Tiempo de necesitar a Dios - Alfa y Omega

Tiempo de necesitar a Dios

«Son tiempos recios», decía santa Teresa de Jesús de los suyos, al igual que los de ahora, que son «tiempos de necesitar a Dios», como explicó el abogado del Estado y ex-diputado don Manuel Pizarro en el Pregón de Semana Santa, que pronunció, la semana pasada, en la catedral de la Almudena. Ofrecemos lo esencial de sus palabras:

Colaborador
Don Manuel Pizarro, durante su Pregón de Semana Santa.

Conmemoramos la Pasión y muerte de Jesús, ese tiempo de sufrimiento, expiación y, al final, de resurrección, que es toda una lección de vida y amor a Dios y a los demás. Sólo soy un cristiano que aprendió de su familia nuestra fe, y la conducta y valores a que obliga; y que, junto a mi esposa Adela, recientemente fallecida, pero que me acompaña siempre, hemos tenido como guía de nuestras vidas. Así se lo hemos inculcado también a nuestros hijos.

El Dios vivo, sufriente y cercano, es el que vamos a acompañar en los tiempos fuertes de la Semana Santa: tiempos de lucha, de agonía, cuando se desvanecen las frivolidades y las mentiras, y aparece la verdad desnuda; un tiempo que es escenario de una de las grandes tragedias del ser humano: el sufrimiento de los inocentes. Aparentemente no hay explicación, pero sí hay respuesta en el Nuevo Testamento: el que sufre el escarnio y la Pasión es el propio Hijo de Dios. «Cristo –escribía el teólogo cristiano Dietrich Bonhoeffer, en un campo de concentración– no auxilia en virtud de su omnipotencia, sino en virtud de su debilidad». Aquí está la gratuidad de la Redención y la salvación.

Crisis económica, crisis de fe

Hoy, el hombre contemporáneo se ha alejado de la trascendencia y, ahíto de abundancia, ha vuelto a creerse rey de la creación: no ha dudado en disponer de su cuerpo, ni en imponer sus leyes a la naturaleza, ni en imponerse a los intereses de sus semejantes. En nuestra crisis, como en la Pasión del Señor, la verdad no se ve, las traiciones se suceden, abundan los lavados de manos, las injusticias se multiplican y sufren más los más débiles, abundan los personajes que ceden ante el miedo, la pereza y la ausencia de principios…

Hemos sucumbido a las tentaciones: hemos hecho de las piedras panes, persiguiendo el beneficio sin esfuerzo y con especulación; no hemos dudado en tirarnos por el precipicio de la especulación, pensando que no podía pasar nada; y, a la llamada del Todo esto te daré si me adoras, no hemos reparado en medios, con el fin de lograr el poder.

Sin penitencia, sin sacrificio y sin purificación, no hay salida. Cuando Gobiernos, banqueros, accionistas, auditores, empresas de rating y consumidores fallan, es que hay una sociedad enferma, sin valores, sin compromiso. Necesitamos odres nuevos, necesitamos construir sobre roca, para asentar nuestras conductas en los buenos principios de siempre.

En un escenario de crisis generalizada, con pérdida de valores, confusión entre el bien y el mal, y miles de personas sufriendo las consecuencias –parados, desahuciados, emigrantes forzosos…–, vivimos tiempos fuertes, tiempos recios, como decía de los suyos santa Teresa de Jesús. Y nos acordamos de nuevo de Dios; en la abundancia, nos habíamos olvidado de Él. Nos habíamos acostumbrado, como el rico Epulón, a tirar las migajas a Lázaro. Nos habíamos acostumbrado, como ha escrito el Papa Francisco, al sufrimiento del prójimo, a mirar para otro lado. Ahora, vivimos un tiempo de necesitar a Dios.

Cristo muere por nosotros, pero, sobre todo, Cristo resucita y nos devuelve la esperanza. Yo me quedo hoy con ese mensaje de esperanza. Creo que los graves problemas del hombre en el mundo actual van a tener respuesta en una renovación espiritual. En especial, nosotros, los católicos, en unión de todos los creyentes, debemos saber vivir en Cristo, sin complejos, en nuestra más inmediata cotidianidad. No se nos pide más, pero tampoco menos. El mensaje y la persona de Cristo es el principal factor de desarrollo. No necesitamos códigos de buen gobierno: tenemos el Decálogo desde tiempos de Moisés.

Nuevas todas las cosas

Creo, con un teólogo contemporáneo (Juan Luis Ruiz de la Peña), que «Dios nos da en Jesucristo la posibilidad de hacer nuevas todas las cosas». Es la Pascua de la nueva creación. Y comparto, en un año en el que he vivido uno de los tiempos fuertes de la vida de una persona, la esperanza de Edith Stein: Sólo el gran amor permanecerá.

La vida está llena de tiempos fuertes, y es obligación del cristiano afrontarlos para alcanzar la resurrección. La cristiana y judía Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz, mientras ofrecía consuelo, cautiva, en un campo de concentración en el que aceptó morir junto a su pueblo, lo explicaba así: «El mundo está hecho de contradicciones; pero, en último término, nada quedará de estas contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?».

Así lo quiero compartir con ustedes, a través de esta serena oración, de san Ignacio de Loyola, que se recita al recibir la Eucaristía y que para mi mujer y madre de mis hijos fue la oración del adiós y del hasta luego, después de recibir el Viático:

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos.
Amén.

Manuel Pizarro