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«Me llamo Vicente Delgado Pelarda, soy sacerdote y, aunque nací en Soria, viví gran parte de mi vida en Valencia, en cuyo seminario estudié y donde me doctoré en Sagrada Teología. Fui párroco en Chelva y Mislata, y luego capellán mayor de la Real Capilla del Santísimo Cristo del Salvador, de Valencia. Quise desempeñar ese cargo con gran celo y piedad…, hasta que estalló la Guerra Civil. Para mí fue muy triste ver cómo quemaban la sagrada imagen del Cristo del Salvador, tan querida y venerada por mí y por la inmensa mayoría de los valencianos. Mis amigos y familiares me invitaron a esconderme, para que no me matasen por ser sacerdote, pero yo les dije que mi vida estaba ofrecida a Dios y que Él hiciese su voluntad con ella. Unos milicianos me detuvieron y me llevaron, junto a dos de mis sobrinas, a la checa del seminario. Allí nos insultaron, nos vejaron y nos pegaron. Más tarde, la misma noche del 18 de octubre de 1936, con un tiro en la nuca, nos mataron a mí y a mis dos sobrinas, Tomasa y María. Los perdoné de todo corazón antes de matarme. Fue en la carretera de Liria, en el término de Paterna. Nadie sabe dónde están nuestros restos mortales, ni falta que hace, porque nuestras almas reposan eternamente en el Señor, y espero que la de nuestros asesinos, por la misericordia de Dios, también hayan encontrado el reposo y la paz. Atentamente, desde el cielo, Vicente Delgado Pelarda». Así es.
El otro día, me contó mi novio cómo su pueblo nunca ha estado tan bien: hay piscina, nueva escuela, polideportivo… Pero las instalaciones están vacías porque no hay niños. Las autoridades pueden hacer instalaciones nuevas, pero no pueden llenarlas de niños: traer niños al mundo sólo pueden hacerlo las madres, y para devolverlos a los pueblos tendría que cambiar la corriente social. Lo que no comprendo es la pretensión de ciertos Gobiernos de serlo todo, su paternalismo, su manipulación de la maternidad y su no dejar iniciativa a la sociedad civil. La vida política puede viciarse si olvida su límite y su vocación de servicio. Las instalaciones no deben hacerse para sacarse la foto, ni para justificarse en un puesto político. Se hacen para la gente, o son absurdas. Pido a los políticos que levitan a niveles planetarios más respeto por las personas a las que gobiernan.
Felicito a la Delegación de Pastoral Familiar de Barcelona, por el documento Reflexiones de la Delegación diocesana de Pastoral Familiar acerca de la educación afectiva de los jóvenes, como justa queja por la inaceptable política que la Consejería de Salud de la Generalidad catalana lleva a cabo -a través de la inmoral web Sexo Jóvenes-. Y animo a los padres catalanes a que le echen un vistazo, para que comprueben la perturbación y manipulación que la consejera, Marina Geli, pretende introducir en nuestros hijos. Tras analizar los contenidos del portal, el documento considera que «aplica, sin prácticamente ninguna limitación, el criterio de permisividad total en el ámbito de la sexualidad y la pareja (…), como si la permisividad total fuera garantía de validez ética, de salud psíquica y de realización personal». Desconozco si Geli tiene hijos o no, y si le preocupa educarlos bien o no; pero nadie le ha otorgado la autoridad que detenta para pervertir a los míos. Y si sus problemas son íntimos, debería hacérselo mirar, y no tomar a nuestros niños y jóvenes como conejillos de indias.
Qué detalle, Señor, has tenido conmigo, cuando me elegiste. Entre tantas, tus ojos me vieron, tu boca me habló. ¿Quieres?, me dijiste. Y yo, que te lo había pedido tanto, me vi llena de asombro. ¿A mí me lo pides? Si antes que mío es tuyo, desde siempre, desde que lo soñaste tu amigo íntimo. ¿Habrá más honor? Madres: estemos abiertas a la llamada que el Señor, en cualquier momento, puede hacer a nuestros hijos. Jóvenes: ¿habéis preguntado a Jesús qué quiere de vuestra vida? Porque Cristo actúa a través de los sacerdotes para el bien de los hombres. Tenemos que orar, porque necesitamos muchos sacerdotes, apóstoles, fieles, entusiastas, que apacienten las ovejas y metan a Jesús en el corazón de todos los hombres. El 19 de junio, seis españoles Legionarios de Cristo, del noviciado de Salamanca -que fue también el de mi hijo-, fueron ordenados diáconos por monseñor Ricardo Blázquez, arzobispo de Valladolid. Que María, madre de los sacerdotes, les ayude a ser santos.
No sé cómo se llaman, pero en España ya son más de un millón los niños que, en 25 años, han sido eliminados, quemados vivos, troceados, triturados y arrojados a la basura. Se les ha negado el derecho a nacer y a ser enterrados dignamente. Y ha ocurrido dentro de la legalidad, con el silencio de la sociedad. Cuando viajo en el metro, paseo por la calle, o camino junto a un colegio, siento su ausencia. Sólo me consuela pensar que, como víctimas inocentes, están en la presencia de Dios rogando por sus verdugos.