Verdad y caridad, hoy - Alfa y Omega

Verdad y caridad, hoy

Alfa y Omega

La expectación mundial que creó el mero anuncio de la encíclica Caritas in veritate, tercera del pontificado de Benedicto XVI, ha quedado más que justificada al conocer el texto íntegro de este impagable documento del Magisterio pontificio, que constituye un auténtico regalo del Papa a la Iglesia y a la sociedad de nuestro tiempo. No se corre el menor riesgo de exagerar ni de equivocarse si se afirma que ningún experto en economía, ningún sociólogo, ningún filósofo, ningún teólogo de esta hora de la historia ha ofrecido un texto tan decisivo y a la vez tan sencillo, tan magistral y a la vez tan pastoral, tan sistematizado y a la vez tan concreto como esta encíclica de Benedicto XVI. Tampoco se ha hecho una valoración de las causas de fondo de la actual crisis económica y financiera que sacude al mundo como la que brindan estas páginas a la reflexión serena, rigurosa y responsable de quien tenga el acierto de acercarse a ellas.

La caridad en la verdad, señala el Papa, es la principal fuerza impulsora del desarrollo auténtico. Sólo en la verdad resplandece la caridad, y sobre este principio gira toda la doctrina social de la Iglesia. Sin verdad, no hay conciencia ni responsabilidad social y la actuación social queda a merced de intereses privados y de lógicas de poder. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo, en envoltorio vacío, y un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos. Son frases lapidarias; se podrá decir más alto, pero más claro no se puede decir. La caridad, añade el Papa, va más allá de la justicia, pero nunca carece de justicia. Vale más el compromiso por el bien común, inspirado en la caridad, que el compromiso meramente secular y político. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad.

Resulta del todo imposible recoger, ni siquiera sumariamente, las frases más interpeladoras y a la vez de más palpitante actualidad, firmadas por Benedicto XVI en esta espléndida encíclica, en la que rinde homenaje a sus predecesores que firmaron encíclicas sociales, y de manera muy señalada, la Populorum progressio, de Pablo VI, y el ingente magisterio social de Juan Pablo II. Para que nadie pueda llamarse a engaño, dentro y fuera de casa, Benedicto XVI deja meridianamente sentado que no hay una doctrina social preconciliar y otra postconciliar, sino una unidad de doctrina constante y permanente, desde la verdad y la caridad de la Iglesia.

No hay situación humana ni problema social concreto de hoy que no tenga en esta encíclica alguna palabra esclarecedora: desde la ambivalencia de la técnica, a las migraciones, los medios de comunicación social, la bioética, la ayuda al desarrollo, la globalización, las nuevas pobrezas, la solidaridad y la subsidiaridad, el papel del Estado, la imposibilidad de entender los derechos humanos sin los correspondientes deberes cumplidos, el aborto, la eugenesia, la eutanasia, que niegan la dignidad humana… No hay rincón humano auténtico al que no llegue la luz de esta doctrina. Hay preguntas como dardos; por ejemplo: ¿por qué las decisiones de tipo técnico han funcionado hasta ahora sólo en parte? El Papa no se queda en la pregunta. La responde: «El desarrollo nunca estará garantizado por decisiones meramente automáticas e impersonales; es imposible sin hombres rectos, con preparación profesional y coherencia moral»; en definitiva, «el Evangelio es un elemento fundamental del desarrollo». Denuncia el Papa «el daño que el superdesarrollo produce al desarrollo auténtico, cuando va acompañado del subdesarrollo moral»; y no se muerde la lengua para desenmascarar que «muchos están hoy dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, mientras toleran injusticias inauditas, con una conciencia incapaz de reconocer lo humano».

Todo ciudadano responsable, no digamos todo cristiano, debe leer esta encíclica. Lo agradecerá.