«La fe en Dios ha animado la vida y la cultura de estos pueblos durante más de cinco siglos»: así de concisa y claramente describía Benedicto XVI, hace cinco años en el santuario de Aparecida, en Brasil, la idiosincrasia de los pueblos Iberoamericanos. Su predecesor, el 21 de enero de 1998, nada más tomar tierra en la Cuba que ahora se dispone a visitar también Benedicto XVI, proclamaba el mismo hecho, «al llegar a esta isla, donde fue plantada hace ya más de quinientos años la cruz de Cristo», y recordaba Juan Pablo II cómo esa misma cruz era «celosamente conservada hoy como un tesoro en el templo parroquial de Baracoa, en el extremo oriental del país». No son ideas, valores, doctrinas… lo que ha llevado, y sigue llevando hoy el Papa a América, y al mundo entero. Lleva a Cristo… Y con Él absolutamente todo lo bello, bueno y verdadero que hace al hombre serlo en plenitud: imagen y semejanza de Dios.
No son pocos, ni pequeños, los retos sobre los que proyectar la luz, y la vida, de Cristo en el viaje apostólico que inicia mañana Benedicto XVI a México y Cuba. En Aparecida, en mayo de 2007, ya lo decía con estas palabras: «En la actualidad, esa misma fe ha de afrontar serios retos, pues están en juego el desarrollo armónico de la sociedad y la identidad católica de sus pueblos». Y se preguntaba el Papa: «¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de Iberoamérica? ¡Conocer y acoger a Cristo!, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas…, y haber recibido, con las aguas del Bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios; y, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas». Porque, ciertamente, ser fieles a su identidad católica es la garantía de su fecundidad. Lo dijo del mismo modo Juan Pablo II ya en su Viaje a México de 1979, precisamente el primero de su pontificado:
«El Papa espera de vosotros plena coherencia de vuestra vida con vuestra pertenencia a la Iglesia. Eso significa tener conciencia de la propia identidad de católicos y manifestarla, con total respeto, pero sin vacilaciones ni temores». Y añadía: «La Iglesia tiene hoy necesidad de cristianos dispuestos a dar claro testimonio de su condición y que asuman su parte en la misión de la Iglesia en el mundo, siendo fermento de religiosidad, de justicia, de promoción de la dignidad del hombre, en todos los ambientes sociales, y tratando de dar al mundo un suplemento de alma, para que sea un mundo más humano y fraterno, desde el que se mira hacia Dios».
Son palabras plenamente actuales, y en particular ante este viaje de Benedicto XVI. Ya hace cinco años, en Aparecida, reconocía que hay «motivos de preocupación ante formas de gobierno autoritarias, o sujetas a ciertas ideologías que se creían superadas, y que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad. Por otra parte, la economía liberal de algunos países iberoamericanos ha de tener presente la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza, o incluso expoliados de los propios bienes naturales». ¿La respuesta? No es otra que «el Verbo de Dios, que, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también Historia y cultura». Y esta «prioridad de la fe en Cristo y de la vida en Él —pregunta agudamente el Papa—, ¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de Iberoamérica y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?… Pero, ¿qué es esta realidad? ¿Qué es lo real? ¿Son realidad sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por eso decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte, falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas».
¿No le dan los hechos, al cien por cien, la razón al Papa? No puede ser más cierto lo que dice a continuación: «Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis».
Se empeña el mundo en vivir como si Dios no existiese. ¿No es hora de decir, y de gritar, que sí, que Cristo, Dios hecho carne, nos lo ha contado? ¡Y España lo contó a América! ¡Ojalá este Viaje apostólico del Papa nos lo cuente de nuevo a los españoles! No menos que México y Cuba, necesitamos ese suplemento de alma.