Ilusionados con su mensaje y con alegre esperanza - Alfa y Omega

Ilusionados con su mensaje y con alegre esperanza

«Con agradecimiento por su presencia, ilusionados con su mensaje y con alegre esperanza»: así recibe al Papa una variada representación de la sociedad civil española, que está viva y espera que Benedicto XVI la ayude a crecer, invite a los jóvenes a buscar la verdad -la Verdad- y a seguirla, y fortalezca a las familias

Redacción
Benedicto XVI pronuncia su Lección Magistral en la Universidad de Ratisbona (Alemania), en septiembre de 2006

Testigo de la Fe, paladín de la razón
Teófilo González-Vila, exdirector general de la Alta Inspección del Ministerio de Educación

Gracias, Santo Padre, que nos confirmas en la fe y nos enseñas a desplegar sin miedos, plenamente, las alas de la razón. A un periodista le decía Su Santidad no hace mucho: «Pienso que, ya que Dios ha hecho Papa a un profesor, quería que (…) en especial la lucha por la unidad de fe y razón pasara a primer plano». El profesor que ahora es Papa, el Papa maestro, nos previene contra las patologías que puede experimentar nuestra vivencia de fe cuando nos amparamos en ella para buscar poder, y las patología que sufre una razón engreída y, a la vez, empequeñecida que mira sólo por el lado de lo experimental, desvinculada de la sabiduría ética, hasta llegar por ese estrecho camino a la terminal de la bomba atómica y de la bomba genética, a la ceguera antropológica… Gracias, Santo Padre, testigo de la fe y paladín de la razón, por recordarnos, como aquel día de recuerdos profesorales en Ratisbona, que, junto a su uso científico, su capacidad de dominar el mundo material, la razón puede y debe, en su uso metafísico, llevar cada vez más alto su anhelante vuelo hacia lo transcendente. Gracias, Santo Padre, por enseñarnos una y otra vez que el Logos infinito, la Mente absoluta, la Razón creadora es Razón amante, es Padre, del que somos, en Cristo, hermanos con la gracia del Espíritu. Gracias, Santo Padre, por recordarnos que laicidad democrática es la que no acalla la voz de la conciencia, ni impide que resuene el nombre de Dios en la plaza pública, sino la que hace posible el concurso de todas las voces en busca de la verdad, como condición y garantía de una convivencia sociopolítica plenamente humana. Gracias, Santo Padre, porque en medio de un mundo amenazado por la sequedad destructora de la mentira, atizada siempre por el mal, te acercas a este caluroso agosto de Madrid de España para encontrarte con el mundo entero en sus jóvenes y refrescarnos a todos con el vivificante rocío de la amante verdad de la que eres nuestro más alto testigo y más firme baluarte, la Verdad de Dios en Jesús de Nazaret y con su Espíritu.

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Motor que impulse a la sociedad
Luis Carbonel Pintanel, presidente de CONCAPA

Benedicto XVI ha visitado ya varias veces nuestro país, y a lo largo de este último año es la segunda vez que viene a vernos (tras visitar Santiago de Compostela y Barcelona). Además, ha manifestado claramente su aprecio por los españoles, por su vitalidad de fe que —dice— llevamos en la sangre, lo que le agradecemos muy sinceramente.

Como presidente de la primera y mayor organización de padres de familia, una entidad católica con más de tres millones de familias, quiero darle al Santo Padre nuestra más cordial bienvenida, deseando que esa vitalidad de fe crezca con su presencia, para dar verdadero testimonio de nuestras creencias y para que las familias y los jóvenes cristianos seamos capaces de construir una sociedad mejor y más justa.

No hay duda de que la Visita del Papa será, una vez más, motor que impulse a toda la sociedad española, por lo que el acontecimiento no puede ser más necesario y más deseado por todos nosotros. Desde aquí, nuestra más calurosa bienvenida.

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El padre de los hijos pródigos
Mercedes Salisachs, escritora

Según el relato de la Biblia, el hijo pródigo, arrepentido de sus desmadres, volvió a la casa del padre para suplicar que lo aceptase incluso como un sirviente. Pero los tiempos han cambiado, los hijos actuales han debilitado tanto sus conocimientos éticos impuestos por el hombre, como si el hombre fuera Dios, que el Padre, consciente de sus desorientaciones, no ha vacilado en trastocar el orden del relato bíblico y, lejos de esperar que los hijos vayan a su encuentro, ha decidido ser Él quien vaya a buscarlos para explicarles la realidad que precisan.

