Contra la ilusión de Nietzsche - Alfa y Omega

Contra la ilusión de Nietzsche

Una de cada cinco universidades católicas de todo el mundo estuvo representada en el I Congreso Internacional, organizado del 12 al 14 de agosto por la Universidad Católica de Ávila, en el marco de la JMJ. La iniciativa queda como legado de Madrid a la historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, y tendrá continuidad en la de Río, en 2013. Escribe el Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación, de la Universidad CEU San Pablo

José Francisco Serrano Oceja

Ha nacido del corazón de la Iglesia; abraza al hombre con la verdad sobre las referencias fundamentales: Dios, el prójimo, el cosmos y el realismo sobre sí mismo. Como fruto del Logos, homenaje a Benedicto XVI, responde a la dos movimientos: arraigada en la tradición, está volcada en la novedad auténtica. Su nombre es Universidad, y su adjetivo, católica, lo que le permite ceñirse temporalmente a esa naturaleza y a esa misión que la define; y con el auxilio de la gracia, de la presencia de Cristo, Camino, Verdad y Vida, se expande más allá de reduccionismo y de las utilizaciones del poder.

El lienzo norte de la Muralla de la Universidad de Ávila se ha convertido, durante un intenso fin de semana universal, académico, humano, cristiano siempre, en espejo de lo que debe ser, de lo que quiere ser, la Universidad Católica. Organizado con una generosidad sin par por la Universidad Católica de Ávila, cuya Presidenta del Consejo directivo, Lydia Jiménez, y cuya Rectora, María del Rosario Sáez Yubero, son anfitrionas ejemplares, se ha celebrado el primer Congreso Internacional de Universidades Católicas. Fue inaugurado por el Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, cardenal Zenon Grocholewski y clausurado con una santa Misa por el cardenal arzobispo de Madrid, don Antonio María Rouco Varela. El cardenal de Madrid, también universitario de vocación, recordó en este contexto que «la universidad católica del siglo XXI ha de convertir en realidad el gran reto de ofrecer una educación integral e integradora, en la que se promueva el deseo de ser santos».

Zubiri resumía, en 1942, la situación intelectual de su momento como confusión, desorientación y descontento. La confusión se revela hoy en el ámbito universitario. La desorientación apunta a que el hombre de hoy no logra ver con claridad de qué sirve tal cantidad de saberes para una vida realmente humana y, ante la proliferación de conocimientos, acaba por considerar que lo que no es inmediatamente aplicable es inútil y poco relevante.

Con Bolonia y sin Bolonia, con más Estado o menos Estado, hay y habrá universidades confusas, desorientadas y descontentas; universitarios confusos, desorientados y descontentos. Pero ésta no es la tónica general. Como se ha demostrado con este ejercicio singular de razón, en el mundo, en España, lo que dominan son las universidades y los universitarios entusiasmados, vocacionales y libres en la pasión de buscar y mostrar la Verdad. Lo dijo en su intervención el catedrático don Rafael Sánchez Saus: «Implícita o explícitamente no habrá forma de regenerar el tejido universitario sin el reencuentro con la Verdad, hoy excluida de la cultura dominante que tiene en las universidades uno de sus principales bastiones».

Depende, como recordó el Presidente del Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización, monseñor Rino Fisichella, «de si se quiere permanecer en la ilusión nietzscheana según la cual: ¡Buscar la verdad por la verdad es superficial! No queremos ser engañados. Ello ofende nuestro orgullo; o bien si se posee el coraje de adentrarse, con mayor convicción, en el desafío cristiano, según el cual: La verdad os hará libres. Seguir este camino equivale a saber que dura toda la existencia; lo recordaba con una expresión sintomática san Agustín cuando decía: Buscamos con el deseo de encontrar, y encontramos con el deseo de buscar aún».

«Como ha advertido von Balthasar -señaló quien fuera Rector de la Universidad de Navarra-, hay un modo clásico y humanamente digno de envejecer, pero no hay un modo cristiano. Envejecer significa haber superado el punto culminante, replegarse hacia el final físico. Este repliegue puede engrandecerse con la fuerza moral de la renuncia, pero la vejez meramente humana es impensable sin la resignación. Y la resignación no es una virtud cristiana. El cristianismo es, desde sus mismos inicios hasta hoy, una vivencia de novedad que en pocas instituciones ha podido desplegarse tan connaturalmente como en la universidad».