Pornografía: un enemigo a las puertas de tu casa - Alfa y Omega

Pornografía: un enemigo a las puertas de tu casa

España es el segundo país del mundo, por detrás de Alemania, en consumo de pornografía online; el acceso a páginas porno ya tiene más tráfico que las redes sociales; y la edad de empezar a consumir este tipo de contenidos está en los 11 años. Mientras en Reino Unido se debate en el Congreso cómo limitar (incluso para los adultos) el acceso a webs pornográficas, en España se siguen financiando talleres escolares que proponen la masturbación, se ha multiplicado el consumo y producción de porno casero, y la televisión convierte en héroes a personajes cuyo único mérito es haberse grabado mientras se masturban. Los expertos avisan: la tolerancia social hacia la pornografía tiene dolorosísimas consecuencias personales, familiares, laborales y sociales; y es puerta de entrada para el abuso de menores, violaciones, trastornos psicopatológicos, estafas económicas y otras adicciones como ludopatía, drogadicción y alcoholismo

José Antonio Méndez

«Cada vez que la veo en la tele, me pongo negro. Esta tía era concejal en un pueblo enano y no la conocía ni el tato, hasta que le puso los cuernos a su marido y se grabó con el móvil masturbándose para mandarle el video a su amante. Y ahora…, ¡ahí la tienes! De concursante en el programa de saltar a la piscina, posando en pelotas para una revista, y de contertulia en un programa. Levanta cada mes un sueldazo, ¿y gracias a qué? ¡A romper su familia; a grabar porno casero; y a decirle a la gente que si vives así te va bien en la vida, que no pasa nada! Manda… Si yo te contara lo que estoy pasando…». Quien habla así es Carlos –en realidad, ése no es su nombre, pero nos pide que no le citemos–, un hombre casado y con dos hijas pequeñas, que acaba de cumplir 34 años y está viviendo un auténtico calvario personal y familiar. Cuando era adolescente, se adentró en el mundo de la pornografía y de la masturbación «porque todo el mundo te decía que era lo normal (hasta un psicólogo que fue a mi instituto) y el grupo de amigos te presionaba para que vieras porno y te masturbases –él usa otro término más tosco–, porque si no, eras anormal». Carlos empezó con revistas X que se pasaban unos amigos a otros; luego, con la llegada de Internet, empezó a ver fotografías más explícitas y, después, videos porno, cada vez más fuertes. Sin saberlo, se estaba metiendo en un laberinto del que resulta muy difícil salir y en el que hay atrapadas millones de personas, cada vez más: el de la pornografía.

Los datos del consumo de pornografía, y especialmente del porno online, son inabarcables. Según la revista norteamericana The Week, de los casi 2.400 millones de usuarios que hay en Internet por todo el mundo, casi el 45 % ve pornografía. La epidemia del porno online, titulaba su reportaje. Además, de entre todos los contenidos que circulan por la Red, el 30% son pornográficos, como ha publicado recientemente la web sobre tecnología online ExtremeTech.com. La web X más vista tiene 350 millones de visitas al mes, es decir, el triple que la web de la CNN, y casi las mismas que el conocidísimo portal de videos Youtube –que no incorpora videos pornográficos explícitos, aunque sí cientos de miles de videos eróticos–. La segunda web X más vista no se queda atrás: tiene 100 millones de visitas al mes, en los momentos de más tráfico alcanza las 4.000 páginas porno ¡por segundo! y ya supone el 2 % de todo el tráfico diario de Internet. Curiosamente, la duración media de las visitas a estas páginas es de entre 15 y 20 minutos, el doble de tiempo que pasa un internauta en una web de noticias cualquiera. La popularidad de este tipo de contenidos es tal que, en Reino Unido, el acceso a páginas pornográficas es superior al acceso a redes sociales tan conocidas y visitadas como Facebook, y sólo está por detrás de las entradas en Youtube y en el buscador Google.