Creo que ésa es la verdadera razón del viaje del Papa a España para presidir la Jornada Mundial de la Juventud. Benedicto XVI conoce perfectamente lo que ocurre en España. Lo demostró cuando, sin titubeos, declaró abiertamente que nuestro país es ahora un calco de lo que fue en los años 30. Es indudable que la juventud de ahora anhela casi desesperadamente sentirse comprendida, amparada y protegida. Los gestos rebeldes que a menudo escandalizan a la gente sensata no son gratuitos: son lógicos porque, lamentablemente, las puertas que se han cerrado a la verdad, les impiden conocerla.

De hecho, nadie les explica la realidad de tantos desastres que el llamado progreso permite: romper a martillazos estatuas sagradas, prohibir cruces, quemar iglesias, considerar que la religión cristiana es propia de mentes debilitadas y retroactivas. Pero ese tipo de progreso no acaba de convencer a nadie. Lo que se reviste de odio y egoísmo, acaba por convertirse en un montón de derribos que sólo sirve para entorpecer los caminos hacia la paz, el bienestar y la esperanza.

La juventud se nota vacía, despojada de ilusiones y llena de problemas que, por mucho que lo intenten, no pueden resolver. Les faltan apoyo, soluciones, esperanzas y comprensión que, por estar vetadas, son inaccesibles.

Por eso, el Papa tiene tanto empeño en acercarse a la juventud. En el fondo, de esa juventud depende el futuro. El Papa sabe perfectamente que la solidez o el desfalco de un país no dependen de los viejos, sino de los jóvenes. Por eso viene sobrecargado de un amor paterno para derramarlo sobre los jóvenes de España.

El amor, que sin duda predicará, no es un amor con reflejos de luna, sino con reflejos de sol (la luna no tiene luz, aunque parezca luminosa). Mucho aprenderá la juventud del Santo Padre. Seguramente les dirá que el odio no sirve para mantener la paz y que la caridad es mansa y alegre; mientras que el egoísmo, la envidia y la codicia son armas letales.

Recuerdo que, en cierta ocasión, un diario, tiempo atrás, se refirió tajantemente a Su Santidad definiéndolo como merece: «Benedicto XVI es un Pontífice valiente, pero no revolucionario». La revolución no sirve para convencer, y este Papa llega a España, no sólo por amor a nuestra tierra, sino para orientarla y señalarle el verdadero camino de la felicidad.

La juventud nuestra está ansiosa de escucharle y meditar lo que dice, y prepararse para poder transmitirla en la madurez. Y también para que no olviden que los primeros discípulos de Jesús eran también muy jóvenes y que el más joven de todos, san Juan, fue el discípulo amado y entrañable a quien encargó que velara por el ser que más quería: Su madre.

En ocasiones, los más jóvenes, bien orientados, son los mejores discípulos de los viejos.

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Falsas paradojas
Andrés Ollero Tassara, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos

En su reciente libro-entrevista (tan lamentablemente traducido, por cierto) afirma Benedicto XVI: «Los viajes representan siempre grandes exigencias para mí. Realmente no tengo fiebre de candilejas»; pero añadirá más abajo: «Las Jornadas de la Juventud se han convertido en un auténtico regalo». Una aparente paradoja: el contacto con un público presuntamente difícil y lejano se convierte, para alguien poco amigo de la comunicación de masas, en un regalo. Me resulta muy fácil constatar que tal paradoja no existe. Hace ya más de cuarenta años, compartiendo en pleno 68 la Semana Santa romana con miles de universitarios de todo el mundo, oí a san Josemaría afirmar que no era cierto que la Iglesia estuviera sufriendo una grave crisis, por su alejamiento del cambio experimentado por la sociedad; era en realidad la sociedad la que sufría una profunda crisis como consecuencia del alejamiento de su esencial misión apostólica que la Iglesia experimentaba.

