«Al recordar mi juventud, veo que, en realidad, la estabilidad y la seguridad no son las cuestiones que más ocupan la mente de los jóvenes. Sí, la cuestión del lugar de trabajo, y con ello la de tener el porvenir asegurado, es un problema grande y apremiante, pero al mismo tiempo la juventud sigue siendo la edad en la que se busca una vida más grande. Al pensar en mis años de entonces, sencillamente, no queríamos perdernos en la mediocridad de la vida aburguesada. Queríamos encontrar la vida misma en su inmensidad y belleza»: lo dice Benedicto XVI en su precioso Mensaje, que nos regaló, hace un año, para la ya inminente Jornada Mundial de la Juventud 2011.
Cuantos han vivido la experiencia de las JMJ, desde que las inició el queridísimo Papa Bienaventurado Juan Pablo II, no sólo buscaban entonces –muchos de ellos más de 20 y de 25 años atrás– esa vida más grande: ¡la siguen buscando hoy!, como reconoce claramente el mismo Benedicto XVI, en unas líneas más adelante de su Mensaje, al afirmar que no se trata «de un sueño vacío que se desvanece cuando uno se hace adulto». No, sencillamente porque «el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente». Y lo acaba de testimoniar él mismo en su 60 aniversario de sacerdocio, evocando las palabras evangélicas que, al final de la ordenación, pronunciaba el obispo con el significado de otorgar a los nuevos sacerdotes el poder de perdonar los pecados: Ya no os llamo siervos, sino amigos. «Sesenta años después –comenzó diciendo el Papa en su homilía, el pasado 29 de junio–, siento todavía resonar en mi interior estas palabras de Jesús», las cuales, «por su grandeza, hacen estremecer a través de las décadas».
Tras el descanso veraniego, Alfa y Omega vuelve a encontrarse con los lectores para ofrecerles los números de nuestro semanario previos a la JMJ de Madrid 2011, que van a ser especiales, casi monográficos, ante la venida de Benedicto XVI para este magno Encuentro de los jóvenes de todo el mundo. Damos voz a personas representativas de la Iglesia y de la sociedad española, que ponen de manifiesto, en definitiva, ese deseo de una vida más grande que es inextirpable del corazón de los hombres, y que sólo Dios, hecho carne en Jesucristo, vivo y actuante en su Iglesia, puede saciar. Todo lo demás, el mundo entero, como recuerda el Papa, es en verdad insuficiente. Una tras otra –lo vemos cada día, y de modo bien significativo en las últimas semanas y en los últimos meses–, las expectativas de bajo vuelo –que así son incluso las que pretenden llegar hasta el fin del universo, pero dando la espalda a su Creador– no pueden menos que estrellarse contra la cruda realidad del vacío y de la muerte. No pueden vibrar con más acuciante actualidad las palabras de Jesús que, en nuestra contraportada de este número, podemos escuchar de labios del Patrono de la JMJ Madrid 2011 cuya fiesta celebramos el domingo próximo, san Ignacio de Loyola: «¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si arruina su vida?».
Los santos Patronos de esta XXVI Jornada Mundial de la Juventud, desde luego, no arruinaron su vida: desde el santo matrimonio Isidro Labrador y María de la Cabeza, del Madrid medieval, hasta el joven del siglo XX Rafael Arnáiz, pasando por los grandes del Siglo de Oro español: Teresa de Ávila, Íñigo de Loyola, Francisco de Javier –¡los tres, ciertamente no por casualidad, canonizados, ya en 1622 por el Papa Gregorio XV, junto a san Isidro!–, Juan de la Cruz y Juan de Ávila, y desde el continente americano Rosa de Lima… Todos ellos, sin duda, resplandecen hoy mismo ante nuestros ojos –pues no reflejan sino la Luz, que es Cristo– en el más reciente Patrono, Juan Pablo II, providencial iniciador de esa peregrinación a la vida más grande que son las JMJ. Así se palpa cada vez que uno se acerca a cualquier monasterio que ha visto crecer sus vocaciones: ¡Yo soy de Denver! ¡Y yo, de París! …de Toronto! …de Colonia!…, dicen con entusiasmo, al presentarse, tantos y tantas jóvenes que han encontrado en la clausura la Vida, que es Cristo; al igual que cuantos lo han encontrado, con el mismo gozo inusitado, para unirse en matrimonio y formar una familia cristiana. Como los santos Patronos de la JMJ 2011, no arruinan su vida, ¡la multiplican!, en ellos y allá por donde van y donde viven.
«¡No tengáis miedo a ser santos!», repetía sin descanso Juan Pablo II, con la certeza, acrecentada día a día en su propia experiencia, de que para los jóvenes, incluidos hasta los que ya han superado los ochenta años, como nuestros dos últimos Papas, no hay mayor atractivo que Jesucristo. Pues ¿qué clase de atractivo pueden ofrecer a los jóvenes, sedientos de una vida grande, los modelos al uso, que no dejan de estrellarse estériles, decepción tras decepción?