Luz amable - Alfa y Omega

Este lema que ha presidido la visita del Papa Benedicto XVI al Reino Unido, fue el elegido por el ya beato cardenal Newman, cuando fue nombrado cardenal por el Papa León XIII. Los especialistas sobre esta gran figura de la Iglesia católica y anglicana, lo han interpretado desde diversas perspectivas de su vida y personalidad. Yo quisiera fijarme en una de ellas por su actualidad para el hombre de hoy.

Si yo tuviera que poner un calificativo a la conversión al catolicismo del cardenal John Henry Newman sería el de que fue una conversión en conciencia. Quien había sido intelectual y clérigo brillante de la Iglesia anglicana, llevado por un amor inquebrantable a la verdad, después de años de reflexión, estudio y oración, llegó a la conclusión de que era en la Iglesia católica donde la Iglesia original de Cristo se había conservado en su integridad. Como consecuencia de esta certeza, pidió ser recibido en la Iglesia católica. Este paso le costó un gran desgarro interior, pues amaba profundamente a la Iglesia anglicana y, además, su conversión le trajo más dolor, incomprensión y soledad. Durante un largo período de su vida, se convirtió en bandera discutida tanto para anglicanos como para católicos. En el tiempo posterior a su conversión, y a pesar de los muchos sinsabores y frustraciones que le fueron sucediendo, se mantuvo inconmovible en la defensa y transmisión de esa verdad que había ido descubriendo progresivamente en ese diálogo a dos, de corazón a corazón, que se produce entre el alma y Dios, y que definió toda su trayectoria vital.

Esta inquebrantable lealtad a su conciencia hace de John Henry Newman un hombre profundamente anclado en la modernidad. En él recibimos una respuesta clara a la cuestión religiosa que se plantea en las sociedades de hoy. Ante el agnosticismo de muchos y el relativismo tan extendido, que promueve una religión blanda de corte subjetivista, sin propuestas de valor permanente, en la que cada uno se fabrica su propio dios y su propia religión, la vida y la obra de este nuevo Beato afirma la posibilidad de creer y conocer a Dios, y que las verdades doctrinales y prácticas de la Iglesia, si bien adquieren un desarrollo con el tiempo, no cambian en lo sustancial.

La conversión de John Henry Newman fue un camino continuo de búsqueda personal, con un corazón abierto y siempre dispuesto a convertirse de nuevo, en la medida en que esa Verdad se le iba revelando con más claridad y se le hacía más interpeladora. Su camino de fe fue verdaderamente heroico, pues le exigió radicales renuncias, constantes cambios y el sacrificio de lo más querido, incluso de sí mismo, por fidelidad a esa luz que el llamó, en un poema, Luz amable. Esa luz fue resplandeciendo en su interior de forma cada vez más intensa y ha acabado por alcanzar a católicos y anglicanos. Sin duda, luce ya en la alborada del día, no tan lejano, de la reconstitución de la unidad que nunca debió romperse. Para terminar, me quedo con una frase suya: Vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado muchas veces.

Mercedes de Soto