En continuo contacto profesional con jóvenes universitarios, no salía de mi asombro cuando, en ambientes clericales, se los pintaba como una generación perdida, incapaz de asimilar las exigencias cristianas y portadora de una nueva concepción del mundo a la que la Iglesia no habría sabido adaptarse. Me sentía rodeado de jóvenes llenos de ilusión, inquietos por descubrir la verdad y dispuestos a seguirla, siempre que alguien con un mínimo de convicción les invitara a buscarla y a hacerla propia. Aquella experiencia romana era buena prueba de ello. Por eso, cuando Juan Pablo II aplicó, con las Jornadas Mundiales, una lente de aumento a ese mismo fenómeno, que él mismo había vivido en más duras circunstancias, se produjo un milagro sólo aparente: la verdad atrae cuando se la presenta como afirmación positiva y plenificante. Aburre cuando, presentada como una sarta de prohibiciones negativas, se la ofrece devaluada con tentadoras rebajas. Evidentemente, eso sólo podía atraer a alguien más bien viejo; por fuera y por dentro…

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El antídoto contra la ideología
Benigno Blanco, presidente del Foro Español de la Familia

Para las familias españolas, el Papa es la voz que nos defiende con más coherencia, profundidad y comprensión en estos tiempos ideológicamente turbulentos, en que el relativismo y la renuncia a la razón ponen en peligro la esencia de lo humano en las convicciones de tantos. Por eso, recibimos al Papa Benedicto con agradecimiento por su presencia, ilusionados con su mensaje y con alegre esperanza: sabemos que su nítida apuesta por la razón y la verdad de la naturaleza humana, iluminará las conciencias y fortalecerá a las familias al sembrar en nuestros hijos, los jóvenes, semillas de trascendencia. Para los padres, nuestros hijos son lo más importante. Queremos que sean felices y buenas personas —¡santos!—, porque los amamos con locura. Y, por ello, queremos transmitirles la mejor tradición humanista y cristiana sobre la verdad del hombre, sobre la verdad sobre ellos mismos. A veces, esto es difícil en una sociedad como la nuestra, donde fuerzas poderosas y mentirosas pretenden engañar a nuestros hijos sobre su propia verdad. Confiamos en que el Papa nos ayude con la fuerza de su palabra, el poder de su convicción y la eficacia del Espíritu Santo que le acompaña, a educar a nuestros hijos, los jóvenes de hoy, en la verdad sobre el hombre.

La visita a España del Papa para celebrar entre nosotros la JMJ la vemos como un gesto de cariño y de amorosa predilección por las familias españolas. Le esperamos como a un buen pedagogo de la familia que nos ayudará a impulsar en nuestros hijos ideales nobles, convicciones firmes, ansias de eternidad y compromisos de amor fiel. Sabemos que el Papa conoce nuestras dificultades e incertidumbres, la fuerza política de la ideología de género en nuestra sociedad, la banalización de la sexualidad que se promueve entre nuestros jóvenes…; y sabemos que el Papa nos trae el antídoto en su sonrisa, su palabra, su doctrina, su ejemplo. ¡Gracias, Santo Padre!

Con el cardenal Rouco —¡gracias por invitarle, don Antonio!—, las familias españolas esperamos al Papa con ilusión y agradecimiento anticipado por la sana influencia en nuestros jóvenes que tendrá su presencia en las tierras hispánicas. Le agradecemos de antemano al Santo Padre su ayuda en la educación de nuestros hijos, los jóvenes de hoy, para hacer de ellos buenas personas, ¡santos!

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Mucho más que un programa especial
Fernando Giménez Barriocanal, presidente y consejero-delegado del Grupo COPE

Quienes trabajamos en los distintos medios del Grupo COPE, somos especialmente sensibles al valor y significado de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Desde nuestro peculiar observatorio, sentimos muy viva la contradicción entre la sed de significado, de verdad y felicidad, que se expresa en la vida de los jóvenes, y el vacío de tantas propuestas que se les ofrecen como mera distracción.

La JMJ convierte a los jóvenes en protagonistas, precisamente porque los convoca con una propuesta que les habla al corazón, que toma en consideración sus preguntas más vivas, sus deseos y también sus decepciones. Esa propuesta no es otra que el Evangelio vivido en la Iglesia. Una propuesta que les dirigirá, personalmente, el sucesor de san Pedro, Benedicto XVI, un hombre que, en sus seis años de pontificado, ha demostrado una especial sabiduría para hablar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Para la COPE, la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2011 es una preciosa tarea desde hace ya largos meses. En una sociedad con tanto ruido como la nuestra, es importante distinguir las voces de los ecos. Es importante abrir caminos y ventanas a esta gran propuesta, a sus ofertas y contenidos, a los testimonios que ya suscita y que, sin duda, suscitará. Somos muy sensibles a los aspectos visibles de este acontecimiento: no en vano, reunir a dos millones de jóvenes en torno al Papa, en una gran metrópoli europea como Madrid, es ya un hecho de relevancia histórica. Sabremos transformar cada imagen y cada gesto de esa semana, en palabra que llegue e interpele a nuestros oyentes en directo.

