El reto de mostrar a los jóvenes ni-ni la dignidad que poseen: «No hay nadie que no pueda levantarse»
Las estadísticas dicen que uno de cada 4 menores de 29 años en España ni estudia ni trabaja. Y, lo que es peor, muchos no quieren o no saben salir de esa inercia. Para solucionar los problemas psicológicos, afectivos y espirituales que se derivan de esa situación, los expertos explican que es imprescindible ayudarles a redescubrir sus ilusiones, a valorar incluso los progresos más pequeños, y a dialogar en familiar
Según los datos de la OCDE, el 23,7 % de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años no se dedican a ninguna actividad laboral ni formativa, y la estadística se dispara hasta casi el 30 % en la franja que va de los 25 a los 29 años. Una situación cuyas consecuencias van mucho más allá de la inacción y del hastío en el que se encuentran enclavados miles de jóvenes, justo cuando sus circunstancias vitales deberían llenar su cabeza y su corazón de proyectos y esperanzas.
Marta B. trabaja en los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid y explica que, «aunque la atención social suelen reclamarla más las familias inmigrantes o con problemas de integración social, el problema de los jóvenes que no estudian ni trabajan se da en todo tipo de familias: desde las que viven en zonas más bien marginales, hasta las que viven sin problemas económicos, e incluso en aquellas en que los padres tienen buenos empleos con buenos salarios». Sin embargo, todas ellas suelen compartir rasgos: «En la mayoría de los casos, ha faltado el diálogo entre padres e hijos, hay carencias afectivas, y los niños han pasado demasiado tiempo solos desde que son muy pequeños. Los padres no han ejercido bien su labor de referentes personales de sus hijos, y eso hace que los chavales no tengan buenos modelos que seguir e imitar». De ahí que, en algún momento, el chico o la chica haya empezado a deslizarse por una pendiente resbaladiza, que comienza con la decisión de negarse a estudiar: «Cuando los jóvenes dejan de estudiar, se quedan descolgados, comienzan a molestar en el aula, y empiezan a faltar a clase, a buscar sólo divertirse y a frecuentar las calles y los parques, donde se encuentran con otros jóvenes en su misma situación, o incluso mayores que ellos, que muchas veces los inician en el consumo frecuente de alcohol y hasta de otras drogas, y que se sirven de los menores para cometer ciertas actividades delictivas o poco recomendables».
El trabajo de Marta no se limita a los jóvenes, sino que abarca a toda la familia: «Para recuperar a estos chicos, hay que contar con las familias, porque es imprescindible el diálogo entre padres e hijos y superar ciertas situaciones. Después, hay que lograr que recuperen la ilusión, saber qué actividades les gustan y motivan, valorar los progresos que hagan, por pequeños que sean, ayudarles a ser constantes, y hacer que sean conscientes de su dignidad como persona irrepetible». Y todo porque «no hay nadie irrecuperable, no hay nadie que no pueda levantarse. Si se dejan ayudar, siempre hay esperanza».