

Son muchos los estudiosos que coinciden en asegurar que Shakespeare fue un católico que, debido al período que le tocó vivir, la época isabelina, tuvo que llevarlo en el más estricto de los secretos. Hay siete años que parecen esfumados de su biografía. Abandonó su Stratford natal en 1585, y de repente apareció en Londres en 1592, donde comenzó su carrera de dramaturgo. Hay un libro de peregrinos a Roma en el que aparece su nombre, y éste no es un dato baladí. Muchos criptocatólicos peregrinaban a Roma y regresaban a sus tierras después de alimentar su fe. La biógrafa alemana Hildegarda Hammerschmidt-Hummel no tiene ninguna duda sobre su criptocatolicidad; por eso, es más que probable que una de las manos que redactara la obra de teatro Sir Tomás Moro fuera la del bardo inglés.

El Festival de Teatro de Almagro estrenó, la semana pasada, Tomás Moro, una utopía, versión de Ignacio García May de la obra original, dirigida por la muy aclamada Tamzin Townsend y llevada a la escena por la Fundación de la Universidad Internacional de la Rioja. La pieza es un regalo para estos tiempos, en los que los asuntos de vocación política parecen posicionados en los anaqueles de ciencia ficción. En Tomás Moro bulle el humor, la pasión por su patria, su indisoluble ligazón con Dios, la responsabilidad del padre, el cariño del esposo. A mí me parece que la versión tiene el acierto de ir acompañada de un personaje, un historiador británico de nuestro siglo, que va poniendo al público en antecedentes de lo que ve, y al tiempo se cuela en la representación como un personaje más. Veremos al Lord Canciller de Inglaterra ir despojándose de sus atributos temporales, hasta quedarse en la desnudez del que sólo tiene a Dios como compañía y destino. Oiremos, además, bellísimos monólogos: «¡Qué lenta es el alma para buscar su propia salvación, pero qué diligente para las demás cosas!» En el momento de verse con el toisón sobre sus hombros, dice para sí (cito de memoria): «Ojo, Moro, que toda esta vida de la corte, con su manejo de información, estrategias, envidias, no son más que víboras, y las víboras pican». La conciencia de Moro impedirá su asentimiento al Acta de Supremacía, por la cual Enrique VIII se desliga de Roma, haciéndose «suprema y única cabeza en la tierra de la Iglesia en Inglaterra». Las consecuencias las conocemos: morirá decapitado en la Torre de Londres. Insisto en que esta pieza de hora y media, que durante el próximo curso veremos en todos los teatros de nuestro país, es el mejor tratado visual del buen político.