Pero no nos contentamos con eso. Queremos ser un cauce para transmitir la palabra de Benedicto XVI y un espacio para comprenderla y proyectarla al mundo. La COPE será, en fin, un lugar de diálogo y de comunicación, para toda la vida que, sin duda, surgirá de este encuentro. Las familias cristianas, los voluntarios, las nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, las parroquias y los movimientos: todo este bullir de vida vibrará a través de las ondas, gracias a un equipo entusiasta de profesionales, que dará lo mejor de sí mismo. Ésa es nuestra vocación, y con la ayuda de Dios lo lograremos.

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Una esperanza que no defrauda
José Luis Restán, director editorial de la Cadena COPE

Es ya un clásico oír en ciertos ambientes que la Iglesia es incapaz de conectar con los jóvenes, que su propuesta no puede decir ya nada a su corazón cargado de deseos, a su búsqueda y a su rebeldía. Juan Pablo II sabía de estas cosas, él había pasado días y noches con los jóvenes a la luz de las estrellas, hablando del amor y del dolor, de la vida que explota como una promesa y después parece deshacerse en frustración. Y el gran Papa polaco tuvo la intuición genial: suscitar una modalidad nueva, un instrumento para extender y prolongar ese diálogo de vida entre Cristo y el corazón de los jóvenes de esta época. Ya no sería a los pies de los montes Tatra, sino en las campas de Denver, en las avenidas de París, en la bahía de Sídney o en nuestro querido y viejo Madrid. Un lugar para que se encuentren el deseo y su respuesta. No un entretenimiento, que después se esfuma, dejando un sabor amargo, sino una verdadera fiesta del corazón. Pues, como ha dicho agudamente Benedicto XVI, nosotros podemos organizar la fiesta, pero la alegría sólo puede venir del Espíritu Santo. Para los jóvenes de varias generaciones, las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido jalones reales de su propia vida, de sus afectos y sus estudios, de sus proyectos e ilusiones, sobre todo han sido y son un espacio en el que despunta la vida como vocación, como respuesta a la llamada de un Amor que te dice: ¡Camina! El próximo agosto en Madrid, Benedicto XVI recordará a los jóvenes que están hechos para lo que es grande, para el Infinito. La vida es la aventura que nos lleva a descubrir quiénes somos, cómo se cumple el deseo de felicidad que nos constituye. Y lo que la Iglesia ofrece para esa aventura es la relación viva con Jesús, no una hoja de ruta con instrucciones y preceptos. Una relación que sólo puede vivirse dentro de un pueblo, en el seno de la gran familia de los creyentes.

Ojalá que muchos jóvenes, tal vez decepcionados de tantas cosas, se acerquen para escuchar, ver y tocar este acontecimiento. Para reconocer en la palabra del Papa, en la unidad visible de sus compañeros, en la vida que bullirá por todas partes, una promesa para su corazón inquieto. Una esperanza que no defrauda.

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Una lluvia de gracias
José Luis Requero, magistrado de la Audiencia Nacional

Una lluvia de gracias. Así es como definiría la Visita de Benedicto XVI. Que en menos de un año venga a España por segunda vez, es algo que, aparte de agradecer, nos debe hacer reflexionar para estar a la altura y sacar todo el fruto posible de estos días. Espero y deseo que, a propósito de la JMJ, caigan muchos tópicos. Por ejemplo, sobre la juventud. La expresión pecados de juventud suele ser sinónimo de idealismo; también hay quienes se empeñan en mostrarnos que la juventud es la edad de oro del exceso, en todos los órdenes, y más allá de lo inevitable. Seguro que, tras la JMJ, prevalecerá la idea de que hay otra forma de vivir la juventud, que se identifica con compromiso, con darse, con entrega, con generosidad y para toda la vida. Y es la que al final cuenta.

En su visita al Reino Unido, el pasado septiembre, el Papa se dirigió a los jóvenes de manera clara, directa, sin rodeos: «Espero que, entre quienes me escucháis hoy, esté alguno de los futuros santos del siglo XXI». Como su predecesor, cuando habla a la juventud es exigente, no adula —«Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila»; o «No os contentéis con ser mediocres»—; y, como quiere sacar lo mejor de quien le oye, pone a cada uno delante del espejo: «¿Qué tipo de persona os gustaría ser de verdad?» El deseo de fama, dinero, éxito profesional «no os llenará de satisfacción, a menos que aspiremos a algo más grande aún»; y, ante el deseo natural de felicidad, advierte que «la felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados».

