No maltrates mi fragilidad - Alfa y Omega

Se subió la cremallera del abrigo y miró el reloj. Faltaba media hora. La puerta de la Comisaría de Extranjería se abrió, puntualmente. Entraron unos pocos con cita previa. Los demás hicieron otra fila en el interior. Preguntaron quiénes solicitaban asilo por primera vez.

—Hoy solo pueden 14. Lo sentimos. Los demás mañana.

Después levantaron la mano quienes renovaban su documento acreditativo de la condición de solicitante en tramitación de protección internacional. Se debe hacer cada seis meses. Otros presentaron sus dudas.

Pasamos el arco de seguridad y nos sentamos en la última fila. Teníamos que recoger su documento de solicitante (llamada tarjeta roja). Le habían puesto mal el apellido y la fecha de nacimiento. Estos errores le impedían realizar gestiones.

—Estoy nervioso.

Dos semanas antes la Policía cuestionó este error. No creían que el compañero se hubiese equivocado. Le hicieron muchas preguntas.

—No te preocupes, solo venimos a recoger la tarjeta.

Asintió. Sacó el móvil. Comenzó un juego de fútbol. Una hora después nos llamaron. Pasamos al despacho. Nos recibieron con una sonrisa. El documento estaba, de nuevo, mal. Le pidió por segunda vez la partida de Bautismo. Abrió la mochila. Sacó la carpeta. Las hojas se cayeron por el suelo. Intentó recogerlas rápidamente pero los nervios se lo impedían. Estaba avergonzado. En la mesa de al lado un compañero atendía a una mujer con su hijo de 11 años.

El policía salió de la sala para resolver el problema. Al poco volvió. Le preguntó de nuevo, para contrastar los datos. Se sentó y comenzó a escribir, con gesto serio, en el ordenador. El niño que estaba en la mesa de al lado jugaba con el móvil. Su madre, con cara preocupada, esperaba.

—¡Goooooooool! ¡He ganado!

El niño saltaba por la sala. Su madre le sonrió. Y él, olvidándose de su documento, dijo: «¡Mira, le gusta el fútbol, cómo a mí!» Unos minutos después salimos, tendríamos que volver de nuevo. Una niña esperaba fuera. Mientras bailaba, mirándose reflejada en un cristal, su madre ponía en orden los papeles. Y, sin saberlo, los más pequeños coloreaban aquel lugar hostil, frío, distante.