Navidad es una flor - Alfa y Omega

Me dicen unos amigos que se marchan a Bali porque no soportan la Navidad. Son dos personas ricas y bien relacionadas, así que me extraña tanto rechazo hacia la parafernalia y las reuniones obligatorias.

Delante de mi árbol y mi belén obligatorios, me pregunto por qué subo las pesadas cajas de adornos del trastero, por qué me dejo la espalda colgando estrellas, por qué desplazo los muebles para dejar sitio al buey y la mula. Nos ha nacido un Salvador, dice la liturgia…, y a mucha gente le suena como una profecía maya ininteligible, por culpa de la pérdida de la tradición cristiana.

Soy muy afortunada de saber que lo que se nos anuncia es que viviremos para siempre, que no moriremos jamás; que ya no tenemos que arrastrar por la vida el peso de nuestros pecados y que la culpa ha sido asumida toda por ese pobre cuerpo colgado de la cruz.

Yo creo que a mis amigos que se van a Bali les interesa tanto como a mí la vida eterna o el perdón. Es sólo que, para obtenerlos, hay que ponerse de rodillas, y hay quien no lo soporta.

La salvación no acontece sin el permiso de uno; Dios es absolutamente respetuoso con la libertad del hombre, y de ahí que las Bienaventuranzas hablen de los sencillos de corazón y los humildes.

Recuerdo aquella narración en la que un oficial nazi condenado a muerte es conducido a través de un patio de hormigón al patíbulo y descubre una minúscula florecilla abriéndose paso trabajosamente a través del muro de cemento y dirigiendo la pequeña corola al sol. El soldado nota cómo el corazón se le inunda de calidez y ternura mientras reconoce en la plantita el sabor de la esperanza, y comprende que, haya hecho lo que haya hecho, también él tiene un sitio en el corazón de Dios. Está a punto de pedir perdón y entregarse, cuando algo se frena en seco en su interior: ¿Humillarme? Jamás, antes morir matando, y aprovecha un descuido de los carceleros para alargar la pierna y destruir de un pisotón la flor. En ese momento le invade una salvaje sensación de triunfo, la furia del que ha ganado a sangre su condena.

Se me ocurre que Navidad es esta pequeña planta. Para el que la recibe de rodillas, cada bombilla, cada espumillón, cada pastor es un motivo de memoria y de alegría. Para el que se obstina en seguir afirmándose a sí mismo, es, por el contrario, un insoportable recordatorio.

Desde este punto de vista, tiene que resultar muy irritante todo, desde las luces de las calles hasta los villancicos en los establecimientos, desde el belén hasta las cenas familiares. Porque todo invita a arrodillarse y todo exige el esfuerzo de pisar una y otra vez la pequeña florecilla que revela la verdad de uno mismo. Bien pensado, no me extraña que mis amigos tengan que huir a Bali.