Son palabras para todos, no sólo para católicos, porque el no ser mediocres, el buscar y hallar lo único que llena de por vida es algo que todo el mundo anhela. Seguro que algo muy parecido oiremos estos días; si andamos con los oídos y los ojos abiertos, viviremos días que nos cambiarán a todos, porque la juventud no es cuestión de biología, sino de actitud ante la vida. Y nos cambiarán para bien.

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Un acto de amor
Luis Suárez Fernández, de la Real Academia de la Historia

La Iglesia, sin dejar de asentarse en sus raíces, pone especial atención al futuro. Y este futuro son, precisamente, los jóvenes que aquí se reúnen, para dar una imagen bien distinta de la que muchas veces aparece en los medios de comunicación. Pues este agosto van a señalarnos bien la presencia de Cristo. Por encima de todo, yo veo en la presencia del Papa un acto de amor. Amor a España y a cuanto ella ha venido significando. Amor a los jóvenes, que se reúnen en diversas partes del mundo y vienen a Madrid. Amor, sobre todo, a la persona humana, que cuando supera las deficiencias que marcan odios y egoísmo, se nos revela desde una profunda dignidad, que Dios le ha conferido. Hay que construir el futuro sin prescindir del patrimonio heredado, pero a los jóvenes incumbe la tarea de regenerar nuestra pobre sociedad, inyectando en sus venas lo que ellos tienen mejor que nadie: optimismo y capacidad de amar.

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Bienvenida y petición para un Papa intelectual
Amando de Miguel, sociólogo

En nombre de la minúscula República de las Letras españolas, doy la más efusiva bienvenida al Santo Padre. Es un Papa intelectual y, además, paisano de Juan de Austria. Ratisbona se situó sobre el Danubio, en el límite septentrional del Imperio Romano. En Hispania, estaba el otro límite, el que se asomaba por el Occidente al fin de la tierra, donde recaló hace cerca de dos mil años el apóstol Santiago.

No soy teólogo ni nada que se le parezca. Por eso, mis razonamientos van a ser de tejas abajo. El Papa se va a dirigir a los jóvenes de todo el mundo, venidos a España para esa celebración. Mi petición es que les diga a esos jóvenes que desplieguen al máximo la ética del esfuerzo, hoy tan decaída. Hay más, que viajen todo lo que puedan. Que procuren estudiar y trabajar al tiempo. Que se preparen con dedicación para que su trabajo sea verdaderamente productivo. Que se emancipen lo más pronto posible del hogar de origen. Que constituyan pronto ellos mismos un hogar, de acuerdo con su vocación. Que se apresten a ser voluntarios en muchas causas altruistas. Que aprendan pronto a distinguir, que la gran división individual de nuestro tiempo es entre los que están informados y los que no lo están. Que la gran división social es entre los pueblos que gozan de libertad y los que aspiran a ella.

Ya sé que todo lo anterior es mucho pedir. Pero, si el Papa recoge esos ruegos, estoy seguro de que ayudará a mejorar el mundo sustancialmente. Por eso digo que es un Papa intelectual, un título que honra a la modesta República Literaria. Laus Deo.

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Nos ayudará a esperar
José Jiménez Lozano, escritor

No puedo saber, lógicamente, qué significado o qué huella dejará el Viaje del Papa a España para la Jornada Mundial de la Juventud; sólo puedo decir que las reflexiones de Benedicto XVI serán verdaderamente necesarias, en un momento, para España y Europa, en que todo parece banalizarse y vaciarse de sentido, y en que se trata de convertir el cristianismo en un periódico de anteayer, y se va deshilachando toda una cultura de razón y armonía, que deriva en el levantamiento de una sociedad de abstracciones y estereotipos dictados.

Recuerdo siempre la confesión de Oriana Fallaci, para quien los escritos del entonces profesor Joseph Ratzinger eran como un refugio, que se declaraba atea pero respirando tranquilamente en la cristiandad, y no en la casa de Hegel, para decirlo con una mica salis, en que se había vuelto Europa.

Así que, quizás, el Papa pueda ayudarnos a esperar en todos aquellos ámbitos y cuestiones del vivir y del morir –incluido el del esplendor de la belleza litúrgica– en los que la esperanza ha encogido de manera alarmante para nosotros.