A pesar de que casi el 90 % de las páginas pornográficas son gratuitas, el porno es un rentabilísimo negocio para algunos: el portal Yahoo! publicó, en 2009, un artículo que cifraba en 97.000 millones de dólares los beneficios anuales de la industria pornográfica, y señalaba que, antes de la crisis, en 2006, las ganancias que generó la pornografía fueron similares a la suma de los beneficios de Microsoft, Google, Amazon, eBay, Yahoo!, Apple, Netflix y Eartlink juntos.

España, por desgracia, no es en absoluto ajena a este tsunami XXX. Según un estudio publicado por Similarweb, hace sólo unas semanas, el nuestro es el segundo país del mundo, tras Alemania, que más pornografía consume (casi el 10 % de las webs que se visitan cada día en España son de contenido pornográfico); y ocupamos el puesto 13 en producción de porno online, con 935.000 páginas X. Un negocio que mueve casi 10 millones de euros, aunque la mayoría no pasen por Hacienda. Además, la pornografía made in Spain tiene una particularidad: desde el inicio de la crisis, se ha multiplicado el número de personas amateurs que, tras quedarse en paro, se adentran en este turbio mundo para pagar las facturas…, o para vivir muy, muy holgadamente: algunos de estos actores no profesionales llegan a ganar hasta 3.000 euros al mes difundiendo sus videos por Internet -previo pago, claro está-, o a través de chats –también de pago– con webcam.

Mierda adictiva por los ojos

Cuando exponemos estas cifras, Carlos suelta un par de improperios y sigue con su historia. Durante los años en la universidad, salió con varias chicas y mantenía relaciones sexuales con ellas, pero seguía viendo ese tipo de contenidos, porque «todo el mundo da por hecho que es lo moderno, lo actual, lo normal. Un colega me dijo que la adolescencia era el tiempo en el que creías que el porno era transitorio. Así que cada vez me metía más mierda por los ojos, y me masturbaba por cualquier excusa: por estrés antes de exámenes, por haber visto tías buenas al salir de marcha, para celebrar una alegría, para olvidar un disgusto… Si veía una tía guapa en la biblioteca o una pareja de novios por la calle, me imaginaba mil cosas, veía a las chicas como un objeto, te lo juro, y hasta a las novias que tenía, a veces las usaba para desfogarme y me frustraba si no hacían lo que yo quería hacer por haberlo visto en pelis porno. Yo sabía que una cosa es el porno y otra la realidad (sólo tenía que compararme con un actor), pero el deseo de ciertas prácticas sí que te lo mete en el cuerpo. No sé lo que es, pero te engancha».

En efecto, la pornografía tiene un alto poder adictivo que, como explica el doctor José Miguel Gaona, psiquiatra y fundador del Instituto de rehabilitación de adicciones Neurosalus, tiene que ver con la dopamina, la hormona que genera el placer y el deseo sexual, y que se desata de forma incontrolada y artificial al exponerse a este tipo de contenidos: «La pornografía, más que estimular la libido, lo que hace es irritarla. La visualización continuada de pornografía eleva cada vez más nuestro umbral de excitación y hace que necesitemos, progresivamente, material cada vez más fuerte y explícito». Como cualquier otra droga.

Y eso es lo que le ocurrió a Carlos. Con el tiempo, encontró un trabajo, una novia formal «que me hizo sentar un poco la cabeza», empezó a hacer deporte, y «pensé que iba a ir superándolo, porque cada vez me veía más atrapado. No quería pensar que estuviera enganchado, pero en el fondo sabía que, aunque quisiera pasar una temporada sin ver porno, tarde o temprano terminaba por entrar en alguna web de las que ya conocía».

El sueño de todo obseso

El problema es que no siempre iba directo a estos sites, sino que, cuando se planteaba un período de abstinencia del porno, se topaba con demasiados estímulos externos, aparentemente no pornográficos, que le llevaban a cierto grado de excitación. Le ocurrió lo que denunciaba un informe realizado por la Universidad estadounidense de Middlesex, titulado: Básicamente, el porno está en todas partes.

