La soledad de Eugenio - Alfa y Omega

La soledad de Eugenio

3.000 personas en Madrid viven una vida sin: sin hogar, sin familia, sin amigos. La Iglesia recuerda en estos días su situación e invita a todos a considerar sus derechos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Eugenio pasa las horas en una plaza del centro de Madrid
Eugenio pasa las horas en una plaza del centro de Madrid. Foto: Archimadrid / José Luis Bonaño.

«¿Esto es para algún periódico ruso?», dice Eugenio antes de dar su consentimiento a esta entrevista improvisada en medio de la calle. «No quiero que en Rusia sepan que vivo así», explica, antes de contar cómo ha acabado viviendo así.

«Yo trabajaba cortando troncos en mi país, en Siberia, abriendo caminos, y luego a cortar árboles al norte de Portugal, un buen trabajo, todo en negro», recuerda.

El trabajo se acabó y se fue unos meses a Vigo. «Era muy difícil», dice sin dar más explicaciones. «Luego problemas de pasaporte, y luego a Madrid. Luego problemas, problemas, problemas. Es la vida». A medida que pasa la conversación, las palabras de Eugenio se enredan en un círculo cada vez más inconexo de recuerdos y datos, como si le costara sacar a la luz de la memoria el porqué de tanta soledad y tantas noches a la intemperie. «Es la vida», repite una y otra vez.

Dice que ha pasado cuatro años durmiendo en el templo de Debod, buscándose la vida durante el día descargando camiones en la plaza Mayor y colocando mesas y sillas en terrazas de la Gran Vía. «Es la vida», dice de nuevo.

¿Comida? «Madrid es Madrid, no hay problema», dice. ¿Amigos? «Mejor solo que mal acompañado». ¿Dormir? «En un banco, templo de Debod. Difícil». Y no dice más. Con la mirada perdida parece dar la conversación por terminada. «Es la vida», se despide.

Los invisibles

Como Eugenio, son 3.000 las personas sin hogar que pueblan las calles de Madrid. Para dar visibilidad a estos habitantes invisibles de la gran ciudad, Cáritas y la Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda a Marginados (FACIAM) han convocado en más de 30 ciudades de toda España un acto público con el lema Somos personas, tenemos derechos. Nadie Sin Hogar. En Madrid, este acto consistirá en una manifestación, este jueves a las 11 horas, entre la puerta del Sol y la plaza de Ópera tras la que se leerá un manifiesto.

Para Enrique Domínguez, responsable de Cáritas Española para esta campaña, «se quiere poner en valor y sensibilizar sobre algo que puede parecer obvio, pero que, en la realidad cotidiana, no lo es tanto: los derechos de las personas en situación de sin hogar». Y se quiere hacer desde una triple vertiente: «hacer visible las dificultades que se encuentran cada día, denunciar las vulneraciones de derechos que sufren, y recordar que los derechos humanos suponen una responsabilidad compartida».

«Os venís a casa»

Esta responsabilidad se la toman en serio muchos hombres y mujeres de Iglesia, como Ramón, un sacerdote de Madrid que acoge en su casa desde hace un año a una familia de refugiados venezolanos. «Vinieron a verme un día a mi despacho, y mientras les escuchaba veía a su espalda una imagen de la Inmaculada y otra de Cristo. “Tienes que actuar”, sentí que me decían, y casi inmediatamente recordé a san Martín de Porres, cuando metía en el convento a los pobres que llamaban a su puerta. Al final les dije: “Os venís a casa”».

Poco a poco se fueron creando lazos de amistad y compañerismo, y de este modo llegaron las confidencias acerca de la vida que habían dejado atrás: «Nos han contado que la situación en Venezuela es caótica, que los alimentos escasean, que hay colas larguísimas solo para poder comprar lo básico… Lo que más preocupaba a los padres era la situación de sus hijos y su futuro». Los hijos, ya mayores, han conseguido un trabajo a tiempo parcial para poder continuar con los estudios que se vieron obligados a abandonar en su tierra natal, algo en cuyos trámites también ha ayudado el párroco.

El arzobispo con unos niños ante la escultura Jesús desamparado, en la catedral. Foto: Vicaría de Pastoral Social e Innovación

Pero no son los únicos. En el entorno de la parroquia ya se ha dado acogida a otras siete familias de refugiados venezolanos, algo para lo que han contado con el apoyo de toda la comunidad parroquial. «La parroquia es una casa familiar», explica Ramón. «Entre todos ponemos en práctica las palabras del Papa, de tratar de probar nuestro amor no solo con palabras sino también con obras. Entre todos compartimos nuestra vida con todo aquel que llama a nuestra puerta buscando el calor del hogar, una ayuda que es especialmente generosa en Navidad y en Cuaresma, los tiempos fuertes que tenemos para abrirnos a los demás», concluye Ramón.

