Congreso A los 50 años del Concilio Vaticano II. Su espíritu está en los textos - Alfa y Omega

Congreso A los 50 años del Concilio Vaticano II. Su espíritu está en los textos

El Concilio renovó a la Iglesia «en la continuidad, y no en la ruptura». Para comprobarlo, basta «volver a los textos conciliares», en los que está el verdadero «espíritu del Concilio». Éstas son las conclusiones del Congreso A los 50 años del Concilio Vaticano II (1962-2012), celebrado la semana pasada en la sede de la Universidad Pontificia de Salamanca

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Un momento de la intervención del cardenal Rouco Varela
Un momento de la intervención del cardenal Rouco Varela.

Pocas expresiones se han repetido tanto en el seno de la Iglesia, en el último medio siglo, como la del pretendido espíritu del Concilio; con ella se han justificado todo tipo de abusos doctrinales y litúrgicos en el último siglo. Por eso, «hay que volver a la letra del Concilio; la base está en sus textos»: lo afirmó el cardenal Rouco Varela en la inauguración del Congreso A los 50 años del Concilio Vaticano II (1962-2012), que fue organizado, la semana pasada, por las Facultades de Teología de España y Portugal, y tuvo lugar en la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA). Ante las múltiples interpretaciones del Concilio que han surgido por doquier en las últimas décadas, el cardenal Rouco aclaró que el Concilio Vaticano II nació para «reavivar en la Iglesia el anhelo de anunciar a Cristo al hombre contemporáneo»; no se trataba de «subvertir la tradición de la Iglesia, sino preservarla, despojándola de las formas caducas». También el Rector de la UPSA, don Ángel Galindo, recordó que, para volver al espíritu del Concilio, hay que volver a sus textos, y señaló que, cincuenta años después, «no se trata de celebrar un cumpleaños, sino de revisar la trayectoria teológica de toda esta época».

El cardenal Walter Kasper, presidente emérito del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, confirmó que el Vaticano II dio lugar a «un tiempo nuevo, un optimismo que nacía de la fe en Dios, rechazando a los profetas de calamidades y buscando un aggiornamento, una puesta al día de la Iglesia». De hecho, «la intención era traducir al lenguaje de nuestros días la fe tradicional», no adecuarse a los criterios inmanentistas de la sociedad para caer en una mundanización de la Iglesia: «Si la Iglesia se inspirara en las principales corrientes sociales, terminaría siendo indiferente y, al final, inútil», concluyó el cardenal Kasper.

Para acrecentar la vida de fe

En cualquier caso, el Concilio Vaticano II fue «el mayor acontecimiento de la Iglesia en el siglo XX, que ha repercutido en la marcha de la Humanidad, con una incidencia especial en nuestro país», afirmó el arzobispo de Valladolid y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Ricardo Blázquez. El Concilio «quería acrecentar la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades del tiempo presente las instituciones, para hacerla más disponible a su acción evangelizadora». Eso no quiere decir que no se cometieran abusos, especialmente en el campo de la liturgia: «El hecho de que algunas reformas fueran introducidas ad experimentum sirvió como coartada a algunos para hacer innovaciones de forma arbitraria. Por eso, hoy debemos continuar profundizando el sentido genuino de la liturgia y la lectura orante de la Sagrada Escritura», recomendó monseñor Blázquez.

Para monseñor Adolfo González Montes, obispo de Almería y presidente de la Comisión episcopal para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española, la razón del Concilio «no fue debilitar la doctrina a favor de un acercamiento mayor al hombre actual. No se trataba de poner la doctrina entre paréntesis, sino hacer posible su verdadera presentación en las condiciones de los hombres de hoy».

En una palabra: Cristo

Los retos de la Iglesia en su diálogo con el mundo se resolvieron con «el esfuerzo de encontrar categorías antropológicas para poder hablar al hombre», subrayó en el Congreso don Javier Prades, rector de la Universidad San Dámaso. Se requería un método de acercamiento al hombre: «La Constitución Gaudium et spes no sólo supuso una renovación de los contenidos teológicos, sino también del método, logrando una teología que no sólo se defiende de los ataques de la modernidad, sino que responde a las carencias de la cultura actual».

Al final, todo se resume en una palabra: Cristo. En su ponencia, el arzobispo Luis Ladaria, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, repasó algunas verdades cristológicas fundamentales que recuerda el Concilio: «Jesucristo es el único salvador de los hombres, en quien confluyen todos sus deseos y aspiraciones, aunque no lo conozcan. Todos los hombres son llamados al encuentro con Cristo, luz del mundo. Él es la plenitud de toda la Revelación. No hay salvación sin Cristo ni al margen de Él, porque la única vocación del hombre, según el Concilio, es la divina, y su fin último es Dios mismo, al que sólo se puede acceder por la mediación única de Cristo».

Que los teólogos piensen y sientan con la Iglesia

En su Reflexión final, el Comité organizador del Congreso ha destacado «una idea de fondo aparecida en todas las ponencias»: que el Magisterio posterior al Vaticano II «ha acogido, interpretado y actualizado el Concilio», según «el principio hermenéutico que señala el Papa Benedicto XVI de reforma en la continuidad, lo que posibilita descubrir en los textos conciliares su auténtico espíritu». Por este motivo, «a la luz de esta hermenéutica, la teología tiene en la Iglesia la función esencial de releer los textos conciliares y de aplicar y prolongar los principios del Concilio ante los nuevos problemas y las nuevas realidades a las que hoy hay que responder». Pero no se puede hacer de cualquier manera: «Los teólogos están llamados a realizar este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia; por eso, es necesario que piensen y sientan con la Iglesia».