«A veces –explica Carlos, con cierta vergüenza en la mirada–, empezaba viendo películas o series de televisión normales, pero en las que salen muchas famosas desnudas (¿no te das cuenta de que cada vez hay más sexo y más tetas en series normales, como El Barco, Isabel y todas ésas?); o viendo las fotos en plan sexy o en bikini que colgaban mis amigas en redes sociales como Badoo y Facebook; o viendo las revistas del corazón que compraba mi madre, o que venían con el periódico que compraba mi padre los domingos, y en las que vienen anuncios con imágenes super fuertes para el móvil. A veces me valía ver a las chicas por la calle o en el Metro, porque yo no sé quién hará las modas, pero lo de lograr que las chicas marquen las tetas, lleven transparencias y usen pantaloncitos tan pequeños que se les vea parte del culo, es el sueño de todo obseso, en serio. El caso es que, al final, eso me llevaba a meterme otra vez en páginas porno para masturbarme».

Una sociedad hipersexualizada

Lo que describe Carlos no es una mera experiencia personal, sino el reflejo de la sociedad hipersexualizada que ha descrito y denunciado el doctor y psicoterapeuta Carlos Chiclana, experto en tratar a personas con problemas de adicción sexual, en su libro Atrapados en el sexo: cómo liberarte del amargo placer de la hipersexualidad (Almuzara): «Es difícil mantenerse al margen de la avalancha de imágenes que buscan llamar nuestra atención y, a través del valor sexual de las personas, llevarnos a otro lado y condicionarnos como al perrito de Paulov. Esta generalización del uso de los valores sexuales como cebo publicitario y comercial podría considerarse una victoria, y lo es en cierta medida, pero tiene el riesgo de convertirse en un anestésico para la creatividad, para la conciencia y para el criterio personal». Y añade: «Parece que nos hemos acostumbrado a ver anuncios pornográficos, a que en quioscos, librerías y gasolineras haya revistas y videos insinuantes. Intentan colarnos el gol de que no es pornografía, es erotismo», cuando, en realidad, «el erotismo tiene amor, respeto, orden, afecto y libertad, y la pornografía es mercadeo, dinero y desprecio a la persona». Es decir, que «vivimos en una sociedad hipersexualizada en la que se promueven como normales –probablemente por ignorancia– conductas que no lo son, o que son expresión de problemas psicológicos o psiquiátricos. Algunas semanas, los dominicales son auténticos tratados de psicopatología». Y, además, habla de casos concretos: «Algunos parientes mayores dejaban a la vista de los niños material pornográfico que desfiguraba por completo el valor de la sexualidad: esto me escribe una de las personas que han pedido ayuda por estos motivos en mi consulta. Para ella, ver pornografía de niño no le resultó indiferente. Lo que vino después: promiscuidad, abusos, abortos, humillaciones, gastos de dinero y mucho sufrimiento personal, no se lo desea ni a su peor enemigo. Quizá llegue el día en que veamos que se denuncia y se exigen responsabilidades a las empresas que hacen negocio con la pornografía, al igual que ha ocurrido con las tabacaleras».

Sin tiempo para desintoxicarse

También el doctor Gaona explica que, «de una manera u otra, ya sea por exceso o por defecto, nuestra sociedad ha estado sexualizada desde hace generaciones. Lo que ha cambiado son dos cuestiones: la desinhibición de su expresión, y su difusión por medios que hasta hace poco no existían. Y una tercera: la amplia oferta que existe y que provoca que apenas dé tiempo a desensibilizarse de ciertas escenas, ya que una nueva versión de eso se encuentra al alcance de sólo un click».