Si no fuera por él…

Desde el otro lado de la barrera habla Stelian, un rumano de 37 años que en el pasado tuvo ocasión de comprobar la calidad de la Iglesia en Madrid. Hace 14 años, Stelian llegó a la capital junto a dos amigos para buscarse la vida. En su recorrido tuvo que dormir en fábricas, sobre colchones que habían sacado de la basura. En Madrid durmieron entre cartones y plásticos, hasta que un día encontraron un coche abandonado en la calle y empezaron a pasar las noches dentro. Por las mañanas salían a buscar trabajo, luego comían con unas monjas, y luego aparcaban coches cerca de un hospital para sacarse algo de dinero para la comida…

Un día entraron en una iglesia y encontraron calor: «Aquí nos calentábamos en el invierno. Un día, el sacerdote, José María Calderón [delegado de Misiones de Madrid] nos preguntó de dónde éramos y cuál era nuestra historia. Desde ahí, poco a poco, nos hicimos amigos, nos llevaba a comer, y un día nos propuso quedarnos a dormir en su casa. Cenábamos, dormíamos y desayunábamos con él, y luego nos íbamos a buscar trabajo. Él nos metió en su casa, tenía un sofá y una cama en su salón y vivíamos allí. Hasta que un día me ofreció trabajar como sacristán en una iglesia de Madrid, y así llevo 14 años».

«Nos hemos hecho amigos –explica Stelian–. Gracias a él he podido arreglar mi vida aquí, y así he podido traer a mi mujer y a mi hermano. ¡Qué puedo decir! Gracias a él estoy aquí. Él es incluso el padrino de mi hijo, y nos seguimos viendo de vez en cuando. Comemos, hablamos, me confieso con él… Si no fuera por don José María no estaría donde estoy. Él nos ayudó, nos dio comida y un lugar para comer, y nos buscó un trabajo. No puedo más que dar las gracias. Y ahora yo ayudo a otros. He metido algún pobre en casa, he dado comida a alguien que lo necesitaba, porque sé lo que es ser inmigrante y no tener dinero», cuenta.

«Haced un hueco a los pobres»

Esta voluntad de acogida que va más allá del asistencialismo es «un imperativo que nos hace salir de ese amor que, en muchas ocasiones, se manifiesta en palabras pero que no acaba de dar el paso a hechos concretos», dijo el pasado sábado el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, durante la Eucaristía en la catedral de la Almudena con la que concluían varios días de actividades con motivo de la I Jornada Mundial de los Pobres convocada por el Papa Francisco.

El purpurado agradeció al Santo Padre su estímulo a «reaccionar ante esta cultura del descarte y del derroche», porque «quien tiene mucho, disfruta como sea; y, a veces, los que no tienen nada quedan al margen», y animó a todos a hacer suya «la cultura del encuentro de la que nos habla el Papa tantas veces», que «es la cultura de los cristianos: no hay otra cultura, es la que inicia Jesucristo».

El Señor, cuando vino a este mundo, aseguró el arzobispo de Madrid, «se juntó con nosotros y, especialmente, con los que más le necesitaban: lisiados, paralíticos, enfermos, pobres que no tenían que llevarse a su estómago nada», por lo que pidió a todos: «acercaos a los pobres, sentaos a la mesa y dejad que os evangelicen. Haced un hueco, un sitio, para los pobres, como Jesús».

Nadie debería vivir en la calle

Este año se cumple el 25 aniversario de la campaña Nadie sin hogar, con la que diversas instituciones denuncian la situación de 40.000 personas sin hogar en España, al tiempo que reclaman para ellas una mayor protección social, acceso a la salud, a una vivienda digna y adecuada, a la visibilidad, al reconocimiento de la dignidad y sus derechos fundamentales. Según datos de Cáritas, además de los sin techo hay un total de 11,7 millones de personas (3,8 millones de hogares) afectadas por distintos procesos de exclusión social, y 5 millones de personas afectadas por situaciones de exclusión severa, un 82,6 % más que en 2007. De ahí a la calle, solo hay un paso.

Para dar visibilidad a estos habitantes invisibles de la gran ciudad, Cáritas y la Federación de Asociaciones de Centros para la Integración y Ayuda a Marginados (FACIAM) han convocado en más de 30 ciudades de toda España un acto público con el lema Somos personas, tenemos derechos. Nadie Sin Hogar.

Para Enrique Domínguez, responsable de Cáritas Española para esta campaña, «se quiere poner en valor y sensibilizar sobre algo que puede parecer obvio, pero que, en la realidad cotidiana, no lo es tanto: los derechos de las personas en situación de sin hogar». Y se quiere hacer desde una triple vertiente: «hacer visible las dificultades que se encuentran cada día, denunciar las vulneraciones de derechos que sufren, y recordar que los derechos humanos suponen una responsabilidad compartida».