Amando al límite - Alfa y Omega

Amando al límite

Eva Fernández

Imposible resistirse ante esta sonrisa. El rostro de Manuel García Viejo muestra el barbecho de todas las que ha regalado a lo largo de su vida de entrega. La foto refleja la felicidad serena de quienes han conseguido pasar por la vida con lo esencial, de las gentes de entrega diaria, vocación sólida y firme, zarandeadas por la certeza de que el enemigo se encontraba a las puertas de su casa. Detenernos ante la fotografía de Manuel nos lleva al agradecimiento. Gasta manos cinceladas por tantas caricias repartidas entre quienes ya estaban marcados por el ébola. Una y otra vez, a lo largo de miles de operaciones en condiciones precarias, metió sin miedo sus manos en heridas de enfermos que olían a muerte, porque él sabía que se trataba de las llagas de Dios. Manuel forma parte de esa raza de misioneros valientes, ¡misioneros de Cristo!, que eligen libremente morir salvando la vida de quienes llaman a su puerta. Llevaba 30 años trabajando como médico en África, los últimos 12 en Sierra Leona. Allí era el director médico del Hospital San Juan de Dios, en la localidad de Lunsar, que tuvo que cerrarse para evitar la propagación del ébola. Tras su reapertura, Manuel sólo tardó una semana en contagiarse, porque se entregó a los enfermos que esperaban esas manos recias y eficaces que aliviaran su sufrimiento. Y Manuel se dedicó a ellos hasta que la fiebre le impidió mantenerse en pie. Sólo ante la insistencia de sus superiores, accedió a ser repatriado. Lo demás, ya lo sabemos. Se trata de una forma de amar sublime, extrema, difícil de entender. Porque ésa es la diferencia entre hombres como Manuel García Viejo y los demás: amar hasta morir por ti, sin buscar titulares ni agradecimientos. Así son los misioneros. Así se las gastan los más de 13.000 españoles que trabajan en los lugares más remotos del mundo. Su radicalidad a la hora de vivir el Evangelio nos enorgullece y su generosidad nos hace mejores. Puede incluso que, de no haber sido víctimas del ébola, ni nos habríamos enterado de la colosal obra de Manuel García Viejo y Miguel Pajares en el África más pobre. Ellos son lo mejor de nuestra sociedad. Tuvieron la oportunidad de abandonar y salvar la vida, pero decidieron quedarse. Las cenizas de Manuel han sido enterradas junto a un hábito, un escapulario, las Constituciones de la Orden y un fonendoscopio. Éstas han sido las armas de alguien que parecía hecho de otra pasta. Madera de héroe. Madera de santo.