De ladrón de bancos a mediador penal: la redención de el milanés - Alfa y Omega

De ladrón de bancos a mediador penal: la redención de el milanés

Sciacca coordina encuentros entre la víctima y el verdugo «para intentar superar la dimensión del conflicto creado tras la comisión de un delito»

Soraya Melguizo
Lorenzo Sciacca (en el centro) junto a dos miembros de la Junta Directiva de la cooperativa
Lorenzo Sciacca (en el centro) junto a dos miembros de la Junta Directiva de la cooperativa. Foto cedida por Lorenzo Sciacca.

La biografía de Lorenzo Sciacca tiene —a sus casi 48 años— muchos tropiezos y, si pudiera, borraría su pasado: «Me gustaría ser definido por lo que soy hoy: presidente de la Cooperativa La Ginestra. Mediador». Este perfil apacible es solo parte de su segunda vida, la que arrancó hace siete años, cuando abandonó la cárcel de Padua y decidió que allí no volvía, que más de 20 años pasados entre rejas en una decena de prisiones en Italia eran suficientes. «Esta no es la historia de un héroe», asegura. No hay nada de legendario o romántico en ser atracador: «Es la historia de tantos fracasos y errores que he cometido en mi vida».

Una historia que comenzó en Milán, en el popular barrio del Giambellino, en 1976. La primera vez que Lorenzo Sciacca entró en una cárcel tenía solo unos días de vida. Fue así, dentro de los muros de San Vittore, como conoció a su padre. Le veía religiosamente una vez a la semana, cuatro veces al mes, pero no fue hasta los 7 años cuando descubrió que ese hombre no era un electricista, como le habían hecho creer, sino un interno condenado a diez años de prisión.

Una vez fuera de la cárcel, la familia al completo decidió abandonar Milán y regresar a Sicilia. En la ciudad de Catania, Lorenzo conoció a sus abuelos, a sus primos, vio el mar por primera vez… y comenzó a coquetear con la delincuencia juvenil. Con 12 años cometió su primer robo; con 14 fue condenado por participar en el atraco a un banco y, antes de los 15, cruzó la puerta de una prisión de menores, de donde salió un año y diez meses más tarde convertido en el milanés.

Durante más de 30 años vivió con la adrenalina pegada al cuerpo. Una bocanada de libertad y volvía a planificar otro golpe, cumplía el asalto y de vuelta a prisión. Durante siete meses se refugió en España, donde se hizo pasar por el rico heredero de una familia italiana. En Valencia se dio a una vida de lujo desenfrenado, gastando una fortuna en coches de alta gama, restaurantes, mujeres… pero no tardó en volver a las andadas. «Me sentía potente, intocable», contó a Mauro Pescia, autor del pódcast Yo era el milanés, que ha conquistado a más de tres millones de oyentes en Italia y que el año pasado se convirtió en un exitoso libro publicado por la editorial Mondadori. «La vida del bandido parece muy fascinante, pero luego está la otra cara de la moneda», aseguró a su interlocutor. El peaje son los «años de cárcel».

Su destino parecía marcado para siempre porque le fue impuesta una sentencia acumulada de 57 años de cárcel. Sin embargo, su vida dio un giro inesperado tras conocer a Ornella Favero, la directora de la revista que se publicaba en prisión, que le insufló un halo de esperanza cuando veía todo negro. Gracias al empeño de un abogado de oficio, salió de la cárcel 20 años antes de lo previsto. De un día para otro, Lorenzo Sciacca comenzó su segunda vida.

Por el camino de la sanación personal, se topó con el reconocido criminólogo Adolfo Ceretti, docente en la Universidad Bicocca de Milán e impulsor de la justicia restaurativa en Italia, que le animó a estudiar para convertirse en mediador penal. Sciacca coordina hoy un centro especializado en Padua. «Fue un camino largo, difícil. Gracias a Ceretti y a las personas que conocí a lo largo de mi propio recorrido personal me apasioné con lo que hoy es mi trabajo, la mediación penal, que es el encuentro entre la víctima y el propio verdugo para intentar superar la dimensión del conflicto que se ha creado tras la comisión de un delito», explica al otro lado del teléfono.

Italia comenzó a experimentar con los procesos de justicia restaurativa hace más de diez años, principalmente con algunos de los terroristas que participaron en los terribles años del plomo y sus víctimas, pero no fue hasta la aprobación de una reforma judicial en 2022 que esta metodología se extendió a otro tipo de conflictos. Hasta la Cooperativa La Ginestra llegan casos de todo tipo, «desde los más graves a los más banales», que envían los tribunales competentes. Sciacca pone en contacto a víctimas y victimarios, pero evita dar consejos: «No creo que sea la persona adecuada. Lo que me ha servido a mí no quiere decir que le puede servir a otra persona. Sería como una receta médica si fuera así».

Su experiencia, sin embargo, le ha servido para darse cuenta de que su caso no es excepcional. «No soy ningún héroe», asegura. Reconoce, eso sí, que la voluntad de querer pasar página es fundamental. «Si una persona no quiere cambiar, no cambia. Desgraciadamente, esta elección viene condicionada por todo lo que rodea a esa persona. Y para alguien que tiene pocos instrumentos es complicado», apunta. «En mi caso, cometí un delito grave y debía ser detenido, porque la cárcel tiene el objetivo de prevenir, pero debería enfocarse más en la inserción social. Si no fuera por los últimos cinco años en prisión, no estaría aquí, pero los otros 15 fueron inútiles».