Con motivo de las obras de remodelación del Colegio Español, de Roma, en pleno centenario de esta institución, el cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal, don Antonio María Rouco Varela, viajó el pasado fin de semana a la capital italiana. Allí compartió mesa y tertulia con los sacerdotes españoles que estudian en Roma, y concedió una entrevista a los corresponsales de COPE, Paloma García Ovejero, y de 13TV, Evaristo de Vicente, de la que ofrecemos un extracto:
¿Qué valoración hace, desde la atalaya de los años, de la Iglesia universal? Y no sólo como institución, sino de la gente, de los fieles.
El panorama de la Iglesia es muy variado. Visto desde Roma en el inicio del pontificado del Papa Francisco, está en un momento de un dinamismo alegre, esperanzador. La Iglesia es una realidad compleja: es un misterio. Cuando hablamos del misterio de la Iglesia, no hablamos de una Iglesia que no se sabe dónde está, sino de la Iglesia que camina en el mundo, y que no es misteriosa por los pecados de los hombres que somos hijos de ella, sino porque la presencia del Señor está ahí, actuando visible e invisiblemente. Esa Iglesia sigue dando testimonio de su presencia con la Palabra, la liturgia y la caridad, como semilla sembrada en el campo de la Humanidad y que da fruto, mezclada con la cizaña -el Papa lo ha señalado con mucho acierto práctico y pastoral en la Exhortación Evangelii gaudium-… Sin embargo, este panorama adquiere tonos distintos según dónde te coloques. En Europa, se ve esa realidad de los viejos países de tradición cristiana unidos con los de menos tradición; los evangelizados con los escasamente evangelizados, todos formando una unidad de familia humana globalizada. El Papa ha examinado las proposiciones del último Sínodo, en el que, si algo se pudo sacar de diagnóstico, es que hay notas que marcan a la Humanidad actual y que no distinguen continentes ni áreas culturales. Por ejemplo, la secularización, o una visión inmanentista del hombre…
Ahora que cita la Evangelii gaudium, en ella, frente a quienes proponen una reforma de la Iglesia y de la Curia, el Papa presenta un camino de discernimiento, no un proyecto…
El Papa llama la atención, sobre todo, en cuanto a que la reforma tiene que ser una reforma del corazón, de la vida interior. La reforma de las estructuras externas es importante, porque lo exterior en la Iglesia no es un aditamento que los hombres ponen, sino que sus elementos esenciales proceden del Señor; pero el Papa llama mucho la atención sobre lo importante que es el amor al prójimo y vivirlo a fondo. Si se habla de reformas en lo externo es para que lo interno, el espíritu, el don del amor, de la entrega, del Evangelio que llega a los más sencillos, a los más humildes, a los más derrotados, llegue lo más limpio y directo posible. Ahí está la clave de la reforma, en esa reforma interior a la que ayuda y de la que se sirve la reforma exterior. El reto con el que nos encontramos es hacer del Vaticano II no sólo un proyecto de reformas externas, sino un cauce de reforma interior profunda, vivida a la luz de sus grandes Constituciones; y también a la luz (que cada vez se amplía más) del magisterio de Pablo VI, con la Evangelii nuntiandi, que tanto cita el Papa Francisco; del extraordinario pontificado de Juan Pablo II -que consiguió la conjunción de renovación externa e interna en su misma persona-; de Benedicto XVI, haciendo cálida, cercana y luminosa la Palabra de Dios; y del Papa Francisco, que ha puesto un río de misericordia en esa historia de la reforma de la Iglesia. Todavía está tratando la Iglesia y el Papa de extraer los frutos de vida interior, apostólica, del Vaticano II, para que la Iglesia lleve el Evangelio al hombre de hoy.
El Papa está haciendo, de algún modo, una revolución santa, buena, para buscar las almas que están alejadas de Dios. ¿Cree que está teniendo los apoyos que esperaba, o hay cierto chirriar dentro de la Iglesia?
Los apoyos que recibe el Papa cuando inicia un camino de renovación pastoral y espiritual son de muy distinta naturaleza. Creo que tiene los más importantes: la Iglesia que reza, la Iglesia que trabaja silenciosa y que trabaja todos los días con los que más lo necesitan, y también los de todo el episcopado. No tengo la menor duda de que el episcopado mundial responde a lo que el cabeza del Colegio impulsa y dice. Dicho eso, hay que contar con los pecados de los hombres, las debilidades… Una llamada a la santidad, una llamada a una vida rigurosamente evangélica, incluye exigencias que no se cumplen de un día para otro. Los procesos de renovación de la Iglesia son largos. Por eso, lo que importa es el impulso, como él dice de los obispos: tenemos que ir por delante, detrás y en el medio. Él se ha puesto por delante, y a lo mejor algún día se tiene que poner por detrás y siempre en el medio. Pero creo que la parte más sana de la Iglesia responde plenamente a lo que el Papa pide.
Volviendo a usted, termina una etapa al frente de la Conferencia Episcopal Española…
Bueno, todavía no. No obstante, no hay que sobrevalorar la función del Presidente de una Conferencia Episcopal, porque es un igual inter pares: todos somos iguales en la Conferencia, tenemos el mismo voto, y ni siquiera hay voto de desempate para el Presidente. Es verdad que es, no sé si el que más aparece, pero sí del que más se habla. Estos 15 años de Conferencia Episcopal (seis míos, más tres de don Ricardo Blázquez y otros seis míos) han sido un periodo de la Historia de España donde ha habido que asumir, por parte de todo el episcopado español, tareas complejas y que han buscado no dejar de evangelizar, no dejar de dar jugo y savia espiritual y apostólica a la vida y acción de la Iglesia. Nuestra sociedad ha cambiado mucho desde el punto de vista económico y cultural; del de las realidades que construyen la sociedad: el matrimonio y la familia; desde el punto de vista de la inmigración… Vivimos en una cultura en la que el ideal del hombre es ser dueño y autor de sí mismo, y por consiguiente, aunque se habla mucho de solidaridad, se practica bastante menos de lo que se habla. Una sociedad en la que, por la evolución de una economía en términos de un liberalismo sin límites, mundializado y desregularizado, se produce el fenómeno del paro (que parecía superado en la primera parte de estos 15 años); y en la que lo fundante de la vida social que es el amor humano, el matrimonio y la familia, ha sufrido impactos tremendos. El resultado de estos factores es mucho dolor y muchas víctimas, sobre todo entre los más débiles, los niños y los ancianos. Pero la Iglesia ha mantenido vivo el anuncio y la celebración de la fe; hay un cierto repunte de vocaciones para el sacerdocio y la vida consagrada; también en el apostolado seglar, y en la inmensa labor de caridad que la Iglesia hace. ¿Qué es la Iglesia? me preguntaba un periodista, Los párrocos, la caridad, pero ¿y la jerarquía? Y le dije: Mire, la jerarquía somos eso: No hay caritas, ni párrocos, ni parroquias sin sus obispos. Es la Iglesia entera la que vive la caridad. Hay muchas razones para que no nos roben la esperanza, dice el Papa. Pues eso: que no nos roben la esperanza.