No olvidéis vuestra historia - Alfa y Omega

No olvidéis vuestra historia

Alfa y Omega
El Papa regaló esta Cruz pectoral a cada uno de los obispos españoles

«Ahora que estáis sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia»: así decía el Papa Francisco, el pasado lunes, en su discurso a los obispos españoles en la visita ad limina que están realizando estos días en Roma. El cardenal Rouco, como presidente de la Conferencia Episcopal, en su saludo le había dicho que «es imposible no evocar la visita ad limina en los últimos días del beato Juan Pablo II», como «sus palabras de despedida en España en mayo de 2003 que, a modo de lema, nos dejó al finalizar la canonización de cinco santos españoles del siglo XX: España evangelizada y España evangelizadora», evocación que hizo el propio Juan Pablo II en aquella Visita de enero de 2005:

«España es un país de profunda raigambre cristiana. La fe en Cristo y la pertenencia a la Iglesia han acompañado la vida de los españoles en su historia y han inspirado sus actuaciones a lo largo de los siglos. La Iglesia en vuestra nación tiene una gloriosa trayectoria de generosidad y sacrificio, de fuerte espiritualidad y altruismo, y ha ofrecido a la Iglesia universal numerosos hijos e hijas que han sobresalido a menudo por la práctica de las virtudes en grado heroico, o por su testimonio martirial. Yo mismo he tenido el gozo de canonizar o beatificar a numerosos hijos e hijas de España».

Hoy como ayer, ante la dura experiencia de esta cultura mundana que arrincona a Dios, y que por ello arrincona al hombre, la cultura del descarte, como tan a menudo la describe el Papa Francisco, la respuesta no puede ser otra que el gozoso anuncio del Evangelio. Sí, España evangelizada y España evangelizadora, o sea, los santos son la respuesta, y servir a la santidad del pueblo cristiano, y con ello a la construcción de un mundo que a nadie descarte, un mundo auténticamente humano, es la misión a la que el Santo Padre les ha alentado a los obispos, y lo ha hecho, justamente, mirando a nuestra historia, de la que «aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en la realidad actual con generosidad». Ahí está el testimonio de los santos, de ayer y de hoy. Lo recordaba, asimismo a nuestros obispos, el beato Juan Pablo II, en aquella visita ad limina de 2005: «Los retos y problemas aún presentes en vuestra nación ya existieron en otros momentos, siendo los santos quienes dieron brillante respuesta con su amor a Dios y al prójimo. Las vivas raíces cristianas de España —añadía— no pueden arrancarse, sino que han de seguir nutriendo el crecimiento armónico de la sociedad».

Como un verdadero eco de aquellas palabras del ya próximo Papa santo, resonaban las del Papa Francisco el pasado lunes: «A los obispos se les confía la tarea de hacer germinar estas semillas» —¿no es eso acaso la santidad?—, ¿y cómo lo harán sino «con el anuncio valiente y veraz del Evangelio»?, ¡y profundamente gozoso!, como el propio Santo Padre proclama en su exhortación Evangelii gaudium: «¡No nos dejemos robar la alegría evangelizadora!». Exclamación que evoca también las palabras de Benedicto XVI, en su carta Porta fidei, al convocar el Año de la fe, subrayando la necesidad de la nueva evangelización, exactamente «para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe». Una fe que es ¡la luz del mundo y la sal de la tierra!, y por tanto capaz de transformarlos en un mundo y una tierra nuevos, capaz, como dijo Juan Pablo II en 2005, de seguir nutriendo el crecimiento armónico de la sociedad.

Nuestra sociedad, como decía el lunes pasado el cardenal Rouco en su saludo al Papa, «tocada y tentada en su mismo fundamento por la concepción secularista y materialista de la vida», ciertamente, necesita con la máxima urgencia, para recobrar el aliento de una vida auténticamente humana, que esta fe se haga «presente en los ambientes de la cultura, la universidad y la escuela, y, de un modo más acuciante, en el campo del matrimonio, de la familia y de la vida».

En su discurso, el Papa Francisco no dudó en destacar esta primera necesidad más acuciante, y en marcar el camino: «Despertar y avivar una fe sincera, favorece la preparación al matrimonio y el acompañamiento de las familias, cuya vocación es ser lugar nativo de convivencia en el amor, célula originaria de la sociedad, transmisora de vida e Iglesia doméstica donde se fragua y se vive la fe. Una familia evangelizada es un valioso agente de evangelización, especialmente irradiando las maravillas que Dios ha obrado en ella».

La proclamación de Juan Pablo II en 2003: España evangelizada y evangelizadora, hoy vuelve a resonar en su sucesor Francisco: No olvidéis vuestra historia.