El problema es que no es sólo una cuestión de sensibilidades heridas. El porno no es inocuo y tiene efectos secundarios más que indeseables en el entorno familiar, laboral y social. Bien lo sabe Carlos. Después de un par de años de noviazgo, se casó, tuvo dos hijas, le ascendieron en el trabajo, sorteó los primeros despidos que hizo su empresa cuando empezaba la crisis y llevaba en apariencia una vida normal. Pero sólo en apariencia. «Veía porno a escondidas: en casa, por las noches; en el móvil, cuando iba en el bus; hasta algún día en el despacho. Me seguía pareciendo lo normal, porque en la tele te dicen que en el sexo todo vale y que consumir pornografía puede ser bueno para desinhibirse, para relajarse, para jugar con la pareja. Yo pasé del cine X profesional a ver más bien videos caseros que hace la gente por webcam, o que graban con el móvil con cámara oculta; me gustaban las escenas cada vez más fuertes y otras en las que salían parejas y chicas adolescentes, que eran o parecían ser menores de edad. Pasaba muchísimas horas en páginas porno, me quitaba horas de sueño y de estar con mis hijas y mi mujer, y como vas de una a otra, más de una vez llegué a webs en las que aparecían niñas pequeñas, aunque ahí cerraba la ventana del ordenador. Cuando pasaba eso era como estar a lo tuyo, viviendo una película de placer, y de pronto ver de la nada un agujero negro, un abismo, que me hacía reconocer que ese mundo es una cárcel, un puto infierno. Otra veces pagué algún sms para bajarme videos, o para descargarme porno de una web en la que hay muchas películas –también normales– para no levantar sospechas…».

Sin embargo, su mujer se percató de que algo no iba bien: «Me di cuenta de que veía a mi mujer como a las otras chicas, o sea, como a un objeto. No podía no verla de esa forma. Discutíamos, la trataba mal, evitaba llegar a casa, la usaba sexualmente, disfrutaba más del porno que de las relaciones con ella… Ella me preguntaba que qué me pasaba, y yo le decía que nada, y que si estaba mal era por el trabajo, por las niñas, o porque ella no me satisfacía. La cosa se puso tan mal que un día me dijo: Si seguimos así, nos separamos. Yo no quería separarme, pero le dije que por mí, mejor, que así podría tener a mujeres de verdad, que no fuesen unas estrechas como ella. Cada vez que me acuerdo de cómo se puso a llorar esa noche, y de cómo nos miraban las niñas, sin entender qué pasaba, me quiero morir». En mitad de esta tormenta, sus jefes le despidieron por descargar pornografía en horas de trabajo «y porque una compañera me pilló a punto de grabarle las tetas con la cámara de mi móvil».

De la cosificación…

Aunque Carlos no lo sabía, le estaba ocurriendo lo que a muchísimas familias encerradas en el laberinto del porno: una encuesta de Focus on the Family revela que el 47 % de las familias de Estados Unidos reconocen que la pornografía es un problema en sus hogares; la Academia Americana de Abogados Matrimoniales ha confirmado que en el 56 % de las rupturas, uno de los cónyuges es adicto a estos contenidos; y un estudio publicado por el Family North Caroline Magazine reveló que el porno hace que aumente la infidelidad en un 300 %.

El doctor Gaona explica que esto es absolutamente lógico. «La consecuencia psicológica de ver pornografía es, principalmente, reducir al ser humano a la categoría de objeto, cosificarlo, olvidando que la sexualidad es una importante modalidad de comunicación. El consumidor de pornografía acaba siendo un masturbador solitario que, incluso, se masturba con el cuerpo del otro cuando mantiene una relación sexual. Se produce falta de comunicación, aislamiento y frustración ante la repetición mecánica de buscar el orgasmo sin llegar a disfrutar del sexo en plenitud». Además, se abre la puerta a otras adicciones: «En ocasiones –explica Gaona, basándose en casos que atiende en la consulta– se combina la masturbación compulsiva con la utilización de drogas que potencien la excitación fisiológica –como anfetaminas o cocaína– y acorten el tiempo refractario (recuperación entre un orgasmo y el siguiente)».

En otros casos, como señala el doctor Chiclana en su libro, la frustración deriva en depresión, ansiedad, trastornos de sueño, e incluso alcoholismo, drogadicción, o ludopatía derivada de los gastos que se producen en chats de contenido erótico. Y en otros tantos, los trastornos sexuales no son sino la expresión de patologías o enfermedades mentales que no han sido diagnosticadas previamente, y que se ven exacerbadas por estos contenidos.

