Como insuperablemente ha visto JM Nieto, en la viñeta que ilustra este comentario, la cinta de recogida de equipajes en cualquier eventual aeropuerto de llegada ha sido verdaderamente, aquí abajo, una cinta sin fin para ciento cincuenta seres humanos que, cuando menos se lo esperaban, encontraron su estación Termini en las escarpadas laderas de los Alpes. Es bien cierto que, como dice sabiamente el viejo refrán castellano, «una golondrina no hace verano», y generalizar no es correcto, pero también es verdad que, desde hace algún tiempo, las tétricas golondrinas de la muerte en atentado terrorista, cada vez son más, por todas las esquinas de este esquinado y desquiciado mundo actual, y, cada vez más a menudo, la muerte violenta está dejando de ser una lúgubre exclusiva del horror fanático y alucinado del califato islamista –y a ver cuándo dejan de llamarle Estado, porque no lo es–.
Luis Ventoso ha recogido muy oportunamente, en su columna de ABC, lo que el genial Chesterton escribió, en su garito de Fleet Street: «El suicida es lo contrario al mártir. El mártir se preocupa hasta tal punto por lo ajeno que olvida su propia existencia. El suicida se preocupa tan poco de todo lo que no sea él mismo, que desea el aniquilamiento general». Ese joven alemán, mimado por la vida, asesino múltiple y ocultador retorcido de sus desequilibrios mentales, paradigma de ese sector de las nuevas generaciones al que cuanto más le sobra más ambiciona, y encarnación malvada de la sociedad del malestar por dentro y del bienestar por fuera, del que ya vamos conociendo, por entregas, hasta su tendencia al suicidio, no es que solamente deseara el aniquilamiento general; es que lo ha llevado a cabo con extraña determinación y letal eficacia. Su enfermedad no es una excepción, por desgracia: más que depresión, psicopatía galopante y global.
No hay análisis psiquiátrico que valga para desvelar el misterio del mal y de la libertad del ser humano. La maravillosa libertad, tan imprescindible, no nos hace libres a los seres humanos. Lo que nos hace libres es la verdad, y ese muchacho alemán no del accidente, sino del crimen de los Alpes, estaba enfermo de mentirse a sí mismo mañana, tarde y noche, y de mentir a los demás; no quería enfrentarse a la realidad, a la verdad de su vida, con sus limitaciones tan humanas como contraproducentes para su desmedida ambición y egoísmo. El resultado ha sido el horror y la barbarie. No sé qué le parecerá a usted, pero a mí me resulta revelador, mucho más que curioso, que haya sido precisamente el New York Times –buque insignia de los medios de Norteamérica, donde se fabrican los aviones competidores del avión estrellado contra los Alpes– el periódico que recibió el primer soplo, la primera filtración sobre lo realmente ocurrido. Y también se me antoja que, si en esta ocasión, con sólo una de las dos cajas negras recuperada, lo sucedido realmente se ha podido saber tan pronto, en otros muchos casos, aunque no en todos, también puede ocurrir lo mismo, porque se sabe enseguida bastante más de lo que se cuenta.
Vivimos en una sociedad, bromeaba en serio el humorista Pedro Reyes, que también ha desaparecido prematuramente estos días, en la que todo el mundo busca comunicación, pero resulta que no hay manera, porque todo el mundo está comunicando… No han faltado estos días, en los mentideros y tertulias varias, expertos y expertísimos –¡hay que ver lo que saben algunos que no quieren saber lo esencial!– que han achacado la tragedia de los Alpes a eso tan socorrido de imprevistos o imprevisibles fallos del sistema. ¿La verdad no será que el único fallo es el sistema mismo? A unos les da por el califato y sus atrocidades inhumanas y anticivilizadas, a otros por bloquear la puerta de la cabina y enfilar el morro del Airbús hacia las crestas alpinas, con ciento cincuenta seres humanos dentro.
–Oiga usted, y ¿por qué Bono y ZP, impresentablemente, les bailan el agua, como si fueran sus mayordomos frentepopulistas, a los populistas marxistas en auge y con poder potencial en el horizonte?
–Bueno, eso, y lo de la nueva ruta del separatismo catalanista, mejor lo dejamos para otro día, ¿vale?