A la espera de que el borrador de la Ley de Mejora de la Calidad Educativa se convierta en realidad, se ve que algo quiere cambiar nuestro ministro de Educación; pero sustancialmente el sistema educativo español seguirá como hasta ahora.
Si, como pienso, la politización de la escuela está en el origen de todos los males que padecemos, y que son muchos, ya va siendo hora de que comencemos a despolitizarla, toda vez que la escuela no es un lugar de adoctrinamiento, donde priman los intereses ideológicos de los Gobiernos de turno, sino un lugar de encuentro con la cultura y con la humanización de las personas. Los políticos que emprenden una reforma han de tener claro que la escuela es de la sociedad, no del Estado, y que la misión de éste es meramente subsidiaria, siendo los padres los poseedores legítimos del derecho a la educación: ellos y no otros son los que tienen que decidir cómo ha de ser la educación que han de recibir sus hijos. Así lo reconoce la Carta de los Derechos Humanos y, en consonancia con la misma, la Constitución española en su artículo 17.
Un sistema educativo que no sintonice con la familia, está avocado al fracaso, pues no puede ser que escuela y familia vaya cada cual por su lado. La primera preocupación de toda reforma educativa ha de comenzar por ser fiel intérprete de la voluntad de las familias; éste sería el modo más seguro de poner fin a las veleidades de los Gobiernos de turno, que con tantas reformas y contrarreformas están volviendo locos a profesores y alumnos, acabando con la paciencia de los padres y provocando la indignación de todos los ciudadanos, sobre todo después de que los políticos de uno u otro signo han demostrado su incapacidad para llegar a un consenso educativo.
Decir que el sistema educativo ha de estar presidido por una sana antropología resulta también una obviedad. Los valores cívicos y constitucionales no lo son todo. Cuando educamos, hay que hacerlo teniendo en cuenta al hombre entero, en toda su integridad. Cualquier reforma educativa que se haga hoy en España debiera tener esto muy presente. No podemos contentarnos con profesionales competentes y ciudadanos respetables; hay que enseñar también a ser personas íntegras.
A lo mejor, no sólo los Gobiernos, también los mismos católicos nos hemos olvidado de nuestras responsabilidades en materia de educación. Ha habido mucha dejación y nos hemos ido conformando con una educación meramente competitiva. No es ya sólo que la escuela pública española esté en crisis; también lo están muchas de las escuelas católicas, que se han ido distanciando de las directrices de un sólido y bien fundamentado humanismo cristiano que debería ser su seña de identidad.
¿Cómo, si no, puede explicarse el hecho de que, entre las jóvenes generaciones, abunde el analfabetismo e indiferentismo religiosos? Tal vez la crisis educativa que actualmente padecemos tenga su origen en una crisis generalizada de fe.
Ángel Gutiérrez Sanz