«Sólo busco la verdad»
Parece difícil encontrar otro lugar en el mundo donde razón y fe estén tan unidas y, a la vez, tan perfectamente delimitadas. Son las paredes de la Oficina de Constataciones Médicas de Lourdes –del santuario de Lourdes– las que separan el «universo del misterio», de la «búsqueda científica de la verdad», como explica su director, el doctor Alessandro De Franciscis, a Alfa y Omega:
«Como médico, sólo busco la verdad. Como católico, caigo de rodillas ante la Virgen y beso el suelo de la Gruta». Esta reflexión del médico Alessandro de Franciscis, doctorado summa cum laude por la Universidad de Nápoles y director, desde 1999, de la Oficina de Constataciones Médicas de Lourdes, es un resumen perfecto del profundo respeto a la verdad y, a la vez, a la dimensión espiritual, que reina en el santuario de Lourdes.
Con 7.000 curaciones inexplicables registradas desde las apariciones de la Virgen, en 1858, y 69 de ellas declaradas milagros por la Iglesia, el santuario francés se revela, dice De Franciscis, como «un lugar único en el mundo» por el riguroso estudio médico al que somete los hechos allí ocurridos. De entre las muchas experiencias que puede vivir en Lourdes un médico visitante, el ser llamado a la oficina médica es una de ellas. «Nadie le preguntará cuáles son sus creencias», dice De Franciscis, sólo querrán saber su opinión científica sobre alguna curación ocurrida en el santuario y remitida a la Oficina.
Ésa, la puramente científica, es su labor. Con los llamados criterios de Lambertini (futuro Papa Benedicto XIV) como referencia, los médicos reunidos en comisión -de urgencia, primero, y en el Comité Médico Internacional de Lourdes, después- comprueban que la persona estuviera efectivamente enferma, que ahora esté curada completamente (de forma prolongada en el tiempo) y que esa curación sea imposible de explicar «en el estado actual de los acontecimientos». Esta puntualización, explica De Franciscis, es importante, porque, como hombres de ciencia que son, los médicos no pueden -no quieren- aseverar que un hecho es inexplicable, sino que es inexplicable hasta ahora.
Hasta ahí llega su labor: no entran en consideraciones espirituales ni religiosas, sino que determinan la condición extraordinaria de la curación. Curaciones imposibles de explicar que no sólo ocurren en Lourdes. «La literatura científica está repleta de casos parecidos que se conocen como remisiones espontáneas de la enfermedad», explica el médico.
¿Qué hace, entonces, que una curación se considere milagrosa? Es la Iglesia, y sólo la Iglesia, la que puede añadir este calificativo, y lo hace después de estudiar escrupulosamente los casos que la Oficina médica remite, y de analizar el entorno espiritual en el que se han producido. Sólo después, el obispo de la diócesis a la que pertenece la persona curada podrá afirmar que esa curación es un signo divino, un milagro. Y esto sólo ha ocurrido en Lourdes con 69 de las más de 7.000 curaciones registradas hasta hoy. La última declarada milagro corresponde a Danila Castelli, víctima de crisis espontáneas de hipertensión y curada desde su baño en las piscinas de Lourdes en 1989. Su caso fue calificado de curación inexplicable en el estado actual de los conocimientos científicos, en 2011, por el Comité Médico Internacional de Lourdes y, tres años más tarde, en 2013, el obispo de la diócesis de Pavía, donde reside Danila, declaró el carácter milagroso y el valor de signo de la curación.
En la Oficina de Constataciones, el doctor De Franciscis escucha a diario testimonios únicos y emocionantes. «Pero yo no estoy ahí para vivir la experiencia. Estoy ahí porque la Iglesia me ha encargado buscar la verdad. Ésa es mi labor». Dice, eso sí, que, cuando mira por la ventana de su despacho, siempre recuerda que ahí, a las puertas de ese bureau de la razón, se encuentra un «universo de misterio».
Bienvenidos a Lourdes.
En 1902, en uno de los trenes de enfermos llegados a Lourdes, viajaba como médico voluntario Alexis Carrel, Nobel de Medicina en 1912 y profundo escéptico respecto a los milagros. Tanto que, cuando, al llegar al santuario, un médico amigo le relató el caso de una monja que había ido a la gruta con muletas, y, tras beber agua y rezar, había salido andando con normalidad, contestó: «Interesante caso de autosugestión». Él, que durante el trayecto había atendido a la joven moribunda Marie Bailly, aseguró que «sólo si ella se curase sería un verdadero milagro. Creería en todo».
Al llegar con Marie a la gruta, y tras recibir ella pequeños lavados de agua por miedo a que, en su estado, no aguantara la inmersión en las bañeras, Carrel y la joven quedaron ante la imagen de la Virgen. Allí, el médico vio cómo las mejillas de la joven recuperaban el color, su pulso se estabilizaba y la hinchazón de su vientre descendía. Todavía resistiéndose a creer preguntó a la joven cómo se encontraba –débil, pero creo que he sanado– y apuntó en su brazo la hora de la curación. En su cuaderno de viaje, Carrel escribiría más tarde: «El médico no podía hablar ni pensar. El hecho que estaba ocurriendo era contrario a cualquier previsión. Eran casi las 16 horas. Había ocurrido lo inesperado, el milagro». Después, sentado ante la Virgen, escribió su famosa oración: «Virgen dulce, socorro de los enfermos que te imploran humildemente, mírame. Creo en Ti».
Marie Bailly se hizo religiosa y murió en 1937. Carrel murió en 1944, después de confesarse y comulgar.