La ilusión, como el primer día; ¿acaso no es eso la novedad cristiana? El amor, como el primer día. La sorpresa, como el primer día. ¿Los vientos favorables que acompañan al Papa Francisco son acaso parte de una estrategia diseñada para la resurrección de la imagen pública de la Iglesia? ¿En dónde radica el secreto de su comunicación abierta, de su relato, que ha dejado descolocados a más de uno y que demanda una respuesta de cada uno?
El Papa Francisco sí tiene narrativa y, por tanto, relato; o tiene relato, y, por tanto, narrativa. La descripción de lo obvio es innecesaria, aunque estemos acostumbrados, en el pensamiento social y en los contenidos de los medios, a lugares comunes que se presentan como genialidades. Por tanto, decir que la Iglesia es, y tiene, una narrativa y un relato, es una boutade.
La cuestión del relato es clave en la postmodernidad. Y lo es también en la forma de una sociedad de la comunicación que, siendo autorreferente en los medios, remite a una realidad que está fuera de ella. Hablar de relato, y de narración, es hablar de sentido, aunque esta afirmación levantaría ampollas en más de un dialéctico del universo de lo micro. Si los padres de la posmodernidad habían deslegitimado el pensamiento cristiano por ser un macro-relato, ahora el Papa Francisco ha recuperado el relato con una personal narración y con la forma de lo micro que se explica desde lo macro.
En la teoría política y social, un dirigente tiene relato cuando es capaz de articular sus ideas y hacer que éstas sean percibidas como tal. Cuando hablamos de relato, estamos hablando de sentido. Un relato, y un líder con relato, son poética y retórica al mismo tiempo.
Me he preguntado varias veces si mi perspectiva de lo que significa el pontificado del Papa Francisco hubiera cambiado si, en vez de dedicar el tiempo a leer los libros del Papa Francisco, hubiera dedicado ese tiempo a leer antes los textos sobre el Papa Francisco. Y la respuesta es que sí. El Evangelio remite a la tradición viva de la Iglesia; y lo que expresa, como obligado criterio hermenéutico, el Papa Francisco es la necesidad de la íntima conexión entre su persona, como texto, y el contexto, la vida de la Iglesia.
Como estamos en un mundo en el que las interpretaciones tienden a fagocitar a los hechos, el ejercicio de comprensión del sentido de la novedad del Papa Francisco debe partir no de las interpretaciones, ni de los intérpretes, no de la hermenéutica como método primero y principal, sino de los hechos, del texto que es su persona. El Papa Francisco representa el lenguaje performativo del que nos hablaba Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. ¿No hay acaso demasiados intérpretes, y no hay demasiada autoridad de interpretación añadida cargada de lógicas expectativas unas veces, y asignaturas pendientes, otras, añadidas a lo que hace, y a lo que no hace, el Papa Francisco?
Volvamos, pues, siguiendo el grito de Husserl, a los hechos mismos. Vayamos al Papa mismo. Éste es un camino fecundo de la fenomenología, también teológica y eclesial.