Está de moda hablar, escribir, debatir, no sé si reflexionar y pensar, sobre la crisis del periodismo. ¿Y qué pasa con la crisis de los periodistas? El periodismo estará en crisis mientras los periodistas no tengan maestros y no aceptemos el magisterio como forma de sabiduría. Ahora que se habla tanto de periodismo ciudadano, no debemos olvidar que la diferencia entre el periodista y el ciudadano no tiene nada que ver con su respectivo lugar de trabajo, sino con su manera de prestar atención a la epidermis del mundo. El periodista ve el mundo con sorpresa; el ciudadano, con rutina.
Estas reflexiones, y las que mantengo en amistosa correspondencia con mi querido Miguel de Santiago, acerca de si es posible una categorización de las generaciones de informadores religiosos en España que nos ha propuesto, viene al hilo de la noticia del fallecimiento, hace unos días, en Burgos, del sacerdote, religioso carmelita y periodista ejemplar Eduardo T. Gil de Muro, maestro de periodistas y componente de una generación de periodistas de información religiosa que parece no tener relevo. El padre Gil de Muro pertenecía a esa raza de sacerdotes y periodistas formados en la Escuela Oficial de Periodismo, que supieron convertir el arte de la noticia, del comentario, de la columna, en género de Evangelio. Nos dejó perfilada su biografía en el carnet de identidad de su blog: «Una tarde del 9 de septiembre de 1940, me encontré en el colegio que el Carmelo tenía en Calahorra. Yo venía de Arnedo, en La Rioja, y me puse a estudiar como buen doctrino. Seguí —doce años doce— alimentando letras y macerando espíritu. Y llegué a cura del Carmen y a alguna cátedra de Seminario. Luego vino América y una pastoral de vanguardia en la que hubo que apretar los machos, que dicen los toreros. En aquellas tierras hubo que hacer de todo: párroco, articulista, director de una revistilla popular, ensayos en radio y en cine. Interludio conventual en España, al regreso, y desembarco en el periodismo de la Escuela Oficial, de Madrid. Colaboraciones en revistas y periódicos, entrada en TVE y estreno de programas religiosos. Nos inventamos la misa de pueblo en pueblo. Y montamos una plaza de pueblo en que se hacían últimas preguntas. Y fuimos a parar a un espacio que se llamaba sin pudor alguno el pueblo de Dios. Y digo que dimos con ello porque nunca debo olvidar al estupendo equipo que tuve en esas andaduras».
Mucho tiempo dedicó el padre Gil de Muro a escrutar las almas de los santos y a convertir su santidad en titulares periodísticos. Y mucho éxito tuvieron sus libros sobre Edith Stein, Juan de la Cruz, Teresa de Calcuta, Francisco Palau, Rafael Arnáiz, El Pelé, Isabel de la Trinidad, Teresa de los Andes, Cristóbal de Santa Catalina, Eufrasio de la Cruz, José Kentenich, entre otros. Si durante años su libro sobre la televisión y la familia alentó la conciencia cristiana sobre este medio, sus esculturas de la espiritualidad hicieron que su pluma corriera por entre las páginas de la eternidad con la tinta del amor incondicional a Dios y a Jesucristo, y a la Santísima Virgen del Monte Carmelo. Descanse el padre Eduardo T. Gil de Muro en paz y en amena conversación con todos los protagonistas de sus desvelos.