Insisto una vez más en la cultura del encuentro, pero esta semana para proponeros que entréis en esa escuela que yo llamo de la cultura del encuentro. No hay que pagar ninguna matrícula, no hay que asistir a ningún lugar especial, simplemente os invito a tener tres asignaturas en las que cada uno puede hacer y construir su texto. Estas son: silencio para oír lo que importa, conversaciones de fundamento, y diálogo con Dios.
1. Haz silencio para oír lo que importa. Haz silencio en tu vida y en tu corazón. Aprovecha el verano para buscar espacios y lugares donde puedas escuchar esas grandes preguntas que, en lo más hondo de su vida, siente todo ser humano. Te aseguro que el silencio cuesta, entre otras cosas porque da miedo hacerlo. En el silencio siempre se escuchan preguntas y las que se escuchan son las más importantes, las que atañen a la vida de verdad. El silencio no engendra esclavos. La esclavitud viene en el ruido, allí donde ya me dan las respuestas construidas. A menudo entrar en el silencio por primera vez da miedo y produce vértigo, pero cuando lo pruebas es tan oxigenante para la vida humana que lo buscas.
2. Entra en conversación sobre temas que son de fundamento. Surgirán preguntas del tipo: ¿cómo te afecta el vacío espiritual? Ese vacío que puede engendrar una cultura cuando en ella se da amnesia cultural, agnosticismo intelectual, anemia ética o asfixia religiosa. ¿Cómo ha de recorrer la Iglesia el camino por el que va con sus contemporáneos en esta situación? ¿Qué debe hacer? ¿Qué humanismo verdadero debe prestar? Sinceramente la cultura del encuentro debe llevarnos a algo tan sencillo como vivir al estilo de Jesús: viendo, mirando, escuchando, estando con las personas, parándose con ellas. No vale decir ¡qué pena! Nuestro encuentro debe llevarnos a hacer lo que hizo Jesús, acercarse, tocar y dar vida. Hay que mostrar y ser rostro de Jesucristo. Es la gran respuesta, la única que existe para el drama del vacío espiritual del ser humano.
Hoy los cristianos tenemos que tener coraje y valentía, pues existen dos tentaciones graves: disolvernos en medio del mundo siendo una cosa más de las múltiples que existen y olvidando que somos «sal de la tierra y luz del mundo», o haciendo murallas para vivir nosotros pero sin meternos de lleno en el mundo que es la misión que nos ha dado el Señor. Tenemos que anunciar a Jesucristo sin más, como la novedad más grande. Hay que ser testigos del Señor, hombres y mujeres de experiencia de encuentro con Él. Esta es la gran noticia que se tiene que conocer. Y hemos de hacerlo con, en y desde la Iglesia que fundó el Señor.
También es necesario que te cuestiones si das importancia en tu vida a la familia. Vívela como esa comunidad de amor que tiene la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Observa y valora bien los cuatro cometidos fundamentales que tiene: la formación de una comunidad de personas, el servicio a la vida, la participación en el desarrollo de la sociedad y también en la vida y misión de la Iglesia. Es muy importante que, en este momento histórico, eduquemos la conciencia moral que es precisamente la que hace a todo ser humano capaz de juzgar y discernir los modos más adecuados para realizarse según su verdad original y que, por tanto, se convierte en una exigencia prioritaria e irrenunciable. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, lo ha llamado a la existencia por amor y lo llama al mismo tiempo al amor.
3. Practica el diálogo con Dios, ora y escucha la Palabra de Dios. El ser humano no puede vivir plenamente la vida si no entra en la órbita y en el horizonte que le hace ser y vivir según lo que es, hijo de Dios y por ello hermano de los hombres. Y entrar en este diálogo con Dios es algo muy sencillo. Lo hemos aprendido a hacer en la oración del padrenuestro que salió de labios de Jesús y que Él quiso entregar a los discípulos, cuando le preguntaban por qué Él vivía así. La primera necesidad del ser humano es saber que no está solo y que, además, es querido tal y como es. Decir Padre Nuestro es entrar en una forma de asumir la vida que le da densidad y fundamento. No es cualquier cosa decir y saber vivir en la experiencia de que Dios me quiere y me ama. Pero ello me está exigiendo salir de mí mismo y dejarme de ocupar de todas esas cosas que me entretienen y que no me dejan ser lo que soy, hijo y hermano.
Como ves, la oración es algo muy sencillo. Tan sencillo como dejarse mirar y dejarse querer. Si nunca entraste en diálogo con Dios, prueba por una vez en tu vida esto y de esta manera: déjate mirar y déjate querer. No tengas miedo. Aunque no creas lo suficiente o tú creas que no lo haces, prueba a vivir de esta manera y descubrirás que te encuentras en tu propia figura. Escucha la Palabra de Dios, no es cualquier Palabra.