«Sacamos a jóvenes del fango para que vivan de verdad»
Detrás de las cifras de paro juvenil, de abandono escolar o del número de jóvenes que ni estudian ni trabajan, hay historias reales, hay vidas. Son adolescentes y jóvenes atrapados en la apatía, en los problemas familiares, en la incapacidad para aceptar la frustración, en la baja autoestima, en la impotencia destructiva frente a un sistema laboral y educativo que no les da alternativas. Que se sienten, en suma, abandonados. Sin embargo, hay personas y centros empeñados en rescatarles, a través de la capacitación profesional y, sobre todo, de un acompañamiento personal que les otorga un nuevo horizonte y les ayuda a creer en sí mismos
A unos pasos del emblemático Paseo de la Castellana y de la Plaza de Castilla, en Madrid, a la sombra de los rascacielos más altos de España y de las sedes de grandes empresas financieras, está el humilde barrio de Tetuán: casas bajas, calles estrechas, comercios pequeños, graffitis y mucha inmigración. En una de sus calles, Mártires de la Ventilla, está el Centro de Formación Padre Piquer, donde los jesuitas atienden, desde hace un siglo, a los hijos de familias con pocos recursos. Por sus aulas de Secundaria, Bachillerato y, sobre todo, de Formación Profesional de Grado Medio y de Grado Superior, pasan cada año más de mil alumnos de 20 nacionalidades distintas, provinientes, en la mayoría de los casos, de familias con pocos recursos y problemas de desestructuración. Sin embargo, cuando los jóvenes salen de sus ciclos formativos tienen una inserción laboral cercana al 90 % en muchos módulos –aunque la crisis ha hecho mella en otros– y logran esquivar la peligrosa corriente que arrastra a muchos chicos y chicas del barrio: el abandono de los estudios, el deambular sin ocupación por la calle, la marginación social y la incapacidad para formar un hogar estable. Pero, ¿cómo consiguen estos resultados, precisamente con jóvenes que están inmersos en las situaciones más difíciles?
El jesuita padre Ángel Serrano, director del centro, explica que «la labor que hacemos las Órdenes religiosas no es un negocio: nuestros centros son el 50 % más baratos que los estatales y llevamos siglos estrujándonos para sacar adelante a las personas, no para engordar el mercado. Intentamos rescatar personas, no sólo preparar profesionales. Trabajamos para sacar de su postración a los chavales con menos oportunidades, al desorientado, al que no tiene ganas de hacer nada, al que nadie exige nada y nadie propone nada bueno. Sacamos a jóvenes del fango para que vivan de verdad, para que tengan horizontes y esperanza, para convertirlos en ciudadanos con las mismas oportunidades laborales y humanas que cualquiera».
Mucho estímulo, poca motivación
Y eso no siempre es fácil. Porque, detrás de las cifras de abandono y de fracaso escolar, de paro juvenil y de jóvenes que ni estudian ni trabajan, hay una caterva de problemas, de apatía, de desnorte y de desesperanza que lastran la vida de esos chicos.
Como explica doña Nicanora Delgado, trabajadora social, profesora y tutora en el Padre Piquer, «uno de los graves problemas de los jóvenes es que, aunque están rodeados de estímulos, les faltan motivaciones profundas, porque nadie se las ha dado. Detrás de los problemas escolares suele haber un patrón similar: tienen problemas familiares, se sienten abandonados, tienen baja autoestima, una mala valoración de sí mismos y poca tolerancia ante la frustración. Si les cuesta estudiar o no entienden algo, abandonan, y ven que, en el sistema, nadie les acompaña, sino que les derivan de un aula a otra, de un programa a otro». Por eso, «se sorprenden cuando te interesas por ellos, por sus problemas y por sus inquietudes, cuando crees en ellos».
Para hacerlo efectivo, en el Padre Piquer «hay tutorías de grupo, y un programa de tutorías personales para acompañar a cada alumno, que se coordina con un Centro de Atención a la Familia, y que, muchas veces, implica acompañar a los alumnos fuera del horario escolar, e incluso cuando acaba el curso, o hasta el ciclo formativo. Porque, cuando crees en un joven y apuestas por él, le quieres, le exiges, e intentas formarle bien y prepararle bien para el trabajo y aún mejor para la vida, se dan cuenta y responden».
Individualismo y falsa felicidad
La psicóloga infanto-juvenil doña Elena Núñez explica que «los adultos somos los niños que fuimos, por eso, la mayoría de los problemas de los jóvenes tienen su origen en carencias familiares: matrimonios rotos, familias inmigrantes que no se han reagrupado, alguien que dicen que es mi madre (o mi padre) pero no lo es, padres y madres que no son conscientes del regalo y de la responsabilidad que implica un hijo, que llegan tarde a casa por el trabajo y meten al niño en mil extraescolares, o le dejan solo en casa o en la calle…». Núñez también denuncia que «los horarios de trabajo no son compatibles con la familia, las políticas propician las rupturas y la desestructuración, y desde los medios se nos dice que no nos merecemos sufrir, que tenemos que buscar el placer y, a la vez, tenemos que ser fuertes para sobrevivir solos. Desde hace décadas, se ha instalado una cultura del individualismo y de la falsa felicidad que genera enormes carencias afectivas, y mucha gente joven tiene grabado en el subconsciente eso de que tenemos que vivir sin necesitar a nadie, y sin esfuerzo, porque esfuerzo se asocia con sufrimiento».
Si no importo, no me importa
La consecuencia es perversa: «Como los padres pasan poco tiempo con sus hijos –constata la psicóloga–, el tiempo en que están con ellos quieren evitarles todo cuanto les exija, o, al contrario, darles muchas cosas, porque en realidad son incapaces de comunicarse, de verdad, con ellos. Y si mi familia no me conoce, si no les importo, si no cuento con los referentes personales más importantes (mis padres y hermanos), si mi hogar no es un lugar donde volcar mis deseos o mis problemas, es fácil que concluya que no le importo a nadie y, por tanto, nada me importe a mí. O que prefiera ser malo, antisocial, o fácil para el sexo opuesto, para que al menos así me hagan caso. Para colmo, si al buscar trabajo me hacen creer que valgo lo que me pagan, y me ofrecen salarios basura, o me invitan a irme del país porque sólo valgo si hay recursos económicos, se genera una mentalidad antisocial muy peligrosa».
Por eso, Núñez recuerda que «lo que marca la diferencia es estar cerca de los jóvenes, preguntarles por su vida, escucharles, ser cercano, y demostrarles que te importan, dando ejemplo del ideal de tu vida, de tu motor, de dónde pones tus esperanzas. Todos tenemos jóvenes cerca (hijos, hermanos, nietos, vecinos…), así que todos tenemos esta responsabilidad».