La acogida en la prensa de la Exhortación Evangelii gaudium no podía haber sido más efusiva. «La alegría del Evangelio constituye una bocanada de aire fresco, de sencillez y de optimismo que ha impresionado a sus primeros beneficiarios: los vaticanistas, un público curtido en documentos papales y difícil de impresionar. Varios periodistas veteranos comentaban que, por primera vez, un texto del Papa les hace reflexionar sobre su propia vida y les empuja a abandonar actitudes altivas y de indiferencia, contagio de una cultura individualista y consumista», escribía en ABC Juan Vicente Boo.
«Yo, sinceramente, les recomiendo de verdad que la lean», dice en un vídeo, en El Mundo en Orbyt, Irene Hernández de Velasco. «Está escrito originalmente en castellano; de hecho, es el primer documento del magisterio de un Papa escrito en esa lengua, con un lenguaje accesible y directo, y es un documento excepcional al que creo que no resulta exagerado aplicar la palabra revolucionario».
La Razón hablaba, en su portada, de «La revolución Francisco», y el editorial de Vida Nueva presentaba un «texto ilusionante»; «una sacudida de alegría contagiosa en la que se llama a todos los bautizados» a volcarse en la misión «y compartirla» con los demás. «Como sucedió en el Vaticano II, no hay cambios doctrinales. Todo empieza por una sencilla invitación a dejarse encontrar por Jesús».
Tan amplia como la temática de la Exhortación, es la cobertura en los diversos medios y países. La claridad y la frescura del lenguaje es una constante en países de lengua hispana. Ese mismo lenguaje ha sido la causa del peor dolor de cabeza, en muchos años, para los traductores del Vaticano. Las versiones en polaco y alemán han tenido que ser retiradas por sus fallos al tratar de encontrar expresiones equivalentes a los giros coloquiales que utiliza el Papa en el documento.
La comentarista económica del británico The Guardian, Heidi Moore titula: «El Papa Francisco entiende la economía mejor que la mayoría de políticos». También en la prensa de EE. UU. se subraya la parte económica del documento: «Una salva contra el capitalismo global», dice el Wall Street Journal, y el Washington Post lo compara con un manifiesto del movimiento Occupy Wall Street, y llama la atención sobre el descontento en algunos sectores del Partido Republicano.
Aquí es donde el texto comienza a convertirse en pretexto de interpretaciones de tipo ideológico, como si se tratara de un documento de condena dirigido contra la derecha política, o ciertos sectores conservadores de la Iglesia. Comienza el análisis de El País: «El Papa Francisco deja claro que la Iglesia actual, su Iglesia, no le gusta». El diario da también la palabra a Hans Küng, que lamenta que el Santo Padre no se atreva a dar el salto en temas como la ordenación de las mujeres y el aborto. Y se pregunta por los motivos: «¿Sigue el Papa emérito Ratzinger actuando como una especie de Papa en la sombra a través del arzobispo Müller y de Georg Gänswein, el secretario personal de Ratzinger y Prefecto de la Casa Pontificia?».
Desde Páginas Digital, José Luis Restán lamenta que muchas cabeceras están «encantadas, no por el contenido real» de la Exhortación, «sino por la supuesta aceptación del espíritu del siglo», mientras sistemáticamente silencian aspectos menos políticamente correctos de su magisterio. Y advierte también de que hay «otro frente, minoritario pero significativo, enrabietado por el supuesto izquierdismo de Francisco».
Pero quizá lo más grave de todas esas polémicas es que eclipsan lo sustancial de un gran documento no sólo programático para el pontificado, sino para toda la Iglesia: «Francisco pide (casi diríamos que exige) una conversión de todo el pueblo, desde el Papa, hasta el último cristiano de cualquier aldea perdida», escribía Restán en otro artículo. «Para él todo, costumbres, horarios, ropas, lenguajes y estructuras, debe convertirse en cauce adecuado para la evangelización del mundo, no para la autopreservación. Ya no basta la administración de lo que tenemos, hace falta salir con la alforja, el bastón y las sandalias, con el único recurso de la fe vivida a campo abierto».