Una Iglesia, literalmente, de puertas abiertas
La labor de Cáritas Ventimiglia y la iglesia de San Antonio con los refugiados en Italia ejemplifican una de las conclusiones que se desprenden del XIX Congreso Católicos y Vida Pública, celebrado el pasado fin de semana en Madrid: «La acción social de la Iglesia no es un voluntariado de unas horas, sino un verdadero encuentro con los hombres». Ante la avalancha de miles refugiados en tránsito que cada día pasan por la localidad italiana, de 25.000 habitantes, la parroquia abrió sus puertas para darles cobijo y comida
Mohammed era un hombre acomodado: tenía una librería en Jartum, la capital de Sudán, y una bonita familia. Cuando detectaron un cáncer en la cara a la benjamina de la casa, su cuñada desde París le reclamó diciendo que allí cuidarían de ella los mejores médicos. Él la creyó. Lo vendió todo, cogió a su esposa, sus dos hijas y sus dos hijos, y emprendió el viaje hacía la capital francesa. «Estaba desesperado por la salud de su hija, así que cruzó el Mediterráneo. Pero durante la travesía su mujer y los dos chicos cayeron al agua. Murieron frente a sus ojos». Cuando llegaron a Italia el cáncer de la niña había empeorado, pero él seguía empeñado en continuar. La hermana de su mujer le había hecho una promesa.
Alexandra Zuzino se encontró a Mohammed deambulando con sus dos hijas por Ventimiglia, localidad italiana de 25.000 habitantes y fronteriza con Mónaco. «Le intentamos convencer de que se quedase en Italia, pero con el poco dinero que le quedaba reemprendió el viaje como pudo hasta París. Una vez allí nos llamó. Su cuñada estaba en un campo de refugiados, sin papeles, y él estaba con las pequeñas en la calle, durmiendo bajo la lluvia».
Al igual que Mohammed, a Ventimiglia llegan cada día una media de 500 personas cuyo objetivo es cruzar la frontera que separa Italia del sueño galo. Una de las vías menos controladas es la montaña, a la que ya llaman el sendero de la muerte. Solo en 2016 fallecieron 18 personas en el intento de cruzar a Francia. «En poco tiempo nos encontramos en nuestro portal, en el parque, en el río frente a nuestra casa, a cientos de personas de paso que no tenían dónde pernoctar ni un trozo de pan que llevarse a la boca». Por eso, «siguiendo las palabras del Papa, Rito Álvarez —sacerdote colombiano— y Cáritas Ventimiglia decidieron abrir físicamente las puertas de la iglesia de San Antonio», explicó Zuzino, voluntaria de la Cáritas local, durante su intervención en el XIX Congreso Católicos y Vida Pública el pasado fin de semana en Madrid, organizado en torno al lema La acción social de la Iglesia.
«Empezaron viniendo 300 personas, al día siguiente 500, y dos semanas después ya teníamos 1.000 refugiados en la parroquia, a los que repartíamos 3.000 comidas al día que hacíamos en una pequeña cocina casera, porque no teníamos otra cosa», recordó la voluntaria. En total, desde 2015 hasta hoy han pasado 60.000 personas por la pequeña localidad costera. «Aprendimos a curar heridas físicas, porque no teníamos médicos, y también las heridas del alma. Por la parroquia han pasado mujeres nigerianas víctimas de trata, miles de menores que llegan solos a Italia, cientos de personas huidas del infierno libio, donde han sido tratadas como esclavos… Algunos se quedaban con nosotros un día o dos, y continuaban. Otros han llegado a estar hasta un mes, y apenas sin hablar porque no tenían fuerzas. Nuestro objetivo era devolver a estas personas su dignidad».
Este verano las autoridades locales trasladaron a los refugiados a un campo más grande, gestionado por Cruz Roja. Cáritas continúa colaborando con el campo y actualmente, da de comer cada día a una media de 200 personas, reparte kits de higiene, ropa, zapatos… todo bajo la atenta mirada de los vecinos, algunos involucrados en la ayuda. Otros, cansados de que la comunidad internacional haya abandonado a la ciudad, y a su país, a su suerte.