Sea muy agradecida su Visita.

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Primado en el amor
Claro J. Fernández-Carnicero, vocal del Consejo General del Poder Judicial

La próxima llegada del Papa a España, en este agosto que es algo más que un paréntesis, no sólo va a iluminar la JMJ. Su presencia y su palabra nos traen algo más. Benedicto XVI nos confirma en el valor de nuestras raíces espirituales que, por definir nuestra historia, nos permiten reconocernos, natural y libremente, como pueblo cristiano. Porque España alienta, en su cultura plural y en sus diversos quehaceres, gracias a la fe en Cristo, transmitida generación a generación, familia a familia y, yendo al manantial mariano siempre vivo, Madre a madre. España es patria, gracias a la intercesión de María, en sus inagotables advocaciones, y al amor con que nuestra madre humana nos educó como hijos de la Iglesia.

El Papa llega, disipando tinieblas de incertidumbre y abriendo para todos, creyentes y no creyentes, horizontes de esperanza. Su testimonio, como sucesor del Apóstol Pedro, es siempre un testimonio de amor. En su corazón, y en el nuestro, resuena con fuerza la pregunta del Señor resucitado: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Una interpelación a la que seguirá, como en Pentecostés, el viento impetuoso del Espíritu, que nos permita escuchar, en nuestras propias lenguas, las grandezas de Dios. Bienvenido, Santidad.

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Menos es más
Florentino Portero, analista internacional y miembro del GEES

La Visita de un Papa es siempre un hecho relevante que destaca en la agenda diplomática y social española. En esta ocasión, más que una visita propiamente dicha, nos encontramos ante un encuentro internacional, en el que nosotros aportamos el espacio. España será el punto de encuentro de miles de jóvenes, procedentes de todo el planeta, que tratan de dar sentido a sus vidas desde la fe, con todo lo que ello implica.

Tras décadas de secularismo, el catolicismo español se ha ido desprendiendo de su capa de oficialidad, de referente social, para ser sencillamente una Iglesia, ni más ni menos. Lo que el teólogo Ratzinger adelantó sobre Europa ya se ha hecho realidad aquí: menos es más. La Iglesia católica en España está viviendo un momento de recuperación, gracias a que se ha desprendido de lo accesorio, a que ha mejorado la formación de sus sacerdotes y a que ha hecho de la fe su eje. Es verdad que no ocurre lo mismo en cada diócesis, pero es que no todas han seguido este camino.

La presencia del Papa y sus palabras a la juventud mundial tendrán un efecto positivo sobre la sociedad española, desnortada y dividida, carente de una visión compartida en el medio y largo plazo, empantanada en un estéril relativismo y agobiada ante el desmoronamiento de una sociedad del bienestar levantada sobre el voluntarismo más que sobre el rigor.

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Dulce huésped de la Historia
José Francisco Serrano Oceja, decano de la Facultad de Humanidades, de la Universidad CEU San Pablo

Había peregrinado por los santuarios ignotos de la Historia. Nunca se sentía satisfecho. Se había topado en multitud de calles y plazas con los nuevos maestros, les llamaban los padres de la sospecha, que habían impuesto los métodos de acercamiento a la realidad; una realidad emborronada de descoloridas pinturas manga, bajo el cielo plomizo de lo caduco. No tenía ni padre ni madre, porque no tenía a Dios, que confesaba era una abstracción, conjugaba en pretérito. Dios, gritaban, se había exiliado de la Historia. Una abstracción no necesita una madre, ni un padre, ni un maestro. Todo era desconfianza, fragmento, lenguaje, levedad, nada. Y, asentado en la nada, sin memoria del punto inicial y sin esperanza en poder alcanzar la meta, un día, nuestro joven, se topó con quien sabía la respuesta.