…a la violencia

Si el saldo personal y familiar que se cobra el porno es terrible, no lo es menos el peaje social que hay que pagar. El Departamento Federal de Prisiones de Estados Unidos revela que el 82 % de los pederastas reconocen la influencia del porno (no infantil) en sus delitos; que el porno entre adultos es la puerta de entrada para la mayoría de los consumidores de pornografía infantil; y que, cuando la policía detiene a un delincuente sexual, suele encontrarle abundante material pornográfico. Es como las drogas: nadie empieza consumiendo drogas duras, sino otras más blandas que abren la puerta a una adicción cada vez mayor.

Otro informe de la policía de Michigan, citado en la web RedFeminista (nada sospechosa de conservadurismo), pone de manifiesto que, en un 40 % de los crímenes sexuales, el violador se había estimulado previamente con material porno. De hecho, el debate en Reino Unido sobre la posible prohibición de páginas pornográficas estalló después de que se supiera que un niño de 9 años había violado a una niña de 2, tras haber visto –y querido imitar– películas porno de Internet.

Gracias a su despido, Carlos reconoció que tenía un problema, se sinceró con su mujer y, ahora, combina una terapia psicológica y de desintoxicación (que incluye medicación para bloquear la dopamina), con una terapia matrimonial que les ayude a restaurar las heridas causadas por esta sociedad hipersexualizada, «que no sólo no te advierte de la basura del porno, sino que te anima a que lo metas en tu casa, mientras ellos te meten preservativos, consoladores y sexo hasta en los colegios y en las marquesinas del bus». Al mirar al futuro, hace suyas las recomendaciones que da un paciente del doctor Chiclana, y que éste recoge en Atrapados en el sexo: «Sugiero a las personas que quieran salir de esta cárcel algunos elementos necesarios: sinceridad y docilidad del paciente; realizar un diagnóstico acertado (esto depende del médico); prescribir la medicación correcta (esto también, pero tú puedes mantenerle bien informado de los efectos que te produce la medicación); confianza en el médico; esfuerzo total para realizar lo que mande, que a veces cuesta mucho, mucho, mucho; y la gracia de Dios, porque soy creyente y pienso que es un factor fundamental». Como remata Carlos, con un tono agridulce: «Mi mujer me dice que del infierno se puede salir aunque cueste, porque Uno ya bajó a los infiernos para abrirlos. Yo estoy en ello, a ver si logro salir de una vez. Por lo menos, ojalá que esto que te he contado ayude a que nadie más se meta en este pozo».

La edad de inicio en el porno: los 11 años

A pesar de que lo llamen contenido para adultos, los efectos de la pornografía son malos para los niños y para los mayores. Sin embargo, las deformaciones que produce en los menores la exposición al porno tiene efectos más perversos. Según la página eMarketer, casi 12 millones de niños menores de 12 años han visto videos en Internet, y muchos lo han hecho sin la supervisión de un adulto. Por eso, el 90 % de los niños de entre 8 y 16 años reconocen haber visto algún contenido pornográfico online (la mayoría, mientras hacían los deberes), según el informe Cellphone Safety for kids. Como ha denunciado la asociación Family Safe Media, la edad promedio de iniciación en el porno está en los 11 años. Entre los adolescentes, ver porno es un peligroso hábito: el 80 % de los jóvenes de entre 15 y 17 años ve con frecuencia múltiples escenas de pornografía a la semana. Esto provoca que los casos de adicción al sexo y a la pornografía hayan pasado de ser entre el 3 y el 5 % de la población, en 2011, a casi el 8 % en 2012. Muchos de los menores, además, son objetivo de pederastas que pueden llegar a acosarlos y chantajearlos a través de chats online, y que después intercambian las imágenes sexuales de menores en alguna de las 100.000 páginas ilegales de pornografía infantil que han sido estimadas por Family Safe Media en el informe Current Pornography Satistics, con datos de 2012. La asociación española Pantallas Amigas recomienda a los padres instalar filtros de contenidos, ubicar el ordenador en una habitación común para toda la familia, y, sobre todo, acompañar y dialogar con los hijos sobre los llamados sexting –intercambio de material sexual entre menores–, grooming –el acoso de pederastas por Internet– y sextorsión –el chantaje a un menor después de haber obtenido de él imágenes sexuales–.

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