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Esta trágica crisis económica que padecemos tiene una matriz común con otras crisis como la ética, moral, religiosa y antropológica. Nuestra crisis viene de un lejano y complicado contexto histórico que, en gran medida, desconocemos y prejuzgamos al etiquetar largos períodos históricos con un simple epígrafe. Del teocentrismo medieval, se pasó al antropocentrismo moderno; y desde entonces, para muchos, Dios se perdió en el horizonte de la Historia… Para otros muchos, en cambio, Dios sigue vivo entre nosotros rescatándonos de toda la opresión maligna con la sangre redentora de Cristo, que sigue derramándola con su Cuerpo Místico para la salvación del mundo. Hoy, corren aires de renovación en la Iglesia con la elección de su Santidad Francisco, el Papa jesuita de corazón franciscano, que nos exhorta a testimoniar activamente la caridad en defensa de los más necesitados: los pobres sin comida ni vivienda, los embriones humanos destruidos, los ancianos desprotegidos, los trabajadores explotados, los ahorradores a quienes roban los ahorros de toda su vida, los excluidos de la sociedad, como los emigrantes sin papeles, las prostitutas a las que quitan la dignidad de personas tratándolas como simples objetos de uso… ¿Cómo y por qué hemos llegado a este actual caos tan desintegrador? ¡Por consenso democrático! Y con ese consenso –expreso o tácito– los políticos eliminaron la ley natural y la ley divina, naciendo así el hombre nuevo de la modernidad, que para la mayoría no es más que un ser económico, tesis defendida por el salvaje liberalismo económico y por el materialismo dialéctico del marxismo ateo, con todos sus secuaces. Pero el hombre, además de un ser económico, es, sobre todo, un ser trascendente con una dignidad divina, creado por Dios a su imagen y semejanza, cuya vida vive ya aquí por la fe, la esperanza y la caridad. La fe y la esperanza pasarán. Pero nos queda la caridad, que viviremos eternamente en esa maravillosa comunidad de amor que es nuestro Dios. Ante la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Brasil, el Papa Francisco ya ha dicho a los jóvenes: «Por favor, no os dejéis robar la esperanza», así que estoy seguro de que el próximo año será el Año de la esperanza.
Señor y Dios mío: empiezo un nuevo día y te ruego que no me encuentre sola, que te sienta a mi lado. Pienso que eres como el aire, no lo veo, pero lo respiro. A ti, Señor, tampoco te veo, pero noto tu presencia a mi lado caminando junto a mí. Eres todo lo que tengo y te doy las gracias, por creer firmemente que me escuchas y que harás todo lo que sea mejor para mí, aunque yo muchas veces no lo comprenda. Auméntame la fe. ¿Qué haría yo sin ella? Señor, que yo sepa darte a conocer a los demás. Creo que hoy día los creyentes tenemos la obligación de ser misioneros y darte a conocer a los que no creen en ti y recordar lo que decía la Madre Teresa de Calcuta: «Recuerda siempre que somos peregrinos en esta vida, caminando hacia casa».
Don Manuel Pizarro, respetado y admirado señor: hemos leído –en familia– su magnífico pregón de Semana Santa, estractado por Alfa y Omega, que compramos siempre, y quedamos impresionados por su grandeza de alma y su saber en todos los sentidos de la vida. ¡Da gloria leerle! Es usted una persona ¡íntegra!, ¡grande de alma! (que es lo más difícil), con una grandeza impresionante. Dios lo siga bendiciendo. Pensamos y deseamos, y se lo pedimos a Dios Nuestro Señor con todo nuestro corazón, que se apiade de nosotros, de esta España en desgracia; porque hoy lo necesitamos más que nunca. Necesitamos un jefe de Gobierno con esos conceptos claros, profundos y rotundos y, al tiempo, vivificantes, para que España entera renazca a la verdad y se esclarezcan las confusiones y desastres que estamos viviendo.
El 17 de marzo de 2011 apareció en Alfa y Omega un artículo firmado por Altagracia Domínguez del que se merece destacar: «Que los católicos nos lancemos de una vez a dar la cara, a hacer apostolado abiertamente y sin complejos, a manifestar con la vida la alegría de seguir a Cristo. Salgamos de nuestros miedos y cobardías y de nuestro secularismo interno». ¿Cuál es el signo que define a los cristianos? Indudablemente, la cruz con la efigie de Cristo, signo de la Redención. Si los signos o emblemas se utilizan para demostrar que la persona que lo ostenta visiblemente pertenece a una asociación determinada, ¿por qué los cristianos no hacemos lo mismo y nos colgamos al cuello una cruz con la efigie de Cristo bien visible, para que todo el que lo vea deduzca que somos cristianos; y no sólo eso: nos comprometemos a llevarla permanentemente, por la calle, en los lugares de ocio, un diputado en el Congreso, un senador en el Senado, un profesor en el lugar donde enseña, un estudiante en el lugar donde aprende? ¿Y no responde al deseo del Papa de profundizar en la fe, en la evangelización y en el apostolado? ¿No es ésta una forma de evangelizar silenciosa?
El pasado mes de febrero, celebrábamos las Bodas de Platino de mis abuelos, esto es, sus 65 años de matrimonio. En un tiempo en el cual el compromiso parece ser causa de un rechazo generalizado, no puedo dejar de tomar nota ante el ejemplo de mis abuelos. Por sus 65 años de generosidad, de paciencia, de amor –un amor maduro, que sigue aumentando día a día–, 65 años de alegrías y penas compartidas. Y, sobre todo, por sus 65 años de entrega. Una entrega que ahora, cuando uno de los dos necesita más del otro, es cuando más se pone de manifiesto que es una entrega total, absoluta. Por todo ello, una vez más, ¡felicidades, abuelos!