Que nadie da lo que no tiene es, además de una perogrullada, una realidad como la copa de un pino. Dicho de otra manera: cada cual tiene lo que tiene, y no puede dar más que lo que tiene. Es exactamente lo que le ha ocurrido tanto al que iba a ser nombrado Concejal de Cultura en el nuevo organigrama del Ayuntamiento de Madrid, en el que increíblemente sigue, como a la nueva alcaldesa de la capital de España, que era quien había pensado en nombrar, ¡nada menos que para Cultura!, a semejante lumbrera, dejando meridianamente claro –«por sus frutos los conoceréis»– lo que entienden por cultura estos carmenas y carmonas. Como la realidad es muy tozuda, ha tenido que renunciar a un nombramiento tan luminoso como seductor. Puesto que, en repetidas ocasiones, la nueva alcaldesa ha manifestado su deseo de seducir al personal, he querido recordar, en el Diccionario de la Real Academia Española, qué significa, en primera acepción, el verbo seducir, y he leído textualmente: «Engañar con arte y maña, persuadir suavemente para algo malo». Lo digo, más que nada, para aviso de navegantes incautos… que se dejen seducir por concejales de Hacienda que proclaman que «los ahorros de la sociedad no deben estar en manos privadas». Oiga usted, ¿me quiere decir desde cuándo ahorra la sociedad?
Por dónde van a ir los tiros municipales en la nueva legislatura, allí donde mande PSodemos, ya hemos tenido ocasión de comprobarlo cuando todavía ni siquiera habían tomado posesión de sus despachos «estos chicos tan simpáticos, cambiantes, asamblearios, regeneradores y plurales»: al sucesor de la señora Cospedal en Castilla La Mancha ya le han dicho que se vaya olvidando de ir en la próxima procesión del Corpus, y el nuevo alcalde compostelano, a quien le correspondía hacer la tradicional ofrenda de Galicia al Santísimo Sacramento, en la catedral de Lugo, ha dicho que no quiere hacer esa ofrenda y no ha ido. Los alcaldes que, desde tiempo inmemorial, han tenido el honor de hacerla, no la han hecho a título personal, sino en el desempeño de su específica función pública, en nombre del pueblo al que representan. Que más allá y muy por encima de toda política está, ante todo, ahora también, el honor de Dios y el elemental respeto a las creencias de los ciudadanos.
Bajo el expresivo título Estupidez, Juaristi ha escrito en ABC: «El PSOE no podrá controlar unos pactos municipales nacidos de un resentimiento desmadrado»; he oído a una catedrática de Historia, comunista, hija de padres franquistas, ironizar que «ellos se consideraban vencedores de la Guerra Civil». Al parecer, según ella, no lo fueron. Ignacio Camacho ha avisado de que «el poder local entrega a la izquierda un arsenal de gasto público, chorros de subvenciones, el maná del clientelismo». Quien no quiera verlo allá él; no hay peor ciego que el que no quiere ver.
El último fin de semana de la primavera de 2015 ha sido toda una exhibición de tormentas y de pedrisco arrasador, como una especie de premonición climática, con unas elecciones generales a la vuelta de las vacaciones. Hay quienes quieren consolarse con aquello de lo sabio que es el pueblo. Tal vez lo fue en algún momento, cuando la enseñanza era educación, y no bazofia ideológica abundante e impunemente servida en medios supercomplacientes. Ya se ocuparán los demagogos populistas y sus marcas blancas y franquicias acomodaticias diversas de dorar la píldora de aquí a diciembre, de tirar la piedra y esconder la mano, de no alarmar en demasía al personal.
Ante este futuro «inestable y conflictivo», como lo ha definido un editorialista de ABC, al PP que conserva sólo 20 capitales, a pesar de haber ganado en 40, sólo le queda la opción de plantar cara a la batalla ideológica planteada por la izquierda radical, y hacerlo sin complejos y sin esperar carnets de democracia expedidos por esa izquierda que, como siempre, se sigue sirviendo de la democracia para acabar con ella. Ahora anuncian que quieren activar la reforma de la ley electoral para primar la lista más votada y la segunda vuelta. A buenas horas, mangas verdes. De todos modos, hasta diciembre queda medio año y siguen teniendo mayoría absoluta, pero si se deciden, háganlo ante notario, por favor, no de boquilla.
En cuanto a la alcaldesa de Madrid, cada vez que la sacan en la tele no me da tiempo a cambiar de canal y ya me ha soltado: «Tenemos que cambiar». Oiga, en cuanto yo vea que cambia usted, empiezo yo…