No es verdad 806 - Alfa y Omega

Es difícilmente superable lo que Montoro ha sintetizado en la viñeta que ilustra este comentario. Difícilmente se puede decir mejor. Desde el más verdadero y sincero respeto —el respeto verdadero no consiste en esconder la verdad—, frente a la tragedia de cuatro jóvenes vidas asfixiadas en una macrofiesta cargada de irresponsabilidades, conviene preguntarse qué le pasa a esta sociedad nuestra en la que se considera normal que unos hijos desaparezcan de casa, un viernes o un sábado por la noche, hasta la madrugada siguiente, en botellones incontrolados y cargados de riesgos de todo tipo. Ya sé que no faltará el listo de turno que considere y llame aguafiestas a todos los que echamos de menos un mínimo de sensatez, de sentido común y de responsabilidad; pero ni esas macrofiestas —los jóvenes supervivientes amigos de las víctimas hablan de música enloquecedora— tienen nada que ver con lo que es una fiesta verdadera, ni puede haber nadie responsable que ignore que esta sociedad nuestra está seriamente enferma. Lo sucedido en el Madrid Arena no es más que el más reciente —ojalá fuera el último— botón de muestra; a todos los niveles, la crisis moral, causa de todas las demás, es más que evidente, e intentar camuflarla o ponerle paños calientes sólo añade irresponsabilidad a la irresponsabilidad rampante, a veces incluso indecentemente exhibida y lamentablemente impune. A quienes editorializan que Es imposible garantizar la completa seguridad de una multitud cabría sencillamente plantearles la pregunta: ¿Por qué cuando las motivaciones y el buen sentido predominan en el ambiente es mucho más difícil que sucedan incidentes graves? No es cuestión de control; es cuestión de una educación verdadera; en definitiva, de haber encontrado el sentido de la vida, y esto no parece tan difícil de entender.

En otro orden de cosas, el político, viene a ocurrir tres cuartos de lo mismo. Aquel lucidísimo intelectual que fue Indro Montanelli decía que «la hipocresía es el tributo obligatorio que el pecado paga a la virtud». No se puede decir mejor; y, en estos tiempos de déficits de todo tipo, si verdaderamente se puede hablar de superávit en algo es del superávit de hipocresía: desde los dreamers a lo Obama, en las elecciones norteamericanas, hasta los políticos que confunden la prudencia con la cobardía y la moderación con la falta de compromiso y de exigencia. A quienes, hasta ahora, impunemente exigen —como por ejemplo en Cataluña o en Vascongadas— el derecho a decidir, hay que decirles, sin confundir prudencia con cobardía, que muy bien, que naturalmente, pero que derecho a decidir lo tenemos todos, no sólo ellos, y en igualdad de condiciones. A los peligrosos títeres, con patológicas megalomanías, va siendo hora de pararles los pies de una vez; primero, por su propio bien, para curarles de sus patologías; y, segundo, por exigencias de justicia irrenunciables. Y hay que hacerlo sin contemplaciones, antes de que sea tarde y no haya más remedio que enfrentarse a hechos consumados. Que el señor Presidente del Gobierno, o el señor Fiscal General del Estado hagan llamamientos loables a que respeten las leyes quienes llaman abiertamente a incumplirlas está muy bien, pero a ver si les va a pasar, en política, lo que nos está pasando a todos en economía: que por no parar los pies a tiempo a los supervisores de nubes, a lo Ramón Gómez de la Serna, tienen que dedicar todos sus esfuerzos durante años a desfacer los entuertos de los ZP de guardia. Con una diferencia: que los problemas de dinero, antes o después, se arreglan con dinero; pero los problemas políticos, como la unidad de España, o los educativos, o los morales, no. Ése es otro cantar y, en definitiva, es una cuestión de decencia moral. Por mucho, por muchísimo menos de lo que hacen algunos de estos megalómanos provocadores, hay gente a la que se le manda a la Guardia Civil a casa y se les imponen multas perfectamente disuasorias. Con lo que alguno de estos irresponsables se ha gastado en Moscú en un viaje, además de inútil, humillante, no tendrían problemas a fin de mes varios pensionistas, o varias viudas, o varios farmacéuticos. Con la jubilación que se ha garantizado, de 50.000 euros vitalicios, Pachi López por tres años como lehendakari, ocurriría tres cuartos de lo mismo. Ya está bien, ¿no?