Ocurrió en el claustro de una vieja universidad, mitad monasterio, mitad catedral, que protegía la sabiduría de los ancianos de las leyes del mercado. En el claustro ornamentado con el sol del mediodía y la sombra del tiempo, un profesor de media estatura, profunda mirada, ademanes exquisitos, perfil aristocrático, clérigo identificado, leía las Horas en su breviario y detenía el tiempo para sancionar la Historia. En momentos de crisis, florece la Teología de la Historia. Nuestro joven, porque según su circunstancia tenía la obligación de ser joven, se acercó en silencio. Le abordó con un gesto entre nervioso e insolente, que fue correspondido con la dulzura de la mirada: «Disculpe, maestro bueno, que he de hacer para saber, para alcanzar la verdad». Un segundo compuesto de millones de eternidad se impuso entre las distancias de los cuerpos. La mirada del maestro de la verdad penetró en la razón y en el corazón del joven, incisiva, rotunda. Se convirtió en su dulce huésped, en el dulce huésped de la Historia. «Maestro bueno, ¿existe el camino de la verdad, de la plenitud de vida, de la auténtica libertad, de la ansiada igualdad?». El maestro sonreía, mientras mantenía fija la mirada en esos ojos cansados del tiempo, manchados por la locura de una razón que alentó el virus del todo vale porque nada vale, de la indigencia del ser y del imperio de la nada. «Maestro bueno, ¿qué hemos de saber para alcanzar la vida eterna?».

El maestro, que se llamaba José y que vestía de blanco, susurró: «Hay grabada en tu memoria la huella de un encuentro; es necesario que despierte. Piensa y recuerda, confía, déjate arrullar por los vientos de la libertad. ¿Con quién te encuentras? Clamor que se te ha dado, el don que se te ha revelado, hace posible la plenitud de tu existencia. Tu fe tiene que ver con lo que se puede conocer, con lo que se puede verificar, con lo que se debe entender, con lo que exige asentimiento. Dios está dentro de ti. Y tiene nombre, Logos, sentido. Tu decisión de creer en Dios es una decisión a favor de la razón y una decisión de elección del bien, y de rechazo del mal; de búsqueda de la verdad, y de expulsión de la mentira. Tu fe reconoce la dignidad de tu razón. Tu a Dios es una decisión intelectual y existencial. Tu fe en Dios no se puede dar, sin el contendido de la verdad». Y prosiguió: «Se te ha dado el nombre y el hombre: Jesucristo. Necesitas la fe y la razón; una sola no es suficiente. Estás llamado a ser águila si aceptas Su mano. Déjate conducir por Él. Su método es un coloquio de amor, y, además, en Él, todo es belleza. Palpa con tus sentidos la bondad de Su Espíritu e introdúcete en Su escuela, la Iglesia».

El joven, que es su tiempo, que somos muchos, agradeció el sonido de sus palabras y se quedó con quien es ya su maestro, pedagogo de la esencia del cristianismo, un nuevo san Benito, enviado por Dios para la plenitud de la Historia. Gracias, Benedicto. Gracias, Santo Padre.

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Una excelente cosecha
Joaquín Luis Ortega, ex director de la BAC

Los últimos tramos de la preparación para la JMJ de Madrid se han recorrido —sin quererlo ni pensarlo— en marcha paralela con otros movimientos de signo juvenil, pero de naturaleza muy diferente de lo que promueve la Iglesia española, que culminará con la presencia de Benedicto XVI. Esa emergente irrupción juvenil ha subido al escenario público con interrogantes tan notables como la identidad de su raíz y de sus objetivos. El 15 de Mayo, los indignados y otras hierbas afines han dado la impresión de un caos ideológico, de momento, y de una juventud desnortada que busca protagonismo social, pero que todavía no ha dado con los rumbos pertinentes. Puede que, ante tal panorama, algunos hayan pensado que semejante erupción juvenil supone un grave contratiempo (por no decir una insidia calculada) para la Jornada Mundial de agosto. Personalmente no celebro el paralelismo cronológico que se ha producido, pero tampoco lamento que tal fenómeno haya florecido en el contexto de la JMJ de Madrid. Lo uno y los otros irán decantándose con el tiempo. Al fin y al cabo, lo de agosto, con el espaldarazo de Benedicto XVI, va a ser la confirmación de una juventud que se alimenta de los valores cristianos para afrontar su presencia cualificada en el complejo tablero de nuestro tiempo. Las muchas pinceladas a esa identidad religiosa que viene dándose en la historia de estas Jornadas Mundiales de la Juventud, van a confluir ahora en las manos del Papa Ratzinger. La hondura de su pensamiento teológico, el magnetismo religioso de su palabra y su conocimiento certero del hoy eclesial y mundial, prometen un resultado memorable. A mí se me ocurre que hay que esperarlo en clave evangélica, o sea, bíblica. Mucho tiempo de espera, muchas manos diligentes y un sinfín de iniciativas atinadas han ido desbrozando el terreno, arándolo y regándolo para que acoja generosamente la siembra que hagan en esos surcos las manos de Benedicto XVI. El que da el incremento, tiene la última palabra, pero bien cabe pensar que de lo mucho que se ha sembrado, saldrá una excelente cosecha.

