El verdadero poder - Alfa y Omega

El verdadero poder

Alfa y Omega
Adoración de los Magos. Fresco del monasterio benedictino de Subiaco.

«Los Magos de Oriente, aunque otros se quedaran en casa y les consideraban utópicos y soñadores, en realidad eran seres con los pies en la tierra, y sabían que, para cambiar el mundo, hace falta disponer de poder… El nuevo Rey ante el que se postraron en adoración era muy diferente de lo que esperaban… Debían cambiar su idea sobre el poder, sobre Dios y sobre el hombre, y así cambiar también ellos mismos». Estas palabras del Papa en la Vigilia de adoración de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia no son utopías ni ensoñaciones de quien pudiera parecer un ciego ignorante de lo que pasa en el mundo, del horror del terrorismo en el Medio Oriente, o de la tragedia de la hambruna en África, o de la devastación del huracán Katrina en los Estados Unidos. ¡Todo lo contrario! Precisamente todo esto, y los problemas sin fin de la vida de cada día, el paro y la inmigración, la desintegración familiar y la explotación sexual, el fracaso educativo en niños y jóvenes abocados a la violencia o al hastío y el desprecio de la vida humana más indefensa, desde los no nacidos hasta los ancianos, todo ello, ¿no es acaso la más palpable demostración del estrepitoso fracaso del poder que ha puesto su confianza en sus solas fuerzas?

Ante la desolación y la muerte en que está sumida la ciudad de Nueva Orleáns, e innumerables poblaciones en una extensión inmensa, equivalente a la mitad del territorio español, la nación más poderosa de la tierra se descubre incapaz de dominar la fuerza imparable de la naturaleza, y angustiosamente está pidiendo ayuda. ¿Se la podrán dar naciones más pobres que ella? ¿Y qué clase de ayuda? ¡Cómo se llenan de sentido las palabras de Jesús, que ya en silencio se habían adelantado siendo un niño indefenso ante los Magos en Belén: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?»! Sin este Niño, sin Dios, ¿qué clase de esperanza puede haber en la tierra? Benedicto XVI se lo ha descrito a los jóvenes en Colonia, no con teorías, sino con la fuerza de los hechos: «En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones». El resultado: los campos de exterminio de ayer, de las cámaras de gas y de los gulag, y los de hoy disfrazados de clínicas, con el sarcasmo añadido de pretender que están sirviendo a la ciencia.

El Papa lo explicó con toda racionalidad: «La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que lo priva de su dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías —continúa— las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente». No hay revolución mayor. Más aún, sólo ésta es la auténtica revolución que trae la salvación a la Humanidad. Así lo dijo el Santo Padre: «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos sino el amor?». He aquí el secreto de Colonia, y del universo entero, expresado de modo magistral por el Papa con la imagen de la fisión nuclear producida en lo más íntimo del ser por el Don de la Eucaristía, que no en vano ha sido el centro de la Jornada Mundial de la Juventud, lo ha sido todo, porque Cristo es la verdad, y la raíz, y la plenitud de todo. He aquí las palabras de Benedicto XVI: «Lo que desde el exterior es violencia brutal —la crucifixión—, desde el interior se transforma en un acto de amor que se entrega totalmente. Ésta es la transformación sustancial que se realizó en el Cenáculo y que estaba destinada a suscitar un proceso de transformaciones cuyo último fin es la transformación del mundo hasta que Dios sea todo en todos: la violencia se transforma en amor y, por tanto, la muerte en vida». El verdadero poder, ciertamente, como descubrieron los Magos de Oriente, es aquí donde está: mirando, y siguiendo, y uniéndose, hasta la plena asimilación, a Cristo. Esta fisión nuclear de la Eucaristía, que realiza «la victoria del amor sobre el odio, la victoria del amor sobre la muerte, solamente esta íntima explosión del bien que vence al mal puede suscitar después la cadena de transformaciones que, poco a poco, cambiarán el mundo». Ya lo están cambiando. Lo sucedido en Colonia es buena prueba de ello.