Ricardo ha pintado, en la viñeta que ilustra este comentario, la Corona del Reino de España, con la Cruz en lo más alto, en medio de una fuerte marejada, con tiburones estelados y tiburones tricolores, tiburones separatistas y tiburones republicanos, pero la verdad es que no han faltado, y no faltan, exegetas y hermeneutas políticos -es un decir- que han avizorado y avizoran, más o menos en lontananza, eventuales marejadas mayores y han dejado sentenciado que más vale hacer las cosas a tiempo, cuando todavía las encuestas no son demasiado alarmantes, y antes de que todo se ponga peor. Peor, políticamente, se entiende… Económicamente, la tendencia no puede ser más esperanzadora, salvo para los que siguen viendo que la deuda pública nacional aumenta, en vez de disminuir, y para los todavía cinco millones de parados -que se dice pronto- que no ven la mejora de su economía personal y familiar ni en sueños.
Mientras los españolitos de la calle nos disponemos a hacer un máster para aprender a desentrañar el próximo recibo de la luz, o los nuevos parquímetros de Madrid, que ya me contarán ustedes la falta que hacían precisamente ahora 4.500 parquímetros, a seis mil euros cada uno, a la espera de no convertirse en el sueño de algún cafre -¿pero estamos todos locos?-, nos seguimos preguntando por qué misterioso arcano, aquí, cuando quien más quien menos se ha apretado el cinturón, y lo que te rondaré, morena, sin embargo ahí siguen, inasequibles al desaliento, ocho mil y pico Ayuntamientos, las Diputaciones provinciales, diecisiete Autonomías como diecisiete soles, con sus correspondientes diecisiete Parlamentitos, sus cientos de asesores y consejeros, sus tribunales y pseudoembajadas, y el Senado y los diez mil aforados, cuando en Alemania no hay casi ninguno y cuando hasta Su Majestad el Rey se va a quedar al pairo, a no ser que una ley de urgencia y de última hora lo remedie, ya que, claro, en 39 años no ha habido tiempo de arreglarlo…
Resultaría hasta divertido, si no fuera por la pena que da, ver cómo hasta muchos que echan sapos y culebras cuando hablan del imposible e inconstitucional referéndum separatista catalán -que lo es- no tienen reparo en reivindicar el derecho a decidir en un referéndum sobre república o monarquía, cuando es tan imposible legalmente y tan inconstitucional como el otro. Gente que entiende por patriotismo tener la nevera llena quiere y exige ese referéndum, sin acordarse de que el pueblo español ya se manifestó en su día, y el resultado se sienta en los escaños de las Cortes, que tengo entendido que no son otra cosa que la sede de la soberanía popular. ¿Para qué les sirven las consultas y las elecciones a tantos demócratas de boquilla y guardarropía? ¿Para utilizarlas sólo a su conveniencia e interés?
Ahora -más vale tarde que nunca-, empiezan algunos a verle las orejas al lobo en Cataluña, hasta el punto de que, incluso en las portadas de algunos periódicos, el asunto le resta protagonismo a la abdicación del Rey y a la proclamación de su sucesor, quien, por cierto, tendrá su 23-F en lo de Cataluña, no hace falta ser demasiado lince para darlo por descontado. Con su habitual lucidez, José María Carrascal ha escrito en ABC, bajo el título ¿Otro 14 de abril?: «En democracia, sólo hay una mayoría: la que sale de las urnas. Y sólo sobre ella se puede gobernar un país. Hay quien quiere aprovechar la abdicación del Rey para traer la república, como se aprovecharon las elecciones municipales de 1931 para echar a otro, pero la democracia no se basa en referendos». Mientras tanto, Convergencia y Unión parece renunciar definitivamente a su credencial de partido institucional, al anunciar que se abstendrá en la votación de la ley orgánica de la abdicación de don Juan Carlos de Borbón. Con su pan se lo coma.
Por lo demás, tampoco dejan de asomar acomplejamientos acomodaticios donde menos deberían asomar. ¿De verdad, en una nación como España, puede estorbar la Cruz, hasta el punto de que la mayoría asuma el trágala de la minoría? Y otra preguntita de nada: visto lo visto, por ejemplo, en la Unión Soviética, durante tres cuartos de siglo y lo que ha ocurrido después, ¿de verdad cree alguien que se puede borrar a Dios de la historia del mundo, o de un pueblo con la vida, la historia, las raíces y el código genético del español? ¿Acaso el querer borrar lo esencial no demuestra el más explícito de los reconocimientos? Hay intentos de silenciamiento de la irrenunciable y esencial dimensión pública de la fe que son clamorosos.