1 de mayo: san Segismundo, el rey que mató a su hijo y luego fue arrojado a un pozo - Alfa y Omega

1 de mayo: san Segismundo, el rey que mató a su hijo y luego fue arrojado a un pozo

Considerado el primer monarca santo, combatió el arrianismo y propició la oración ininterrumpida en el monasterio de San Mauricio, donde años después le asesinaron

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Segismundo. Iglesia parroquial de Sankt Wolfgang (Alemania)
San Segismundo. Iglesia parroquial de Sankt Wolfgang (Alemania). Foto: Georg Karl Ell.

Quien a hierro mata a hierro muere, se podría pensar al leer la vida de san Segismundo, sobre todo considerando que el asesinato de su hijo le llevó, paradójicamente, a su propia muerte. El que muchos consideran el primer rey santo de la historia en realidad nació como arriano. Era hijo de Gundebaldo, rey de Borgoña, en un tiempo en el que la herejía arriana —que negaba la plena identidad divina de Cristo— había dividido a la cristiandad y hasta había obispos que se habían adscrito a ella.

Fue Avito, obispo de Viena, quien trabajó incansablemente para atraer a Gundebaldo a la fe verdadera. No lo consiguió con él, pero sí con su hijo Segismundo. Cuando este subió al trono tras la muerte de su padre se propuso reparar de alguna manera los estragos que había causado el arrianismo a lo largo de su territorio.

Así, a partir del año 515, se dedicó a reconstruir y ampliar el monasterio de San Mauricio en Valais —hoy Suiza—, que albergaba las reliquias de Mauricio de Agaune, uno de los mártires de Tebas, y que se había convertido en un lugar clave de la ruta de peregrinación que conducía a Roma. La confusión doctrinal de aquella época había propiciado también una desorientación en las costumbres y el monasterio había degenerado hasta ser un lugar donde monjes y laicos, hombres y mujeres, convivían sin mayor problema.

Segismundo puso orden desde el principio y expulsó de allí a todo aquel que no fuera monje y estuviera plenamente convencido de su servicio exclusivo a Dios. Además, libró a los religiosos de toda obligación de realizar cualquier trabajo manual, con el propósito de que el monasterio fuera un lugar donde se alabara a Dios tanto de día como de noche. Esta adoración ininterrumpida fue posible gracias a que Segismundo otorgó a la comunidad numerosas donaciones y a que trajo de todas las Galias monjes con los que se pudiera sostener ese ritmo de oración y canto continuo. De fondo estaba la concepción medieval de la vida, por la cual no se podía entender que el mundo pudiera sostenerse sin la oración perpetua.

Dentro de su empeño por borrar las huellas arrianas de sus dominios, al año siguiente el monarca convocó un concilio en Valais al que asistieron 24 obispos pertenecientes a las ocho provincias eclesiásticas de Borgoña. Convinieron en prohibir que los templos de la antigua herejía fueran reconvertidos a la fe cristiana y decretaron nulos los matrimonios mixtos con arrianos. El propósito estaba claro: hacer borrón y cuenta nueva partiendo del credo de Nicea.

Bio
  • 476: Nace en Borgoña
  • 494: Se casa con Ostrogota y nace Sigerico
  • 515: Reconstruye el monasterio de San Mauricio
  • 518: Contrae matrimonio con Constanza
  • 522: Manda asesinar a su hijo
  • 524: Muere a manos de los francos

Pero si en lo religioso las cosas empezaban a ponerse en orden en Borgoña, en la corte marchaban por otro cauce. El rey se había casado con Ostrogota, una de las hijas del emperador Teodorico, rey de los ostrogodos, quien le había dado un hijo, Sigerico. Años más tarde ella murió y Segismundo se casó con Constanza, una de las sirvientas personales de su difunta esposa. Para estas segundas nupcias, la nueva consorte eligió uno de los trajes de su antigua señora, y eso enfureció a Sigerico, quien dijo a su madrastra: «No eres digna de llevar sobre los hombros esa ropa».

A partir de ahí, la relación entre ambos se fue tensando y ella se dedicó a envenenar la mente de su marido acusando a su hijo de traidor y de desear apoderarse del trono. Así, una noche en la que Sigerico había bebido mucho y se había encarado con los reyes, su padre lo envió a dormir, y, después, encargó a sus sirvientes ahogar con un pañuelo a su hijo hasta matarlo.

Segismundo se arrepintió enseguida, pero ya era demasiado tarde. Desconsolado, abandonó la corte para refugiarse en el monasterio de San Mauricio y llorar, ayunar y hacer penitencia. Dejó de este modo un vacío de poder que fue aprovechado por los francos para atacar a los borgoñeses. Sus enemigos lo encontraron en San Mauricio vestido de monje y lo llevaron ante Clodomiro, rey de los francos, quien mandó pasarle a espada y arrojarle a un pozo en Coulmiers. A ese lugar, hasta principios del siglo XX, llegaban riadas de personas buscando intercesión para sus males.

Enseguida fue considerado santo y también mártir, quizá por la energía con la que se enfrentó al arrianismo. De este modo pasó al martirologio de la Iglesia en fecha muy temprana. «El remordimiento que le desgarró, las lágrimas que derramó y la penitencia que llevó le obtuvieron la gracia del cielo», escribió sobre él François Giry en su Vidas de santos. «Y si Dios castigó su crimen con la rebelión de sus enemigos —añadía—, también glorificó su arrepentimiento ilustrando su tumba con milagros. Más tarde, la religión lo honró con el título de santo, al igual que hizo con el David penitente y la Magdalena arrepentida».