Cada vez se suceden con más frecuencia los casos de violencia en nuestra sociedad: malos tratos, peleas, asesinatos…, incluso en el seno de la misma familia. Ocasionalmente, el fenómeno de la violencia muestra su rostro más macabro en matanzas cometidas en institutos, colegios, campamentos…, incluso suicidios. Es difícil no pensar que detrás de estos hechos se oculta un descontento, una tristeza, una ruptura con la vida que afecta, en mayor o menor medida, a toda la sociedad.
Doña Ana Jiménez Perianes, profesora de Psicología Jurídica, Clínica Infantil y de la Salud, en la Universidad CEU-San Pablo, señala: «Cada caso tiene una motivación distinta, todos son diferentes. Nosotros nacemos con un temperamento, y luego influye el ambiente, para formar nuestra personalidad. Hay autores que dicen que existe un componente genético hacia la violencia, pero esto sólo predispone, no determina la conducta». Jiménez Perianes no duda en señalar a la educación como el factor que más influye a la hora de considerar el origen de la violencia, «sobre todo si hay un ambiente muy permisivo, sin normas; esto no justifica a nadie, pero sí hay que tenerlo en cuenta, sobre todo en la adolescencia. En general, estos episodios se dan en personas con poca tolerancia a la frustración; si a una persona no la educan desde pequeña a que no se puede tener todo, llegará un momento en que no obtener lo que queremos generará mucha agresividad, pues la frustración produce agresividad»; una agresividad que suele ir dirigida hacia los que nos rodean, pero que «también se puede transformar en depresión, en verlo todo negativo, y eso a veces puede conducir a algunas personas al suicidio», señala doña Ana.
En los casos de violencia más graves —los que terminan en asesinato—, es necesario realizar un peritaje psicológico: «Hay que evaluar si ha habido voluntad y conocimiento del acto cometido, si ha habido propósito de hacer lo que ha hecho y si se ha querido hacerlo, porque en ciertas patologías puede haber una inimputabilidad, por estar alteradas la capacidad cognitiva y/o la volitiva». Pero hay un riesgo más, el hecho de que la repetición de estos actos lleve a una cierta tolerancia social ante la violencia: «Es verdad que, si estás constantemente viendo casos como éstos, llega un momento que te habitúas. Pero es necesario no perder de vista que tenemos la responsabilidad de juzgar las situaciones; es algo que forma parte también de la educación: si regalamos juegos de violencia, si vemos películas violentas, eso al final lo veremos como normal, a riesgo de repetir estas conductas». Y concluye Jiménez Perianes: «Tenemos que educar en valores y principios».
Hay Uno que ha vencido al mal
Don Ignacio Serrada, profesor de Moral de la Persona, en el Instituto de Ciencias Religiosas, de la Universidad San Dámaso, de Madrid, señala que «es cierto que, en ocasiones, las circunstancias u otros aspectos de la situación de las personas pueden atenuar su responsabilidad, lo cual no significa que lo que han hecho no sea realmente un mal. Pero creo que es importante preguntarse por qué alguien actúa así, de dónde viene eso. Muchas veces, al conocer la vida de estas personas, uno encuentra mucho sufrimiento, a veces una historia terrible. No se puede decir, simplemente: Estos chicos son malos. Hay que ver qué ha configurado a esta persona para hacer lo que ha hecho».
Por eso, avanzar una explicación solamente psicológica al problema del mal se antoja insuficiente; hay que ir más allá. «Vivimos en una sociedad que se escandaliza de lo que sucede, pero no pone el empeño en saber por qué pasan estas cosas. En este sentido, en la revelación de Dios en la historia del hombre podemos encontrar luz ante estas preguntas —señala don Ignacio—. Podemos ver que, separado de Dios, el hombre no sabe bien quién es. En el origen de la confusión entre el bien y el mal está la pérdida de la comunión con Dios, del cual el diablo siempre trata de separarnos, de modo que perdemos de vista el bien verdadero. Es verdad que se trata de un combate que existe y que todos afrontamos cada día, pero debemos tener en cuenta que en Cristo el mal ha sido vencido».
Por eso, es Cristo quien mejor nos puede educar en la lucha contra el mal. «La respuesta que Dios ha dado al hombre en Jesucristo —que hoy se interpreta como una opción privada más— en el fondo da respuesta a todas estas cosas, y da cuenta de la necesidad que tiene el hombre de ser sanado. No se trata de conseguir comportamientos perfectos, ni tampoco es cuestión sólo de leyes; no es cuestión de poner un policía al lado de cada uno, sino de una educación que configure el corazón, lo profundo de la persona, para que pueda reconocer el bien y elegirlo», señala el profesor de San Dámaso. Y apostilla: «El Señor ha dado la respuesta a todo este asunto, ha vencido el mal, el pecado y la muerte. Conocemos también la experiencia de tantas personas en el mundo cuya vida cambia cuando conocen a Cristo: es una consecuencia lógica de conocer el amor. El mal no es la última palabra».
Y éste es un camino que recorremos cada uno de nosotros todos los días. «El mal nos toca a todos y es una realidad que experimentamos como la ausencia del bien que deseamos realmente; no lo podemos negar —concluye don Ignacio Serrada—. Por eso, tenemos una gran noticia de anunciar, que hay Uno que cura el corazón del hombre: Jesucristo, que nos cura y nos salva. Por eso, evangelizar no es dar a conocer una opinión más al mundo, sino anunciar que es posible una vida nueva que se hace concreta en la vida de todos los días».