Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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Recemos para que Dios suscite nuevos profetas

Las recientes medidas adoptadas por el Gobierno de la nación española nos revuelven el estómago y nos ponen cuando menos nerviosos. Desde luego, nadie se esperaba que fueran necesarios unos recortes tan drásticos, quizá porque aún no somos conscientes de que la situación de las arcas públicas resulta insostenible. No debemos olvidar la famosa frase escrita por Alexis de Tocqueville en su magnífico libro La democracia en América, cuando nos indicó que la Revolución Francesa se produjo por el incremento de los impuestos a los súbditos. Y es que podemos estar asistiendo sin saberlo a un nuevo orden o era en la que estamos tan inmersos que, prácticamente, no nos damos cuenta de los cambios gigantescos que se están produciendo y que pueden tener lugar. Normalmente, a lo largo de la historia de la Humanidad, los cambios trascendentales no han tenido lugar de la noche a la mañana, e incluso a veces los retrocesos sociales, políticos o espirituales han sido pocos los que han sabido vislumbrarlos con la suficiente nitidez (ahí está, por poner un ejemplo, la imposición del III Reich en toda Europa hace no muchas décadas, o la masiva y cruel persecución religiosa en la II República española). En resumen, necesitamos profetas auténticos y testigos vivos que nos anuncien y anticipen, con la necesaria claridad, los signos de los tiempos en los que nos está tocando vivir. Pidámosle al Señor que los suscite generosamente.

Jorge Olmedo Castañeda
Toledo

Que se note por dentro y por fuera

Estamos a punto de empezar el Año de la fe, en el que se nos pide a los fieles coherencia, pues somos testigos de Cristo. Para dar testimonio de nuestra fe con nuestras palabras y con nuestra conducta, nuestra forma de vestir ha de ser apropiada al sentido cristiano de la dignidad. Que la delicadeza interior se refleje en la elegancia exterior. Es ésta una ocasión de oro para que los sacerdotes y religiosos que han abandonado la indumentaria que les es propia (clergyman o hábito), vuelvan a usarla. Hay muchas razones: son ministros del Señor y tienen que sentir el orgullo y la gratitud de la llamada —la selección— recibida (sin camuflarse); los fieles tienen derecho a reconocer a sus sacerdotes (doloroso es que no puedan hacerlo en lugares de persecución); con el clergyman dan testimonio de su condición sagrada (cuando pasan a nuestro lado, podemos encomendarlos al Señor); el clergyman es elegante y cómodo: ya no se trata de vestir con sotana, manteo y teja; los católicos pedimos sacerdotes santos, sabios, alegres. Con la elegancia del que es ¡otro Cristo! Que en este Año de la fe se nos note, por dentro y por fuera, que somos hijos de Dios.

Olga Freyre
Vigo

Defender la verdad y la vida

Se han levantado voces escandalizadas de que las malformaciones del feto o del embrión dejen de ser causa que justifique un aborto. Afortunadamente, a la vez, otras, en sentido contrario, han señalado algo que debería ser obvio para todos desde hace tiempo: no es admisible, no es humano, no es democrático sino racista establecer seres humanos de primera y de segunda, en función de que tengan o puedan tener alguna deficiencia somática, física o psíquica. Los segundos no tendrían derecho a nacer (con esa lógica, propia del doctor Mengele, se podría añadir que tampoco tienen derecho a seguir viviendo, si alguno hubiera nacido por error). Los que son partidarios de abortar a seres humanos con posibles malformaciones —como la más habitual, el síndrome de Down—, ¿están dispuestos a decir que la dignidad de la persona humana depende del grado de salud con que nazca?; ¿afirman que se es persona en la medida en que se esté sano?; ¿qué debemos hacer, por tanto, con las personas que enferman sin posibilidad de ser curadas? ¿Qué les parece mejor, más humano, más deseable: una sociedad que no deja vivir a sus enfermos (nacidos o por nacer), o la que respeta la dignidad y la vida de toda persona (sana o enferma) y la cuida con los medios médicos, curativos y paliativos, que tiene a su alcance? Lo que debería escandalizarnos es haber permitido durante tanto tiempo la muerte de estos posibles discapacitados (físicos o mentales): esto no supone ningún avance, sino un tremendo retroceso, al ceder en el derecho humano fundamental: el derecho a la vida. Esos niños, si en algunos casos sus padres no quieren cuidarlos, pueden ser atendidos por instituciones privadas o públicas, como se prevén también los medios para atender a los ancianos, etc. Habrá que dar otros pasos en la defensa de la vida, como valor indiscutido de toda sociedad avanzada.

Juan Moya
Doctor en Medicina
Internet

Una responsabilidad irrenunciable

Los proabortistas adoptan, frente al nasciturus, un fundamentalismo discriminatorio que lo rebaja a la categoría de propiedad, a la contingencia de un esclavo. El antiquísimo juramento hipocrático, del siglo V a. C., ya protegía la vida del feto humano y se le daba la preeminencia merecida. Que no vengan ahora politiquillos banales a darnos clases de lo que es permisible o no, pues para ello deben tener una conciencia recta y, después, una adecuada formación ética y moral que la acredite. Es responsabilidad irrenunciable de los poderes públicos preservar la vida humana en todas sus facetas.

Vicente Franco Gil
Zaragoza