Aprovechando el buen tiempo madrileño, están tomando algo en el patio de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Información, de la Universidad CEU San Pablo. No son estudiantes, sino tres de los mayores expertos mundiales en Chesterton: el presidente de la American Chesterton Society, Dale Ahlquist; el fundador del Gilbert K. Chesterton Study Center, Aidan Mackey; y el profesor de Literatura de la Universidad Ave Maria, de Naples (Florida), Joseph Pearce. No hablan español, por lo que no pueden seguir las otras conferencias del Congreso Internacional sobre el autor inglés que se está celebrando en la universidad. Por ello, han decidido compartir un rato tranquilo de conversación y ponerse al día. Comentan, por ejemplo, el avance de las obras completas del célebre y polifacético autor y apologista inglés, que podrían llegar casi a los 60 volúmenes.
Su conversación está salpicada de bromas constantes. Oyéndolos, es fácil acordarse de esas cenas protagonizadas por Chesterton y sus amigos Hilaire Belloc y Maurice Baring, en las que se recitaba poesía y se hacían batallas de migas de pan, casi a la vez. El más veterano, con mucho, es Mackey, que da muestras, sin mover un músculo, de un envidiable humor británico. Cuando casi nadie se interesaba por Chesterton, mantuvo viva la llama proporcionando a los pocos aficionados de entonces copias usadas de las obras descatalogadas del autor inglés. Era un invitado habitual en casa de Dorothy Collins, secretaria del escritor, donde encontró varias obras suyas, inéditas; y disfruta contando cómo la cuñada de Chesterton le llevaba a conocer antiguos pubs victorianos en Londres. Intentó poner en marcha un semanario que siguiera la labor del extinto G. K.’s Weekly, editado por Chesterton. El Gilbert K. Chesterton Study Center, que fundó, es en realidad la planta baja de su casa. Ahora, acoge objetos de Chesterton que ha ido recopilando a lo largo de su vida, y otros que la Biblioteca Británica le ha cedido.
«Pero no ha sido fácil —confesaba ante sus amigos, sobre la labor de toda su vida—. Habiendo dejado los estudios a los 14, sin hablar ningún idioma…». Pearce ve en esta frase el pie para entablar otra batalla casi de hermanos: «Pues anda que yo, que dejé los estudios a los 16 y luego estuve dos veces en la cárcel…», replica. Alude a su conversión, gracias a Dios y a Chesterton, cuando era un joven militante de extrema derecha. «Quien lo ha tenido más difícil he sido yo: tuve que aprender a que me gustara Chesterton siendo un académico», concluye, irónico, Ahlquist.
En ocasiones, se oyen voces que preguntan dónde están los Chesterton de hoy. Conociendo a los chestertonianos de ayer y de hoy, imbuidos no sólo de las ideas del célebre escritor, sino también de su forma de ser, la pregunta adquiere otro matiz. No sólo hacen falta, que también, pensadores y comunicadores que analicen los problemas de la realidad y les den respuesta desde una perspectiva católica. Igual de necesario, o más, es que lo hagan con esperanza, simpatía y sentido del humor. ¿Dónde están esos Chesterton?