Todos somos cómplices - Alfa y Omega

Parece ya una convicción compartida que no estamos ante una crisis como tantas otras que nos han precedido, sino que nos enfrentamos con un reto que cuestiona los fundamentos en los que hemos basado nuestro desarrollo.

En la medida en que Occidente ha ido perdiendo sus raíces cristianas, progresivamente ha invertido sus valores, colocando el tener por encima del ser. Éste ha sido el motivo último por el que ahora nuestra sociedad se encuentra al borde de la quiebra. Una sociedad que coloca el tener por encima del ser, se encamina hacia un consumismo sin límites por las sendas de un despilfarro irracional… De una forma bastante generalizada, las Administraciones han gastado el dinero que no tenían, endeudando a las instituciones públicas y comprometiendo el futuro de las generaciones venideras… Por su parte, los bancos, cajas de ahorros e instituciones financieras, sustentaron sus escandalosos beneficios anuales, sobre unos cimientos de una economía irreal, ficticia e insostenible.

Los sueldos con los que fueron blindados los Consejos de Administración han sido inmorales, y siguen siéndolo…

Pero no se trata solamente de mirar hacia arriba, pensando que la situación presente es sólo responsabilidad de quienes han llevado las riendas de la economía. Es obvio que estamos ante un pecado del que todos hemos sido cómplices. También nosotros hemos comprado lo que no necesitábamos, pagando con un dinero que no teníamos, construyendo un modelo de sociedad contraria a los valores del reino de Dios. Tenemos que reconocer que hasta en los niveles más populares se le había otorgado carta de ciudadanía al fraude fiscal. Sisar a Hacienda parecía estar fuera del campo moral.

Salir de esta situación va a suponer una catarsis muy grande para todos. ¡Ojalá sea así! ¡Ojalá salgamos transformados! En el momento presente, las políticas de ahorro se nos imponen de forma imperiosa; y pecan de hipocresía quienes se resisten a reconocer esta realidad. La situación creada requiere de un sacrificio colectivo para su sanación.

Homilía en la festividad de San Ignacio, en la basílica de Loyola