«En España no hay guerra, hay terroristas» - Alfa y Omega

«En España no hay guerra, hay terroristas»

El 30 de diciembre de 2006, la banda terrorista ETA cometió un terrible atentado en el aeropuerto de Barajas, en el que asesinó a los inmigrantes ecuatorianos Diego Armando Estacio y Carlos Alonso Palate. Ante la situación actual de España y como prólogo a la Carta pastoral del cardenal arzobispo de Madrid en la Jornada Mundial de las Migraciones, ofrecemos el texto íntegro de su homilía en la Eucaristía de Exequias por las víctimas de dicho atentado, que celebró el 8 de enero de 2007, en la parroquia de San Pedro, de Barajas

Antonio María Rouco Varela
Homilía en el funeral por las víctimas de ETA, en la parroquia de San Pedro, de Barajas

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor: Nos reunimos hoy en esta iglesia parroquial de San Pedro de Barajas, muy cerca del lugar donde se produjo el terrible atentado terrorista de ETA el pasado día 30 de diciembre en pleno tiempo de la Navidad, lleno de los ecos del canto de los ángeles en Belén, anunciando a los pastores y al mundo el nacimiento del Hijo de Dios, el instaurador definitivo de la paz verdadera entre los hombres, de su valor y de los auténticos caminos para alcanzarla: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».

Enormes han sido los daños materiales producidos por el atentando. Incontables las personas que se vieron afectadas inmediata y/o mediatamente por sus efectos: los numerosos heridos, los perjudicados en sus planes de viaje, el personal del aeropuerto de Barajas, los dueños de los automóviles y de otros objetos destruidos por el mismo. Pero lo más doloroso, lo cualitativamente más doloroso, ¡con mucho!, fue la muerte de nuestros hermanos Carlos Alonso y Diego Armando, ciudadanos ecuatorianos que, como tantos de sus compatriotas, habían venido a España para mejorar las condiciones materiales de sus vidas y las de sus familias, pero también a compartir con nosotros trabajo, servicio y sacrificios en aras del bien común de todos los españoles.

Escribían así, en la reciente historia de la emigración de los países de la América hermana a España, el nuevo capítulo de la solidaridad con los que han dado la vida, víctimas del terrorismo de ETA. En la primera Carta del apóstol san Juan, en el pasaje que acabamos de proclamar (3, 14-16), se nos sitúa en el corazón de la fe cristiana para comprender mejor estas muertes, efecto, en fin de cuentas, de odio al hermano: «Ya sabéis que ningún homicida lleva en sí la vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que Él (Jesucristo) dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos». Los terroristas y sus cómplices piensan como los impíos, de los que habla el Libro de la Sabiduría (2, 1-5.21-23), que «no conocen los secretos de Dios, no esperan el premio de la virtud…», e ignoran que «Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser».

El terrorismo, también el de ETA, como hemos puesto de relieve los obispos españoles en sendas Instrucciones pastorales – Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias y Orientaciones morales ante la situación actual de España -, utilizó perversamente al hombre, con sumo desprecio de su dignidad y de su vida, al servicio de sus crueles e implacables intereses de conquista de poder político a toda costa. Por ello, lo definimos como «una estructura de pecado». Con la celebración de la Eucaristía por nuestros hermanos Carlos Alonso y Diego Armando, víctimas de esa ideología del odio, que inspira el terrorismo, los queremos presentar al Padre de las misericordias y de todo consuelo, junto a la ofrenda del Cuerpo y de la Sangre de su Hijo Unigénito, para que su muerte violenta, como la de las demás víctimas de las acciones terroristas, les haya servido para encontrarse, por la gracia del Espíritu Santo, la Persona Amor en el misterio de la Trinidad Santísima, con el definitivo abrazo del amor misericordioso del Padre que está en los cielos, y para que sus familiares y amigos sientan en sus corazones el alivio y la fuerza vivificadora de la esperanza cristiana.

Nuestra oración-plegaria se debe dirigir, agradecida, por todas las personas que han trabajado denodadamente hasta la extenuación -bomberos de Madrid, personal del aeropuerto, de los Cuerpos y Fuerzas de la Seguridad del Estado, del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid, voluntarios, etc.- por prevenir y neutralizar en lo posible los terribles efectos del atentado del pasado día 30 de diciembre.

Y, por supuesto, recordando la exhortación del Señor en el evangelio de San Lucas (12, 35-40) a los discípulos -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su Señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame… Comprended que, si supiera el dueño de la casa a qué hora viene el ladrón, no el dejaría abrir un boquete»-, debemos de suplicarle que todos los ciudadanos españoles vuelvan a mostrar y a vivir esa vigilancia evangélica que lleva a la conversión de las personas y de la propia sociedad. En España no falta la paz porque haya guerra, sino porque hay terroristas que amenazan la vida y la libertad de sus semejantes. Al terrorismo sólo se le supera definitivamente cuando las conciencias se conviertan, sanen, y consideren y estimen a la persona y a sus derechos como inviolables y parte esencial del bien común, y cuando diseñen y apoyen proyectos sociales, culturales y políticos, inspirados en los valores de la libertad, de la concordia y de la unidad solidarias.

A Santa María de La Almudena, Patrona de Madrid, la Virgen que dio a luz al Príncipe de la Paz, encomendamos con confianza filial a nuestros hermanos fallecidos, víctimas del atentado terrorista, y también nos encomendamos todos nosotros para conseguir por la vía del amor cristiano la superación definitiva del terrorismo. Amén.