Relatos expiatorios - Alfa y Omega

Ocurre cada vez que un suceso conmociona a la opinión pública: la sociedad exige respuestas inmediatas; quiere héroes y villanos, sobre todo villanos; pide la sangre de los culpables; clama justicia… Las primeras horas son mediáticamente decisivas. Hay que presentar lo antes posible una historia bien armada. No importa que sea verdadera, pero tiene que parecerlo. Cuanto menor es el gusto de una sociedad por llegar al fondo de las cosas, mayor es su necesidad de relatos maniqueos. Adquiere así el relato una útil finalidad expiatoria: reducida la realidad a la categoría de espectáculo, el sujeto espectador puede seguir transitando por la vida sin que nada ni nadie le perturbe. La culpa de lo malo que pasa es siempre de los otros.

¿Quién se acuerda ya de la Operación Emperador? Durante varias horas, los reporteros de la prensa del corazón rivalizaron con la prensa seria en el acoso y derribo a las familias, amigos y vecinos de los detenidos, supuestos implicados en una trama china de evasión de impuestos y blanqueo de capitales. Varios de ellos fueron puestos en libertad sin fianza, pero sus nombres han quedado ya —quizá de por vida— estigmatizados. Aunque el juez les absuelva, eso no ocurrirá hasta dentro de varios años.

La pasada semana la conmoción llegó por la muerte de tres chicas (la cuarta murió dos días más tarde) en la macrofiesta de Madrid Arena. El relato mediático comenzó a construirse según la dinámica habitual; la prensa rosa y la amarilla se batieron de nuevo en duelo por la exclusiva más truculenta. Pero algo sucedió de pronto. Fue como si alguien accionara el freno. Queda la constancia de varios columnistas, que escribieron artículos desde el fondo del alma: sus propias hijas e hijos habían estado en esa misma fiesta, o frecuentaban otras similares… Los muertos podrían haber sido los hijos de cualquiera. Y ocurrió también que las familias de las fallecidas dieron formidables testimonios que conmovieron a todo el mundo. Era imposible ya observar tranquilamente desde la barrera. Por eso, aunque haya que determinar ahora si hubo negligencias, responsabilidades políticas o penales…, esta vez, se ha abierto paso una idea muy poco habitual en la opinión pública: los culpables somos todos. Con lo que ahora hemos sabido, queda claro que lo raro es que cosas así no sucedan más a menudo, pero hasta antes de ayer todo esto ni lo sabíamos ni parecía importarnos demasiado.