Inestabilidad, inseguridad política, confusión a la vista: tal vez estas palabras sean las más apropiadas y atinadas para resumir el resultado de las elecciones del pasado domingo. Y la gente más sensata se hace la pregunta más elemental: ¿De verdad que, en un momento tan crucial como éste, con la nación saliendo, a duras penas, de una crisis económica sin precedentes, lo mejor para los españoles es un período –ni siquiera es posible decir de cuánto tiempo– de inestabilidad y de inseguridad política? Porque los analistas más fiables tienen clarísimo que esto no ha hecho más que empezar y que las elecciones del domingo pasado no han sido otra cosa que un adelanto, una especie de primera vuelta o de ensayo de las elecciones generales de dentro de unos meses. Un panorama político a la italiana, sin ser precisamente italianos, sino españoles, ¿era realmente lo que España estaba necesitando ahora mismo?
Ha ganado el cambio, proclaman los representantes de la izquierda; pero ¿el cambio a qué? ¿Acaso lo saben, o se lo imaginan siquiera? ¡Ha nacido la tercera vía!, gritan entre risas y aspavientos; pero ¿de verdad alguien sabe, concretamente, a dónde va, o a dónde lleva esa tercera vía, tan peligrosa, a juzgar por lo que enseña la experiencia histórica? Las elecciones municipales, en España, tienen una cierta tradición no precisamente esperanzadora. Mientras tanto, se llenan la boca irresponsablemente con la oferta y la promesa –prometer cuesta menos que cumplir– de una política de derechos; pero no he escuchado a ninguno de ellos hablar de una política de deberes; ¿es que los deberes no les interesan, o no quieren que le interesen a nadie? ¿Esos derechos van a ser tan falsos e imposibles como, por ejemplo, el derecho al aborto? Entre tanto, más de un tercio del electorado con derecho a votar se ha abstenido: unos trece millones de ciudadanos, que se dice pronto, contando a los que han votado nulo o en blanco. ¿Eso no significa nada, no quiere decir nada? ¿Prefieren que los cabreados sigan dándose tiros en el pie, sin votar, o votando a comunistas más o menos camuflados y a inexpertos disfrazados de socialdemócratas?
Para el Partido Popular, que, desde 2011, ha perdido dos millones y medio de votos… y Madrid, ¿habrá sido suficiente la lección de tan devastadora pérdida de poder, o el indignante relativismo arriolista va a seguir creyendo y haciendo creer que con lo económico basta? Sigan, sigan obstinadamente, sólo con lo económico…, y recuerden a la UCD. La esperanzadora mayoría absoluta suscitada por el arrasador tsunami Zapatero se ha evaporado; mejor dicho, la han dejado evaporar. ¿Van a seguir diciendo hemos ganado cuando comprueben que son otros los que gobiernan (es un decir)? ¿Es de recibo que el PSOE, que ha perdido otros 700.000 votos, se conforme y contente con eso de que los más radicales de la izquierda empiezan a llevarse el gato al agua? ¿No importa que sean radicales, si son nuestros? El bipartidismo ha perdido nada menos que trece puntos, pero –como ya dije en este rincón, hace semanas– ya hay otro bipartidismo de reserva. En Cataluña, ¿todos contentos porque el nacionalismo cateto y el soberanismo de corrupción y cuenta corriente ha empezado a ceder terreno al populismo aldeano y engañabobos? En Vascongadas y Navarra (¡ay, Navarra!), ¿todos contentos porque ETA ya puede contar con más de mil concejales? En Galicia, ¿todos contentos porque sube la marea y de qué manera? ¿El ritornello, a la italiana, de regenerar la vida política a base de cuatripartidos y pentapartidos no ve, o no quiere ver, que la experiencia ha demostrado meridianamente que así no hay nada que hacer, y que eso en España no lleva más que a la corrupción desatada? Un misterio no por viejo menos misterio: ¿por qué la corrupción le pasa factura a la derecha y a la izquierda no? Pero no todo ha sido negativo: cientos de cargos públicos que nunca han sabido hacer nada van a enterarse, por fin, de lo que es un ERE; ya no va a hacer falta pactar con separatistas; IU y UPyD han pasado, más que merecidamente, al baúl de los recuerdos, que no a la Historia, al igual que algunos osados sin la menor higiene moral. Inseguridad, provisionalidad, confusión, inestabilidad las va a haber a mansalva y aquello de que la política hace extraños compañeros de cama lo vamos a ver hasta en tres dimensiones, ¿no se dice así? Tanta incertidumbre va a ser más fascinante que la mejor peli de suspense, aunque no precisamente divertida… ¡Ah! Y carísima, eso sí: diez mil euros a cada partido por escaño. Pero, ¿por qué, oigan? De momento, la Bolsa ya ha bajado, claro…