Se llama amor - Alfa y Omega

Se llama amor

Alfa y Omega
¿Existe el peligro de estar menos presentes con quienes encontramos a diario?

«En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad»: lo dice Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, pensando sin duda en la red social Twitter; en ella él mismo ha querido hacerse presente, pero de modo bien significativo se fija en el silencio, que es —afirma— «parte integrante de la comunicación y, sin él, no existen palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos conocemos mejor a nosotros mismos; comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que esperamos del otro. Callando se permite hablar a la persona que tenemos delante… Se abre así un espacio de escucha recíproca y se hace posible una relación humana más plena», de tal modo que, «del silencio, brota una comunicación más exigente todavía».

No hay duda de que Benedicto XVI apoya las redes sociales, pero menos duda cabe de que pide para ellas un alma: «deben ponerse —lo decía en su mensaje del año pasado— al servicio del bien integral de la persona», y para ello, lógicamente, hay que cuidar la propia interioridad. Así se lo dijo Jesús a los fariseos: «¿Cómo podéis vosotros hablar cosas buenas siendo malos?», y lo explicó con toda claridad: «No hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca». La raíz del uso, bueno o malo, de las nuevas tecnologías de la comunicación, como de todo en la vida, está ahí, en el corazón, que está hecho, justamente, para el bien, para la verdadera comunicación entre los hombres. Se llama amor, y es su ausencia, antes que toda otra deficiencia en el estudio y la formación, lo que provoca esa inmensa soledad que parece acrecentarse a medida que se acrecientan los medios para comunicarse, paradoja que sólo se explica, justamente, por esa ausencia. Esa ausencia explica también las deficiencias en el estudio y la formación, que degradan, a ojos vista, hasta lo más elemental de la gramática y de la cultura. El mal no está en los medios; está en el corazón.

La rapidísima difusión de las redes sociales pone en evidencia la imperiosa necesidad que siente todo ser humano de comunicarse, como pone de manifiesto Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones de 2011: «La comunicación ya no se reduce a un intercambio de datos, sino que se desea compartir». Este deseo no puede ser más evidente en el modo y en la cantidad con que se mueven todas las redes sociales. El drama surge cuando el corazón está vacío de amor verdadero, porque todo lo demás es incapaz de llenarlo, y entonces, lejos de resolverse, la soledad se acrecienta, y se cae en el peligro de «buscar refugio en una especie de mundo paralelo», como añade el Papa, que plantea estas sugestivas preguntas: «¿Quién es mi prójimo en este nuevo mundo? ¿Existe el peligro de estar menos presentes con quien encontramos en nuestra vida cotidiana ordinaria? ¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que nuestra atención está fragmentada y absorta en un mundo diferente al que vivimos?». Responde recordando que «el contacto virtual no puede y no debe sustituir el contacto humano directo, en todos los aspectos de nuestra vida».

Ese contacto humano directo, precisamente, es el que ha buscado el mismo Dios, al hacerse hombre y así, como nos dice san Pablo, «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». El hecho cristiano no es una anécdota más en la Historia; ¡es la Luz que la ilumina, es la Verdad y el Bien que todo corazón humano reclama! Y hoy, no menos que en los comienzos, como subraya el Papa, «el cristiano está llamado, de nuevo, a responder a quien le pida razón de su esperanza»; sin dudar, por supuesto, en hablar a través de las nuevas redes sociales, por mucho que le quieran apartar los que tienen el corazón ciego y sin amor, y con la certeza de que sólo hay auténtica comunicación humana desde un corazón lleno de amor verdadero.

Por eso, Benedicto XVI, maestro y testigo excepcional, que enseña y da testimonio en primera persona, recuerda que «el valor de la verdad no se basa en la popularidad, o en la atención que provoca. Debemos darla a conocer en su integridad, más que intentar hacerla aceptable, quizá desvirtuándola», seguros de que «la Verdad que es Cristo, es, en definitiva, la respuesta plena y auténtica a ese deseo humano de relación, de comunión y de sentido, que se manifiesta también en la participación masiva en las diversas redes sociales».