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Un joven alemán
Cristina López Schlichting, periodista

El 16 de abril de 1927 era víspera de Pascua en Marktl am Inn y nacía, en la madrugada, el niño Ratzinger, que sería bautizado ese mismo día con el agua bendita recién estrenada. Cuenta el Papa que sus padres —un policía y una cocinera— siempre le recordaron este dato como un signo alegre. El comisario rural estaba convencido de que Adolf Hitler encarnaba el triunfo del Anticristo, y fue represaliado por ello. Sus hijos Georg y Joseph, educados en el catolicismo y orgullosos del padre, se hicieron sacerdotes tan pronto pudieron. ¡Qué infancia tan distinta a la de muchos jóvenes de hoy, que padecen una familia rota y lo desconocen todo del cristianismo! Y, sin embargo, estos jóvenes desean con el mismo fervor que aquel niño Ratzinger el bien, la verdad y la belleza. Quieren la justicia, desean un futuro, anhelan la felicidad. Espero que el Papa sea la respuesta para muchos. La apariencia de un anciano de ochenta y tantos puede despistar, pero Joseph Ratzinger tiene un corazón despierto y una inteligencia preclara que lo capacitan de sobra para explicar a los muchachos de hoy por qué un chico alemán de los años treinta encontró la respuesta a sus preguntas en Cristo. De hecho, les unen inquietudes muy contemporáneas (he leído al Papa explicaciones sobre el Big Bang, entusiastas soflamas ecológicas y profundas críticas sociales). Me parece más que interesante atender a lo que pueda ocurrir. Habrá que estar pendientes para ver qué pasa entre el niño alemán y los chavales españoles. Y entre el joven Ratzinger y el que cada uno llevamos dentro.

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Siglo XXI, el siglo de Dios
Rafael Navarro Valls, catedrático de Derecho Eclesiástico y Secretario General de la Real Academia de Jurisprudencia

A punto de iniciarse la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), Madrid es la ciudad que más inscripciones ha recibido de jóvenes. Un buen augurio de lo que será esta Jornada, que se celebra 28 años después de la que puede considerarse la primera, realizada en Roma. La verdad es que estas Jornadas han venido resultando las concentraciones más oceánicas que conoce la Historia. Por ejemplo, en la celebrada en Manila en 1995, cuatro millones de jóvenes se concentraron en esa ciudad de Extremo Oriente. En la última de Sídney, los reunidos superaron a los asistentes a los Juegos Olímpicos del 2000. Madrid espera entre millón y medio y dos millones de jóvenes.

¿Por qué Dios interesa a tanta gente joven, ya sea su heraldo un Papa reflexivo de 84 años como Benedicto XVI, o uno más activo como Juan Pablo II? Suele decirse que en este siglo XXI Dios está en racha. Es más, probablemente será su siglo. Lo será, entiéndaseme bien, en la medida en que sus portavoces —que normalmente actuarán en el contexto de las democracias, a las que inexorablemente apuntan las grandes corrientes subterráneas del siglo XXI— sepan despertar aquellas sensibilidades dormidas que yacen en su trasfondo. Entre ellas, los valores espirituales ocultos en el torrente circulatorio de la sociedad, y el fortalecimiento de lo que la sociología americana comienza a llamar la familia intacta, es decir, aquella en la que el joven convive con sus padres biológicos, ambos casados antes o alrededor del tiempo del nacimiento del hijo. La importancia de esta nueva Visita de Benedicto XVI (probablemente, la última que realice a nuestro país), es que, en esta ocasión, sus jóvenes interlocutores son una tierra especialmente ávida para absorber afables, pero enérgicas, llamadas a despertar esos valores dormidos. Desde el valor de no sacrificar todo en el altar de la profesión, incluida la ética y el derrumbe de sus familias, hasta poner en marcha una revolución religiosa silenciosa, que desnude la dimensión exacta del iceberg de miseria espiritual que oculta una sociedad huérfana de estímulos morales, del que ahora conocemos solamente su punta. Lo que se espera de la Visita de Benedicto XVI es disipar esa niebla de mal-estar, que se oculta tras la sociedad de bien-estar. Probablemente, ayudar a recomponer ojos y corazones nuevos, que superen la visión simplemente biológica del acontecer humano.