«¡Busqué a Dios durante mucho tiempo, pero es Él quien me ha encontrado!». He aquí una frase que escuché esta semana en Bagdad a un joven de 26 años, de origen musulmán, llamado Muntasir. Desde hace algunos años este joven se ha distanciado de su fe y de su religión, y ha comenzado una búsqueda de otro modo de vida espiritual, pasando por la increencias. Con palabras sencillas, este joven me enseñó lo que a mí me llevó seis años aprender durante mi etapa de iniciación teológica en el seminario. Me dijo: «Muchas veces he buscado a Dios en vano con mi inteligencia. Pero finalmente es Él quien me ha encontrado en lo más profundo de mí mismo». Fue una gran sorpresa para mí escuchar tal lección teológica de un joven musulmán. Y, más aún, escuchar la experiencia de su encuentro personal e íntimo con Jesucristo, que me guardo para mí. Al escucharlo tuve la impresión de escuchar a san Pablo contar su historia en el camino a Damasco. Muntasir me contó otra cosa que le pasó hace un mes. Durante esta búsqueda espiritual, le pidió a Dios en la oración que le mostrara una señal para confirmar su presencia. Un día tuvo un sueño en el que vio un santuario mariano en forma de estatua de la Virgen María sobre una forma de zigurat en una montaña que nunca había visto en su vida. Después de mucha investigación en Google y después de preguntar a amigos cristianos si hay un santuario así en Irak o en otro lugar, descubrió que este lugar sobre el que tuvo un sueño o una visión existe en una montaña en el Líbano. Es Nuestra Señora del Líbano, en Harissa.
Unos días después, compró un billete de avión para ir a ver el santuario y orar en este lugar misterioso para él. Al día siguiente de su llegada a Beirut, temprano, tomó un taxi directamente al santuario en cuestión. Asombrado por la semejanza del lugar con lo que vio, se arrodilló y comenzó a llorar un largo tiempo. Después de un breve tiempo de oración en silencio, el capellán del santuario comenzó a rezar el rosario con los fieles que se encontraban a su alrededor. Muntasir también empezó a rezar y a recitar el rosario con todos. «Al hacerlo sentí una paz que nunca había tenido en mi vida». Y agregó que «en ese momento comprendí que Dios está ahí, cerca de mí. Me buscó y me encontró».