Sevilla prepara la beatificación de sus mártires - Alfa y Omega

Sevilla prepara la beatificación de sus mártires

La archidiócesis de Sevilla es una de las pocas diócesis españolas que no había iniciado el proceso de beatificación de los mártires de la persecución religiosa durante la Guerra Civil. En su última carta pastoral, el arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, ha explicado a los fieles que, en los próximos meses, se iniciará «el estudio exhaustivo que nos permita determinar las personas que en nuestra Iglesia particular murieron proclamando su amor a Cristo y perdonando a sus perseguidores, para, en un futuro inmediato, abrir solemnemente el proceso de beatificación de los mártires de la persecución religiosa en Sevilla» durante la Guerra Civil

José Antonio Méndez
La iglesia Omnium Sanctorum, de Sevilla, incendiada por los republicanos, el 19 de julio.

«Nuestra sociedad es especialmente sensible a la vida y testimonios de las personas que han vivido en coherencia con lo que creían y manifestaban públicamente. Una mirada retrospectiva hacia nuestra última y trágica Guerra Civil permite constatar que muchas personas murieron de forma injusta, víctimas de la violencia, y que no fue menor en ambos bandos de la contienda el número de aquellas que, también injustamente, fueron represaliadas como consecuencia de un odio atroz». Así comienza su última Carta pastoral el arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, en la que explica a los fieles que, «en los próximos meses, daremos los pasos oportunos para hacer el estudio exhaustivo que nos permita determinar las personas que, en nuestra Iglesia particular, murieron proclamando su amor a Cristo y perdonando a sus perseguidores para, en un futuro inmediato, abrir solemnemente el proceso de beatificación de los mártires de la persecución religiosa en Sevilla (1936-1939)». Asenjo afirma que, «sin hacer acepción de personas o calificar las muertes que todos sufrieron, es nuestro deber volver la vista a aquellos momentos y circunstancias para rescatar el testimonio de las personas que, siendo perseguidas a causa de su fe o de su condición sacerdotal, murieron proclamando su amor al Redentor y perdonando a sus perseguidores, viviendo así en sus propias vidas la misma Pasión de Cristo que acabamos de celebrar».

No abrir viejas heridas

Como la archidiócesis sevillana es una de las pocas diócesis que no había iniciado el proceso necesario para «conocer con rigor, tanto el número de víctimas, como las circunstancias en las que se produjo su muerte», monseñor Asenjo anuncia en su Carta que nombrará, «en las próximas semanas, a los técnicos que harán el trabajo de campo, interrogando a los testigos y estableciendo las circunstancias de los martirios», así como «a los miembros del tribunal que examinará las declaraciones de aquellos, la comisión de historiadores y la de censores teólogos». Porque, como aclara el arzobispo, «el objetivo último es cumplir con un deber de justicia y gratitud, y poner sobre el candelero de la Iglesia el heroísmo y la fortaleza de quienes, por amor a Jesucristo, prefirieron la muerte antes que renegar de su fe. Nada más lejos de nuestra intención es echar sal sobre viejas heridas que aún parecen abiertas en algunos lugares, a pesar del tiempo transcurrido; y tampoco pretendemos saldar las cuentas pendientes de quienes las dejaron canceladas perdonando a sus verdugos en un acto de generosa y extrema caridad».

Cadáveres en el barrio de Triana, de Sevilla, el 21 de julio de 1936.

Un patrimonio también civil

El grupo de personas cuyo martirio será estudiado no llega a veinte: diez sacerdotes, y algunos seminaristas y laicos. Eso sí, monseñor Asenjo explica que, «en la preparación de la Causa, no partimos por completo de cero. A los pocos meses de aquellos trágicos sucesos, nuestro predecesor, cardenal Ilundain y Esteban (1862-1937), dispuso que se recogiesen de inmediato los testimonios de quienes presenciaron los martirios. Fue sin duda una determinación inteligente y sabia, realizada ante la gravedad de los hechos acaecidos, consciente del valor y la trascendencia que, para la Iglesia, representaba la persecución padecida por sus sacerdotes diocesanos». Así, gracias a esta documentación, «esperamos conocer en profundidad a quienes reúnen la condición de haber muerto a causa de su fe o condición sacerdotal proclamando su amor a Cristo y perdonando a sus perseguidores», añade. Y concluye: «Nuestros santos y nuestros mártires del siglo XX son el más grande y genuino patrimonio de la Humanidad, incluso desde una perspectiva civil y social. Sus figuras son la encarnación más perfecta de los grandes valores humanos y cívicos, la solidaridad, la compasión, el servicio a los demás, el amor, el heroísmo, la paz, el perdón y el respeto a sus semejantes. Sus vidas nos alientan en nuestro camino de fidelidad y son para todos un recordatorio de la palabra intemporal de Jesucristo: Sed santos, como el Padre celestial es santo».